Las carencias en la formación
Los retos de la escuela del siglo XXI se sitúan en el ámbito de la sociedad del nuevo milenio: una sociedad con oportunidades y riesgos cambiantes donde los alumnos de hoy serán los ciudadanos del mañana. ¿Qué debe ofrecer la educación de hoy para los ciudadanos del futuro? Evidentemente no hay una fórmula mágica. No obstante, es evidente que en los últimos años se están produciendo avances científicos que deberían, al menos, hacernos dudar de metodologías tradicionales basadas principalmente en la transmisión de conocimientos. Javier Bahón nos apunta algunas destrezas que la educación tradicional no ha aportado a los alumnos: destrezas de comunicación, autonomía, seguridad, trabajo en equipo, creatividad, toma de decisiones, capacidad de enfrentarse a la vida…
Ante estas carencias en la formación de nuestros jóvenes, ¿qué puede hacer la educación? ¿Qué cambios se deben producir en el sistema? Ciertamente se trata de un proceso apasionante en cuanto afecta a todas las dimensiones del ser humano y debería facilitar el crecimiento personal. Hay algunas bases sobre las que se puede asentar el nuevo modelo (J.J. Vergara):
Continuar trabajando el razonamiento lógico-matemático, así como el método científico. Tampoco hay que descartar en modo alguno la ejercitación de la memoria. Para enseñar a pensar, David Perkins nos habla de destrezas y rutinas de pensamiento, unas herramientas muy útiles para entrenar el pensamiento de nuestros jóvenes.
Potenciar la dimensión emocional. Se aprende mejor cuando se disfruta de algo. Las clases deben ser divertidas y agradables. El profesor ya no debe “dar clase” sino vivir la clase. La educación de las emociones no puede faltar en la escuela del futuro, así como la interioridad y el conocimiento de uno mismo. Adquiere importancia la expresión artística como acto de creación. Mar Romera habla de la curiosidad, la admiración y la seguridad como tres plataformas básicas de aprendizaje.
Importancia de las relaciones. No puede faltar en los colegios el aprendizaje cooperativo. Se ha fomentado, tradicionalmente, de manera absurda la competitividad individual. La escuela debe disponer de herramientas que entrenen el trabajo en equipo y potencien las relaciones interpersonales y la creación de redes.
Fomentar la corporeidad. El cerebro aprende también con el movimiento de todo el cuerpo y no conviene dejar sólo este movimiento para las clases de Educación Física En este sentido cobra una importancia relevante la adecuación de los espacios al nuevo paradigma. Espacios diferentes, estimulantes, abiertos, mobiliario adaptado a las necesidades del trabajo grupal… Se están realizando propuestas realmente originales y sorprendentes en algunos colegios.
En este nuevo paradigma, cabe destacar la importancia de la interdisciplinariedad y la transversalidad (aprendizaje basado en proyectos, por ejemplo) como forma de dar sentido a estas propuestas. La escuela no ha de ofrecer conocimientos basados en la abstracción sino que debe representar la realidad misma (Pensar hoy la escuela del mañana, R. Gerver). El alumno del futuro debe ser competente y desarrollar diferentes “inteligencias” (no sólo la lingüística y matemática).
Finalmente, la escuela del siglo XXI no debe olvidar su vocación de servicio público y agente modificador de la sociedad, teniendo como meta la educación de ciudadanos solidarios, honestos y comprometidos. De este modo, la escuela inclusiva en todas sus vertientes, donde se facilita la integración de todos los niños en las aulas, es la respuesta más interesante ya que reproduce la diversidad que existe en la sociedad real. Escuela inclusiva que acoge también a las familias y aprovecha el potencial del conocimiento de padres, madres, abuelos… para ponerlo a disposición de la comunidad.
En definitiva, las nuevas corrientes que inciden en la importancia de cambiar las metodologías no pretenden despreciar los procesos de la escuela tradicional. Hay cosas que siguen funcionando y posiblemente no sea necesario cambiar. Además, las nuevas tecnologías (dispositivos móviles, tabletas, proyectores…) deben ser puestas al servicio del aprendizaje, pero su utilización no supone un cambio cualitativo en sí mismo.
Así pues, si queremos mejorar la calidad de la educación y formación que reciben nuestros ciudadanos del futuro (recordemos, serán nuestros cirujanos, políticos, economistas o pilotos) es necesario plantear procesos de renovación pedagógica que estimulen el conocimiento y la formación integral de las personas.