¡Sí nos representan! VICENTA JIMÉNEZ. Miembro de Podemos Alcoy.

Una de las consignas más repetidas desde el 15 de mayo de 2011 ha sido el “No nos representan”. Una frase sencilla, pero contundente. Un grito que vino a dejar constancia de que la democracia , entendida como el “juego para dos” en el que los dos grandes partidos del régimen del 78 se turnaban ad eternum en el poder , había dejado de ser funcional para mucha gente. La sociedad había cambiado y como alguien dijo: “Los jóvenes salieron a la calle y, de repente, los partidos envejecieron”.

En aquel 2011 , el orden establecido se vio amenazado, reaccionó y se sucedieron los mensajes de desprecio y las descalificaciones hacia aquellos “ desarrapados” que con tanta frescura como insolencia se habían atrevido a ocupar las plazas y a exponer sus demandas. El statu quo , que inicialmente había intentado ignorarles, optó después por demonizarles y finalmente, por espetarles con mal disimulada ironía: “si queréis cambiar las cosas, seguid las normas, fundad un partido y presentaos a las elecciones”. El blindaje del régimen parecía asegurado por entonces. Unos medios de comunicación- creación de opinión bien domesticados y un sistema electoral a prueba de progresismos inesperados ,debieron parecer al “stablishment “ garantías suficientes . Bueno, ahora sabemos que , por fortuna, sus cálculos fallaron. Quisieron los astros propiciar las condiciones adecuadas : se sumaron las cabezas claras y oportunas, los corazones valientes y los anhelos necesarios. Y quiso el destino que la realidad viniera a trastocar los planes de estabilidad bipartidista.

El pasado día trece , con la constitución de las nuevas Cortes Generales, se ha visto culminada una primera etapa de este proceso que se inició con aquellos “indignados” que , junto a muchos otros que se han ido incorporando después, han decidido aplicar la máxima de que la política “ o la haces, o te la hacen” . Acuden al parlamento con la frescura de la calle, con la responsabilidad de quienes se saben observados por todos, despreciados por algunos y temidos por muchos. Acuden con el mandato de reconectar las instituciones con la ciudadanía.

Aquella gente que desde 2008 estaba siendo golpeada por los efectos de la llamada “crisis financiera”: familias desahuciadas, jóvenes sin futuro, parados sin esperanza… ¿no estaban acaso en todo su derecho a reclamar respuestas inmediatas y efectivas para sus problemas por parte de sus gobernantes? Las respuestas –primero del PSOE y después del PP- fueron múltiples, en efecto, pero encaminadas todas en una misma dirección: ahondar en las desigualdades sociales y limitar los derechos civiles. El artículo 135 de la Constitución , los sucesivos recortes y privatizaciones en educación y sanidad, la “Ley Mordaza” , la imposición de la “ Ley Wert”, la transformación de la ILP antidesahucios promovida por la PAH en algo inútil e irreconocible …. fueron la respuesta. Decisiones que desde los sucesivos gobiernos del bipartidismo se explicaron como “dolorosas pero necesarias” La justificación , que se repitió como un mantra : venían dictadas e impuestas por los mercados y por la Troika.

Quedaba con esto meridianamente patente la desconexión entre los problemas de los de abajo y las instituciones. Si en un sistema democrático, los partidos políticos tienen como misión recoger las demandas de la sociedad y transformarlas en propuestas o en acciones de gobierno, algo estaba fallando en nuestro sistema.

Ese crujido fue el que abrió la grieta. Y por esa grieta, ensanchada con esmero y con mucho esfuerzo, es por donde esa gente ha entrado ahora en el Congreso. Una grieta que el sistema se afana en intentar taponar como sea porque va a dejar en evidencia muchas carencias de nuestra democracia. Desde hace meses, esa grieta ha sido capaz de provocar cambios –de momento básicamente sólo formales- en nuestra política. Y así, nuestros políticos “de siempre” se han tenido que poner las pilas, renovar su lenguaje y asumir que los cambios y la regeneración de nuestra democracia es necesaria.

La cartelización de los dos grandes partidos del régimen había contribuido durante muchos años al vaciamiento de la democracia. El parlamento se había acabado convirtiendo en un lugar en el que la política se limitaba a la puesta en escena de debates vacíos, a la escenificación de alternativas que ni eran opuestas ni eran alternativas, pues eran fruto de decisiones que se habían tomado previamente y en otros lugares, a menudo con otros actores no presentes nunca en la escena del hemiciclo como personajes visibles del drama. Eso sí, todo estaba bien controlado, la obra ya estaba escrita y los actores -obedientes- se limitaban a ajustarse al guión. A veces, a tomar decisiones “dolorosas pero necesarias”, dictadas por esos guionistas implacables denominados “los mercados”.

Por eso aquel “no nos representan”, en su aparente simpleza, dejaba al descubierto la desconexión entre este teatro y la vida real. Y por eso resulta tan revelador que sea ahora, justamente ahora, cuando esos mismos actores que ven amenazada su comodidad en una función que se prometían representar sin sorpresas ni turbulencias, se sientan tan amenazados. Se preguntan cómo van a conseguir mantener su ficción, cuando se levante el telón y los actores recién incorporados vayan introduciendo en la representación diálogos nuevos, de nuevas rimas, que dejen en entredicho sus manoseados textos.

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