¡Rediós, qué tropa!

Que venía a decirles el otro día en este mismo solar de insomnios, que era cuestión de tiempo que al último escándalo, el de las tarjetas opacas, lo tapara otro más gordo, más cañí, más a lo bruto. Lo que no imaginaba era que mi predicción, bastante previsible, por otra parte, fuera a cumplirse con tanta celeridad. A penas un par de semanas separan una enormidad de la otra, que los trapaza, montoneros y lázaros, diablos cojuelos, guzmandealfaraches y buscones de nuevo cuño no dan respiro. Para mí tengo que nuestra falta de reacción ante tanta acción miserable y desproporcionada se debe a que el gigantesco número de trapisondas nos hace inmunes y asombrosamente tolerantes. El aluvión de casos es abrumador. Eso les favorece porque nos cura de espanto.

Los casos de corrupción se van tapando unos a otros, se estratifican como las capas geológicas y se van fosilizando. El olvido y la prescripción hacen el resto. Yo, al Urdanga y a su coima los veo como cursis trilobites. A Gonzalón/GonzaleX como un orondo mamut con restos de la última comilona en la panza. A José Mari como un sibilino velocirráptor. Y en este plan. Doña Espe acabará siendo un nautilo de piedra enrollándose en su propia megalomanía.

Dice el nautilo doña Espe con recogimiento monacal y carita de homilía, que se siente avergonzada por haber confiado en el enésimo chorizo de su partido y que está dispuesta a asumir responsabilidades. Acto seguido se va, de su corazón a sus asuntos, como si aquí no hubiera pasado nada. Lo que no acaba de decir nunca doña Espe ni ninguno de los de su cuerda es en qué carajo consiste su asunción de responsabilidad. Sólo decirlo no tiene mérito ¿Dimitirá hasta de la presidencia de la comunidad de vecinos?, ¿se retirará a las Batuecas a hacer vida contemplativa?, ¿fustigará sus virtuosas carnes con un cilicio?, ¿se apuntará a una escudería de fórmula uno? Pues yo creo que lo que hará, según me indica la intuición, será dejarlo correr, que es el primer paso hacia la fosilización, la prescripción y el olvido.
Mariano también ha salido de la pantalla de plasma y ha dado la jeta. Claro, como ya hay egregios precedentes, no le ha caído la cara de vergüenza al pedir perdón a todos los españoles. Al fin y al cabo, el campechano sólo asesinaba a sangre fría animalejos, no inducía al suicidio a los desahuciados y a los parias que es en lo que, poco a poco, nos están convirtiendo. El extremo es acojonante.

El presidente de un país dizque democrático y civilizado se siente en la obligación de pedir perdón a los ciudadanos por la legión de chorizos a los que ha arropado y, a lo que se ve, enriquecido. ¡Pero, hombre de Dios, pedir perdón es de catequistas, no de presidentes!. El presidente de un país no puede pedir perdón, el presidente de un país con semejante mojón a sus espaldas no le queda otra que hacer las maletas, procurarse un lugar discreto donde purgar su insolvencia y su necedad, dejarse ver más bien poco de por vida y sin sueldazo vitalicio y convocar elecciones ya. Eso sí es asumir responsabilidades y taparse un poco las vergüenzas con la manta ruana de la dignidad, todo lo demás, esperpento.

Aguanta, Mariano, aguanta. Ahora te toca a ti. No sé los demás, Mariano, majo, pero yo no te perdono ni harto a Tío de la Bota con sifón, que para Rioja o Ribera del Duero no me llega.

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