La vida es música ¿o era al revés?
Ayer vi una imagen preciosa. Se trataba de una corchea en la que una nota era un hombre y la otra una mujer. Se podía leer: “La música une a las personas”. Me encantó. Hay ocasiones en las que una imagen junto con una frase, te puede evocar un montón de recuerdos. A mí me recordó a mis padres.
Siempre bailaban en mitad de la cocina, cada uno en brazos del otro. La música salía de un aparato de radio que podría considerarse enorme, si lo comparamos con los actuales. Bailaban ajenos a todo lo que no fuera la música y ellos mismos. Recuerdo una mesa arrinconada, para improvisar una pista de baile, con los platos a medio comer y la voz de Armando Manzanero entonando: “…somos novios, pues los dos sentimos mutuo amor profundo”… Y me veo enganchada de la pierna de mi padre, mientras él seguía bailando ajeno a mis peticiones: “yo también quiero, yo también quiero” Hasta que Manzanero susurraba: “…y hasta a veces sin motivo y sin razón, nos enojamos…” En ese momento mi padre me tomaba en brazos, me daba un beso y me hacía partícipe de ese baile, que se convertía en un baile a tres.
Cada vez que escucho los compases de ese bolero, veo nuestra antigua cocina, saboreo de nuevo mi cena favorita de niña; filete empanado, siento el tacto de los pantalones de mi padre y vuelvo a oler el pelo de mi madre.
La música despierta nuestros sentidos, todos ellos. La música “mueve los afectos”, o si preferimos expresarlo con palabras de nuestro tiempo, “produce sentimientos”. Nos relaja cuando volvemos del trabajo, nos da energía en los días nublados con o sin nubes. Nos acompaña en nuestras rutinas, convirtiéndolas en diversión, porque, ¿Quién no ha cantado bajo la ducha, con botella de champú como micrófono, incluso? ¿Quién no ha tocado una guitarra eléctrica de aire? Esa guitarra que sólo existe en nuestra imaginación, pero que nadie toca como tú mismo. Ya puede ser largo o complicado el riff, ¡lo bordas! Separas las piernas, doblas las rodillas y pones la mano derecha delante de la hebilla del pantalón y la otra mano arriba con los dedos separados en las imaginarias cuerdas, doblados y apuntando hacia ti. Si tienes un día en el que te sientes genial, imitas el estilo de Jimi Hendrix. Tocas por detrás de la cabeza, tocas con los dientes, te descoyuntas el cuello y puedes romper la guitarra al final de la función. Total… se arreglará sola.
La música nos permite viajar con la mente, tanto a lugares y épocas de antaño, como a otros insospechados o futuros. Al escucharla sonreímos, lloramos, recordamos situaciones de la vida en las cuales ella ha estado presente para acompañarnos en el diario vivir.
La música nos agrupa, no nos separa. Puedes ser más de John, o más de Paul, pero eres de los Beatles, o de los Stones, o amante de la ópera, o del flamenco. Mientras no te guste Justin Bieber, todo irá bien —conmigo, quiero decir—.
Se define a la música, como el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios. Y… ¿no es eso, en parte, la vida?, ¿con sus épocas de ajetreo, seguidas de otros momentos más tranquilos?
Todos y cada uno de nosotros tenemos una vida a la que, indefectiblemente, le acompaña una banda sonora. Desde el nacimiento, nos arrullan con nanas, pero nuestros padres, tías y demás familiares, no son culpables de meternos el miedo en el cuerpo en forma de “coco”, que se lleva a los niños que duermen poco…, ni de que mirásemos a nuestro propio dedo pulgar con aprensión, porque era un pícaro gordo, que sin respetar al que fue a por leña, ni al que lo ayudó, tampoco al que puso el huevo, mucho menos al que lo frió, él solito, cual político desaprensivo (¿se puede decir político el día de reflexión?), se lo comióooooooo…
¡Qué decir de nuestras primeras baladas!, las que hicieron de amplificador a la hora de enamorarnos. Las chicas de mi generación no acertamos ni una con los cantantes. Nos enamoramos —antes de tener conocimiento, por supuesto—, de Miguel Bosé, Iván y Pedro Marín, pero a pesar de que nos emocionaban las canciones de Los Pecos, sospechábamos de la voz atiplada del rubio. ¡El único que se casó con una mujer!
Bromas aparte, la música, las canciones se instalan en nuestras vidas y las mejoran, pero entre todas sus bondades me quedo con esa capacidad de despertar nuestra memoria. Ayer fue un momento mágico de mi infancia, hoy han sido mis queridas compañeras de clase, mañana…
¡Mañana a votar!