Rosaleda
Hace mucho mucho tiempo, en un Alcoy muy muy lejano, existía un sitio al que llamábamos la Rosaleda. Era una zona mágica con hadas, gnomos y elfos perdidos entre los innumerables árboles que poblaban aquel bosque… También había una estatua en conmemoración a un niño que mataba a moros porque, como todo el mundo sabe, matar a gente que no es cristiana es digno de ensalzamiento.
Por aquel entonces la avenida de la Alameda contaba con numerosas plazas de aparcamiento y la gente era feliz y alegre. Entonces unos seres malvados y peligrosos, que desayunan bebes todas las mañanas, decidieron que lo mejor era construir un párking en esa Rosaleda.
– ¿Quién aparcará ahí?
Se preguntaban los incautos ciudadanos.
– “Pero si tenemos sitio de sobra para aparcar en la calle, ¿por qué tendría que pagar por un párking?”
Al oir el clamor popular, estos seres emitieron una risa maligna. Cortaron de raíz un carril entero en la Alameda para aparcar, inventándose un carril bus que nadie había pedido y dejando huérfanos de aparcamiento a cientos de indefensos coches. Entonces, queridos niños, estos seres arrasaron con el bosque poblado de seres mágicos de la Rosaleda e incluso se llevaron la estatua del niño matamoros a otro lugar. En el lugar de este bosque construyeron lo que ahora se conoce como Plaza de la Constitución.
A grandes rasgos esta es la historia general. Después de este hecho se sucedieron muchas cosas. Juicios, juicios, juicios y algún juicio más. Todos ellos con el mismo resultado: Deben volver a dejar la Rosaleda como estaba. Por supuesto, y a pesar que todos esos juicios perdidos se pagaron con dinero público, esto sigue sin ser así. Y no solo eso, cada día el asunto se vuelve más esperpéntico.
Recuerdo cuando empezó todo el asunto, cómo la gente estaba alucinada con el tema del párking. Me hicieron una encuesta en la calle para preguntarme cuánto estaría yo dispuesto a pagar por aparcar en ese párking. Por supuesto mi respuesta fue “¡¡cero!!”. Una vez se construyó la nueva plaza enseguida fue denunciada. Seguí el caso con gran interés. Aún no se porqué pero el asunto me atraía. Me gustaba ver como la gente que había hecho algo “por sus pelotas” se enfrentaba a juicios y en todos les decían que por muchas pelotas que tuvieran no servía de nada. El tema siguió, siguió y siguió. Hubo un momento en que la empresa del párking incluso se planteó abandonar porque tampoco sacaba mucho beneficio.
Se hizo un arreglo añadiendo alguna zona verde más, luego se le cambió de nombre. Después se amenazó diciendo que iban a hacer algo feo. Luego cambió el gobierno y este recibió la orden de tener que cambiar la Rosaleda y éste a su vez denunció a la empresa constructora.
Y aquí estamos niños, en un capítulo más de la serie “Nos gusta hacer el ridículo”.
Yo personalmente dejé de seguir la serie a partir de la octava temporada cuando los guionistas empezaron a repetirse y ya me da igual como termine.
Pero de vez en cuando veo algún titular y pienso en aquella frase que escuché a un alcalde en la calle cuando le preguntaron tras perder el segundo juicio:
– Oye, ¿con lo de la Rosaleda qué va a pasar?
Y contestó:
– “La Rosaleda se va a quedar así por mis huevos”.