La teta y la luna
No sé qué está pasando, no sé si el influjo de la luna, ahora que está poderosa y arrogante en el cielo de septiembre, está condicionándonos o volviéndonos un poco más tontos, un poco más ignorantes, un mucho más insensibles. Hace muchos años, corrían los locos sesenta, en pleno reino de la psicodelia, el pantalón de campana y la patilla de hacha, un guardia urbano, en no sé qué lugar, denunció a una librería por exhibir pornografía en su escaparate.
El elemento que perturbaba al digno funcionario era una reproducción a todo color (como se decía entonces) de la maja desnuda de Goya. Entonces fue un caso aislado, ahora parece que los tontos del haba, celadores de la moral, son legión. Las redes sociales están siendo víctimas de una extraña censura. Curiosamente no se censuran tremendas fotos de accidentes, insufribles fotos de niños de la guerra, animales destripados, toreros con las mantecas al sol, ajusticiados, desesperados peleando con concertinas, no se censura toda la vergüenza que es capaz de generar el ser humano. Lo que censuran son tetas. Como lo leen. Inocentes, tersas, turgentes tetas. Una sociedad enferma se delata por los motivos que la llevan a escandalizarse. Y ésta está dando visos de estar muy tocada.
Al parecer pueden mostrarse escotazos de vértigo pero a la que asoma la guinda la tapan con una suerte de esparadrapo virtual. Que digo yo que qué tendrán los torquemadas contra los pezones, esos delicados remates de delicadísimas glándulas. “Hacia donde apuntan tus pezones, voy a toda pastilla dando gas a la moto” (Serrat). El pezón, si es de hombre, sí puede mostrarse. A ver cómo lo digo delicadamente. Una teta así, sola, con su gravidez no es más que una parte del cuerpo femenino como un brazo o una mano, lo que pasa es que hay individuos de una madurez sexual bajo mínimos que hasta serían capaces de ver la mano de una mujer como un simple instrumento de su glotonería onanista (perdonado sea lo grosero de la imagen). “Pero otro día toco tu mano. Mano tibia. Tu delicada mano silente” (“Mano entregada”. Vicente Aleixandre).
Hay que estar muy enfermo para ver cochambre en uno de los actos más tiernos, transcendentes y tan celebradores de la vida como es el de amamantar. El otro día, en Granada, una mujer fue expulsada de un lugar público por dar el pecho a su bebé. Se están dando muchos casos en las últimas lunas.
Recientemente, una conocida presentadora de radio y televisión, con ciertas veleidades hacia el mundo de la fotografía, publicó una obra suya en otra no menos conocida red social. Lejos de cantar las excelencias o la mediocridad de la obra, los administradores de la red la retiraron por ofensiva. La foto reproducía la sombra de la teta de la chica con una sediciosa, provocadora, escandalosa protuberancia. Un pezón. “Tus senos son flores sin tiestos y punzan frambuesas con sabor a leche” (Tristán Tzara).
Quizá es que por mi oficio, por mi punto de vista estético de la vida, porque he dibujado con modelos desnudas, no acabo de relacionar el sexo con una teta al aire, salvo que me la pongan delante y me inviten a comulgar con ella. Pienso que no hay nada más antierótico y a la vez más lleno de belleza, que una playa nudista, ni más ni menos belleza que la de un árbol, la de un nenúfar o la de un lince ibérico, todos ellos a lomos de la divina proporción (¡Toma!).
Así que, señores y señoras de rancia moralidad y caspa en el alma. Tengamos la teta en paz y huélguense ustedes tanto como yo en su contemplación y aún en su magreo que no hay nada más natural y saludable, que abrirse paso hacia la eternidad entre dos lunas llenas de carne amantísima.