La paz engañosa

Es una palabra tan simple que se escabulle en los propósitos. Son los dirigentes políticos los que se reúnen en los despachos para registrar las buenas intenciones, acumulando horas de invierno con la finalidad mostrada al final de la jornada, ante los ojos de las cámaras, que es posible la paz. Lo dijo Putin complaciente y satisfecho la otra noche de febrero dibujando en su rostro una sonrisa de ensayo. Se supone que todo era un engaño. El dirigente ruso exhibía un triunfo diplomático como un resultado de fragante utilidad. El otro, el adversario no sonreía en la complicidad de un éxito, porque su rostro mostraba la vivencia atravesada de lo sombrío, la línea roja del desacuerdo, la sombra desesperada de la negación.

¿Porqué nos engañan de esa forma tan estúpida? La paz no les conviene porque el negocio es demasiado abultado. Existen intereses, convenios, intrigas, capitales, fábricas de armas, toda una biografía desmantelada de poderío que quedaría perdida para siempre con la firma de la paz. Los perdedores son la población civil que sufre el desprecio de la guerra, los bombarderos que arrasan, las balas que buscan el blanco de la muerte, los ojos que miran el horror acumulando siglos de venganzas, cadáveres de ayer que siempre han clamado por la paz nunca conseguida.
Siglo veintiuno con la guerra encadenada como una inversión, con las ganancias mostrando los dividendos en los papeles de las finanzas.
Mientras tanto crepitan en los periódicos las fotografías de la desolación de las ciudades y las imágenes de las televisiones entran en las salitas de estar de los hogares cuando nosotros, que estamos a salvo, contemplamos diariamente esa parada de muerte que pastorea por esos lugares infernales usando esa fórmula tan sutil de la indiferencia, empleando la letanía de que son cosas que pasan, porque el mundo anda desquiciado en el derrumbe de una insistente perdición.

Jaculatorias por la paz que se mistifica en los templos como un temblor individual para alcanzar la felicidad en esta vida, lo otro, la guerra encadenada es cosa de los políticos con sus avatares y conveniencias.

Es la paz disimulada que no conviene para los poderosos porque impide el progreso mercantil para aumentar la codicia de sus ganancias. Lo de siempre. Por eso se busca la palabra hostil, la consecuencia del conflicto.

¿Firmar la paz? Putin sonreía con la apariencia del triunfador. Pero no del hombre bueno, porque la bondad desde los tiempos gloriosos de la civilización desbarata los buenos negocios.

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