San Jorge estará contento, pero nosotros no
Si San Jorge es un buen santo, que no lo dudo, habrá recibido a Javier Morales con aplausos y una fanfarria compuesta por Amando Blanquer. San Jorge estará contento, por supuesto, pero a nosotros se nos desgarra el alma con la ausencia de alguien que era hombre de paz, pero que no se callaba ni una. Cuando terminó su período de presidente de la Associació, en 2012, escribí que en las elecciones para encontrarle un sucesor el gran vencedor había sido él mismo, “porque ya se puede ir a casa, a descansar, con su familia y los amigos de verdad; porque se le ha acabado el vía crucis presidencial, las pieles de plátanos y la soledad del corredor de fondo”. Estos días de luto ha sido emocionante encontrar en las redes sociales la gran cantidad de gente mostrando su pena por la pérdida, pero les aseguro que Javier Morales, en los ocho años de presidente festero, especialmente los últimos tres, tenía que buscar con un candil a los aliados, los leales. Tenía a los peores enemigos en su propia directiva. Javier era un hombre normal que quería ser el presidente de la gente normal que quiere vivir la fiesta como tal. Pero a su alrededor le tocó una peña que tenía de todo menos normalidad. Y aún así aguantó y no tiró la toalla. Todos los empeños, que no fueron pocos, por conseguir que se fuera, que dimitiera, fueron en vano. Tenía el compromiso de mejorar las cosas y no se rindió. ¿Su pecado? Pues además de ser normal creía firmemente en la igualdad de hombres y mujeres y en la necesidad de que esa igualdad llegara a la Fiesta. Y muchos no se lo perdonaron. Y más pecados contra la ortodoxia y el formol, Javier Morales, mucho antes de que su hija se tuviera que ir a trabajar a Alemania, era un convencido de que las Fiestas había que celebrarlas en fin de semana. Así pensaba el presidente y así le pagaron los apocalípticos.
Ya sé que en estas ocasiones lo que se espera del cronista es que lance flores al aire y que coloree, al pastel, los recuerdos. Pero Javier y San Jorge igual agradecen una aproximación a la realidad. Bromeábamos con la publicación de sus memorias de presidente, contándolo todo en fascículos, y con la cara que se les pondría a algunos solo con el anuncio: pero era solo una broma, porque Javier repetía como un mantra, donde fuera, que “la fiesta no debe ser motivo de confrontación sino de unión y amistad”, pero sin renunciar a la verdad y a lo justo. Cuando terminó la presidencia le ofrecieron los primers trons una cena de despedida y todos en pie le aplaudieron. Todos menos uno. El primer tro de los Verdes se quedó sentado, sin aplaudir, porque Morales se alineó con los padres de las cinco niñas a quienes les negaron el acceso a la filà. Y no se lo perdonaron.
Los pilares heréticos de su mandato fueron el calendario y la normalización en igualdad de condiciones de la presencia femenina y las dos herejías las defendía andando sobre el cable del funambulista, que eran los estatutos de la Associació, que respetaba, desde la discrepancia y urgiendo su revisión, como legislación de convivencia. Porque Javier era, por encima de todo, un fester alcoià. Conocía en profundidad los estatutos, el submundo festero, a la gente de filà y la estructura organizativa de los Moros y Cristianos. Cuando llegó en 2004 a la presidencia acumulaba ya siete años de experiencia como directivo, tres de contador y cuatro como secretario. Sabía escuchar, pero no acataba órdenes. El sanedrín no le perdonó los viajes a Nueva York y Tokio, el gran éxito del MAF y la impecable gestión económica. Molestaba y escandalizaba cuando afirmaba que “La Associació, como institución, tiene que aprender a pedir perdón”. Él lo hizo muchas veces como presidente, porque se equivocaba y erraba. Era un hombre normal.
Y no se calló cuando la Revista de Fiestas trató de puntillas la muerte del expresidente Octavio Rico y les reprochó públicamente, en una intervención en Radio Alcoy, en abril de este año, la falta de sensibilidad demostrada y pidió, con el apoyo de cuatro expresidentes (Seguí, Romá, Tortosa y Aracil) que se habilitara un protocolo para la figura de los expresidentes de la Festa. No le hicieron caso, claro.
Quizá hoy no sea todo lo objetivo que se pueda esperar, pero es que no me da la gana. Javier Morales era un hombre normal, un enamorado de su pueblo y de sus fiestas, pero sin tragar ruedas de molino. Reflexivo, crítico y trabajador del consenso. Tuve el honor, en diciembre de 2009, de compartir con él escenario cuando Nando Pastor, entonces concejal de Turismo, nos concedió a los dos “a título personal, el Premio de Turismo 2009 por la contribución al fomento del turismo”. A los dos nos dieron como recuerdo una lámina de un grabado de María Luisa Pérez Rodríguez. Pero me quedo, por encima de todo, con su desbordante lección de cómo amar la vida, honrarla con dignidad, durante estos últimos años de maldito cáncer. Su fuerza ha sido el testimonio de un hombre bueno que no se rendía ante nada, ni siquiera ante la muerte. San Jorge será un buen santo, pero esta vez no ha sido justo llevándose a Javier. Te echaremos de menos, presidente.