Palabras de recuerdo para Vicente Miró

Sucede en las fatales ocasiones. Es el aldabonazo de la noticia que te comunica en la atardecida de un día cualquiera un buen amigo. Te notifica que Vicente Miró Soler ha muerto. Lo dice sobrecogido, oyendo su voz en el teléfono como una descarga de tristeza ante el fatal desenlace. De momento viene a la memoria un caudal transparente de recuerdos vividos en la Universidad Senior a la que Vicente acudía con el esmero gozoso de la satisfacción hasta que los percances de la salud le impidieron su asistencia a las aulas briosas del conocimiento, tan feliz como se sentía, departiendo con los amigos, oyendo las charlas que impartían los profesores, siempre atento ante la transcendencia de albergar y asimilar el caudal de las materias que allí se desarrollaban.

Los que le tratamos con la asiduidad fraterna de la amistad nos maravillábamos de la enorme delicadeza de su carácter. Como una revelación caudalosa nos trasmitía su bondad con la naturalidad siempre asomada a su sonrisa. Era en esencia y circunstancia un “hombre bueno” en verso de Machado. En estos tiempos difíciles del vivir tan crispado donde lo superficial y la materia envilecen el sentido de la vida, contactar con personas como Vicente Miró nos llena en abundancia del sentimiento vital de la amistad. Por eso nos sobrecoge su partida definitiva. Ya no oiremos su palabra calmosa, su atención en las conversaciones, el buen humor que departía en cualquier momento, pero sobre todo su luminosa serenidad y una humildad que estremecía.

Nunca nos habló de su enorme vocación por el arte de la cerámica del que Vicente Miró era un artista consagrado. Tenemos constancia que en tiempos pasados mostró sus trabajos en varias exposiciones y más concretamente en el Centro Excursionista de Alcoy del que mostraba su fidelidad y devoción hacia el paisaje y a las montañas de nuestro entorno. Quizás sin darse cuenta, como una despedida o en un acto de expansionada libertad o de gozo o en el simple aleteo de un necesario clamor, nos mostró sus trabajos de cerámica (en febrero de este año), en una exposición plena de hondura y sensaciones plásticas, en la Galería de Arte Airam de este su Alcoy del alma, velando su arte, mostrándolo a sus amigos como una escapada de vida, sin hacer ruido.

Se nos ha ido un hombre singular que irradiaba paz y serenidad en su presencia. Culto y entusiasta de las artes en toda su extensión, sin ostentaciones vanidosas. Su biografía es sencilla: amor a su pueblo del que se embebía en el fragor de las tradiciones y en la idiosincrasia de sus gentes, pero en especial al tesoro adentrado de su familia. En la ceremonia de su despedida quedó demostrado el enorme vacío de su ausencia. Porque hubo llanto y palabras sobrecogidas. Como una resistencia a desprenderse del hombre bueno que nos hizo felices, a su familia y a nosotros, sus amigos, con la nostalgia que se nos despierta ante la calidez de su presencia de ayer, cuando recorríamos la vida cobijados por el entusiasmo de su tesón e inefable trayectoria que es valedera para el contento y la plena satisfacción, ya que pese a las tribulaciones y circunstancias adversas de la vida, el inigualable amigo Vicente Miró tan ejemplarmente nos demostraba.

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