Miré los muros de la patria mía…
Esta mañana, he estado en el Mercado de abastos de mi barrio, el Mercat Zona Nort. Llevaba varias semanas sin pasar por allí, y lo echaba de menos, así que iba como unas castañuelas. Lo digo literalmente, porque había perdido la “tapita” de uno de los tacones y a mi alegría se le unía ese chip-toc, chip-toc, de los pasos apurados sobre la acera. Así que hice una pausa para visitar al zapatero, ¡bendito zapatero! y aguardé un minuto, sentada, con el pie descalzo. Primero uno, luego el otro, que las tapas hay que ponerlas a la vez para que el calzado quede nivelado.
Me gustan los mercados y las tiendas en las que te sirven los productos frescos a granel. Soy consciente de que todo el mundo tiene derecho a vivir, pero… ¿qué quieren que les diga?
No es lo mismo comprar cinco tomates en una bandeja de poliestireno, envueltos en film, esperando (con el significado de esperanza) que por debajo estén sanos y sin macas, que confiar en las manos callosas, hechas a cavar, plantar y recoger productos del huerto, de mi verdulero de confianza. Ese que escoge las mejores piezas, las sopesa, les da palmadas huecas para descifrar, por el sonido, si están aptas, y que, cuando has terminado de comprar, te prepara una bolsita con una zanahoria, dos limones y un ramillete de perejil, de regalo.
Mi verdulero es un hombre sencillo y amable, y —debe ser el trabajo al aire libre— siempre está contento… y más moreno que Julio Iglesias. Lo miro y se me viene a la cabeza, que la segunda acepción de verdulero/a, significa “persona maleducada, vulgar”. No será Venancio, desde luego…
Por cierto, le propongo a la RAE —ilusa de mí— que cuando revise el término “gitano”, para desvincularlo de significado peyorativo, lo haga también con el anteriormente citado, “verdulero” y que no se olvide tampoco de “carretero”.
Habrá quien lo considere una rareza, y a lo mejor no le falta razón, pero disfruto si tengo tiempo de llegar a casa y dejar las verduras preparadas y listas para usar, siento la satisfacción del trabajo bien hecho, que no es poca cosa. Miro la nevera ordenadita y ¡oiga! ¿Sabe esa sensación cuando se aparta una nube y deja pasar un rayito de sol? ¡Pues eso!
Mi madrina—uno de los ídolos de mi niñez—siempre guardaba las verduras en la nevera después de limpiar de tierra las espinacas y lavar bien las berenjenas y los pimientos, envolviéndolos con papel.
— ¡Nena, el plástico lo estropea!
Así que cuando tengo tiempo, la imito. Y hoy ha sido uno de esos días que, de vez en cuando, disfruto.
Andaba yo con mi camiseta de los Rolling Stones, una vieja, de las que uso para las tareas de la casa —que se puede ser tradicional a la par que roquera— cuando cuchillo en mano, mientras les quitaba las puntas a las judías, me han venido a la cabeza unos versos de Quevedo; esos que dicen:
“Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados…”
Y no, desde mi casa no se ve la calle Calderón, que por cierto (parece que está vez va en serio), anda camino de ser reparada.
La asociación de ideas, me ha llegado al pensar en la situación política que nos han dejado las pasadas elecciones locales y autonómicas.
La caída del PP no me ha sorprendido (creo que a nadie y no lo celebro, aunque es más que comprensible), pero el ascenso del fenómeno Podemos, por más que haya sido camuflado entre otras siglas, una de las cuales está próxima a extinguirse, sí lo ha hecho.
Desde el mayor respeto por todos aquellos que optaron por esa opción, me parece un claro y triste indicador de la desesperación que impera en la actualidad, porque qué otra cosa, más que la desesperanza, puede hacer que tantos alcoyanos quieran que su libertad se reduzca a votar para que el Estado —en este caso el ayuntamiento, o la Generalitat— con su voto, se ocupe de toda su vida; decida por ellos, les subvencione la supervivencia, tan indigna la mayoría de las veces. Les proporcione consignas ideológicas para tranquilizar sus conciencias y les aligere del insoportable peso de ser un individuo, para refugiarse en el cómodo y tranquilizador abrigo del “pueblo”.
Porque esas son las promesas de Podemos. Promesas engañosas, que conducen a la frustración cuando no se cumplen y a la miseria cuando lo hacen. Ahí están los países comunistas, para dar fe.
¿Dónde están los orgullosos alcoyanos, que erigieron sus vidas, construyeron sus familias, afianzaron y ennoblecieron su ciudad a fuerza de trabajo? Ah… ¿que no hay trabajo? Es cierto, no lo hay, no lo suficiente, pero tampoco hay ganas, ni orgullo, y mil veces mil, desearía estar equivocada.
Para trabajar, hace falta que haya trabajo y, para eso, hacen falta empresas… y agallas.
Tenemos en Alcoy un empresario que nos lo está poniendo a huevo, pero mientras en la comarca, la provincia y Sevilla se esfuerzan por tirar de los hilos hacia ellos y atraer un complejo empresarial real, firme y moderno, aquí nos venden la moto de las siete plagas bíblicas que llegarán de su mano.
Mentiras, todo mentiras. Ya vale de mentiras.
Hay quien prefiere el mal propio, antes que el bien ajeno. Y no hablo de esa dedicación exclusiva para un regidor del ayuntamiento, que Guanyar Alcoi prefiere que se pierda, antes que la tengan otros, da lo mismo si con ello se trabaja peor para la ciudad. Me refiero a que la cacareada cuestión del acuífero, muchos no nos la tragamos.
Ya pueden dibujarnos a la Española como la Hidra de Lerna, ya pueden gritar que por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa, vamos a beber petróleo un día de estos. La cuestión no es el agua, la cuestión es otra. ¿Se puede enriquecer el empresario? Pues entonces… no señor, no queremos.
Oiga, pero es que resulta que es el proyecto más importante de esta marchita ciudad y creará cientos de empleos directos y muchos más indirectos…
¿Se puede enriquecer el empresario? Pues entonces… no señor, no queremos.
Óigame otra vez. Que los informes son favorables; que como no se construya el parque empresarial vamos abocados al desastre económico, más aún quiero decir…
¿Se puede enriquecer el empresario? Pues entonces… no señor, no queremos.
¿Y los que queremos? ¿Los que pensamos que es fantástico que un empresario triunfe, porque eso repercute a todos los niveles? ¿Dónde estamos, dónde están nuestras voces?
No se trata de ser de uno u otro color, no se trata de estar en una u otra posición política, se trata de pensar por uno mismo, de reconocer aquello que resulte ser un disparate, de pensar en el presente y en el futuro, de hacer comparaciones reales y visualizar lo que podría ser Alcoy.
Se trata de elegir ser ciudadanos.
Es decir; ser adultos y responsables de nosotros mismos. Se trata de ejercer nuestra libertad día a día y asumir las consecuencias de la misma sin más limitaciones que la libertad de los demás. Se trata de levantar Alcoy de nuevo…, mal que les pese a algunos.
Mientras, los trabajadores del Grupo Pascual se han unido para rendir homenaje al industrial alcoyano, Rafael Pascual Albero. ¿Puede haber mejor homenaje? Dicen de él, que es gran empresario, mejor persona. Es decir, que ambas cosas pueden ir unidas. Vaya, vaya…
¿Qué dirán en el futuro de aquellos que están entorpeciendo el desarrollo de la ciudad?