Raíz en las tinieblas

Llego a casa con mis pies de plomo y mi hartazgo, que mucho es lo que cansa el absurdo liquen de los días. Desparramo el cuerpo contra el sofá y respiro profundo el mejunje amniótico del comedor. Dice Neruda en uno de sus poemas cisne, “sucede que me canso de ser hombre” y cuánta razón tiene porque esta siniestra geografía de tendones, nervios, sangre y moco, esta maquinaria corruptible que nos sostiene en pie a veces la engrasa un latente y viscoso estado de mala hostia incontrolable (perdonen ustedes el exabrupto) que te hace aún más vulnerable al cansancio y al hastío.

La realidad es muchas veces el espejo enmarañado donde tienes que vivir a manotazos. La continuidad de los días es el laberinto del mino tauro por donde no cabe ni un hilo de coser por el que guiarte.
Llego a casa con La Busca barojiana golpeándome las sienes y olor de esquina mojada en los dedos, con los caminos a ninguna parte de Kafka y resabios de col hervida en las narices, con Ionesco y el vértigo de lo absurdo en las alforjas del alma.

Llego a casa con trazas de lapicero en las solapas y proyectos como hebras de tabaco en la cabeza. Nunca se sabe dónde encontrarán acomodo mi trabajo, mis valquirias, mis techumbres de carbón y ceniza. Porque trabajo para el aire. Todos los días. Nunca acertaré a dibujar la certidumbre, nunca llegaré a la alquimia de convertir la porquería en oro con mi aliento. Y la incertidumbre junto con el trabajo baldío, cansan, encrespan y hacen que termines el día papando moscas sobre el sofá.

Llego a casa y en el camino me dejo rastrojos de mártires, músicos callejeros con calderilla de semicorcheas, paisanos arrastrando el macuto de la miseria y un palo en la mano con el que escarbar basura y un grito desgarrador en cada falta de ortografía de los carteles que algunos muestran. Creo que estamos llegando a ser basura programada.

Llego a casa y enciendo la tele con esa tonta inercia que da el cansancio. La tele, hoy por hoy, por banal, por simple y por mediocre, es el último refugio de los aburridos, la sala de la anestesia de los derrotados. Enciendo, digo, la necedad enclaustrada de la tele y allí está la jauría. Lobas cardadas con laca Nelly (que desaparece con un suave cepillado), lobos con la corbata del odio en el gañote, rumiantes de toda laya peleando por un trozo de poder, gallos histéricos en el corral de la vergüenza, yeguas mordedoras , basiliscos envenenados, serpientes enredadas, harpías, ratones, hombres, humo.

Sólo hace dos días de las elecciones municipales. La fiesta de la democracia ha concluido. El pueblo ha cumplido pero los depredadores siguen a la greña. Están ciegos de poder, enfermos de megalomanía. Buitres al acecho de la presa, indecente lucha a garrotazos. La pregunta del millón es: ¿cuándo va a parar el escarnio y van a empezar a gobernar? ¿cuándo acabarán de repartirse la carroña? ¿para cuándo lo nuestro?, porque, siguiendo con Neruda, sucede que no queremos seguir siendo raíz en las tinieblas.

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