Vergüenzas ajenas y cercanas

Ahora que ya nadie habla de la risible intervención de Ana Botella y su famoso “Relaxing cup of café con leche” me gustaría comentar algunas cosas. Está claro que muchos de los que se han partido con su intervención no saben hablar inglés, por lo tanto, ¡menos risas! Pero… podrían haberle enseñado eso de “Manolete, si no sabes torear pa’que te metes”, porque, ¡hay que ver lo mal que se pasa cuando alguien hace el ridículo! ¿Habrá algo peor que la vergüenza ajena? ¿Por qué debemos sufrir nosotros por algo que no hemos hecho? Yo tengo una respuesta. Porque el hecho en cuestión nos atañe, es de nuestra incumbencia. En este caso se estaba promocionando a nuestro país, así que, mal que nos pese, todos éramos Ana Botella.
¿Alguien se sonrojó cuando Boris Yeltsin apareció en los medios, completamente borracho hace dieciocho años? Noooo, porque nosotros no somos rusos. Bueno, algún bolchevique puede que quede por aquí, pero hablo de la mayoría. Sin embargo, ver cómo Zapatero buscaba su lugar en la cumbre de la Otan en Lisboa hace tres añitos, nos hizo sonrojar de lo lindo a muchos.

Es curiosa la vergüenza ajena. Se necesita que confluyan algunas cosas además de la ya nombrada de que el hecho vergonzante nos afecte en cierta medida.

Además la persona o personas que la generan no deben ser conscientes de lo que provocan, más bien al contrario. Cuanto más orgulloso, más contento o más convencido de que lo está haciendo bien, esté el personaje en cuestión, más nos avergonzará a los que lo suframos. Baste recordar el tono y la gesticulación de doña Ana frente a unos miembros del COI que asisten boquiabiertos al espectáculo. O la beatífica e impertérrita sonrisa de Zapatero paseando entre el resto de mandatarios ya ubicados en sus puestos, sonrisa que no se borra ni siquiera cuando le indican que su sitio está en una esquina y no en el centro, dónde él estaba empecinado en colocarse.

Y es que, el que provoca el vergonzante sentimiento, ¡no se entera! Si lo hiciera, pararía de inmediato, pero no lo hace, no sospecha nada y sigue dale que te pego haciendo el ridículo más espantoso, con una sonrisa estremecedora. ¿Es eso justo? ¿Por qué nos toca a nosotros sufrir una vergüenza que no sienten ellos mismos? ¿Por qué Dios mío, por qué? Pues porque son profesionales en el asunto de provocar vergüenza en los demás sin inmutarse. Y aquí tengo que volver a hablar de Ana Botella, porque vamos a ver, cada uno es libre de opinar lo que quiera ¡faltaría más! Pero… por favor Ana, si te preguntan sobre el matrimonio homosexual y empiezas diciendo,

– “Los matrimonios entre homosexuales nunca serán igual que los celebrados entre los heterosexuales”
No continúes con:

– “De la misma manera que dos manzanas dan lugar a otra manzana y una manzana más una pera, nunca darán igual a dos manzanas porque son componentes distintos….”
Ana, por favor… ¿No ves que esa opinión provoca sonrojo, hija de mi vida?

Y luego está la vergüenza, vergüenza. Nada de ajena. Es esa que lenta, pero inexorablemente se va instalando en nuestro interior a través de los años, a través de la vida. Es cuando te das cuenta de que el paso del tiempo no mejora algunas cosas. Es esa que se va arraigando en tu interior y que va pasando a convertirse en tristeza cuando aquello en lo que creías se desmorona.

Se distingue fácilmente porque no es tema de risa con los amigos, posiblemente recibas en tu móvil alguna foto, alguna frase jocosa, (aunque ¡maldita la gracia que hacen!) de unas mariscadas por valor de 2000 euros. También tenemos chistes de todos los colores que hacen referencia a la financiación ilegal del PP y como los españoles en general tenemos unas tragaderas enormes, nos ciscamos en todo lo ciscable mientras dura el cortado con sacarina y después cada uno a lo suyo. Pero no ocurre lo mismo cuando desayunas con la última noticia sobre UGT. O sea, ¿que los “defensores de los trabajadores” les chulean el dinero de sus cursos de formación, para regalarse unos maletines, que encima mandan a copiar en Asia?
Desde luego, si Pablo Iglesias levantara la cabeza… ¡se volvía a morir de vergüenza!

Y yo con este asunto me he quedado como los bancos, es decir, ¡no doy crédito!

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