La Armónica Alcoyana y la sutilidad de sus notas
Hacía tiempo que decidí no asomarme a la ventana del comentario musical, pero el pasado domingo, en el Círculo Industrial, se vivieron algunos momentos de emotividad durante el concierto de la Armónica Alcoyana, que además sirvió como adiós a su codirector Francisco M. Fenollar , que deja el cargo después de varios años de alternancia. Por tal motivo y casi como colofón a su centenario aprovechamos estas líneas, en las que además es justo reconocer el agradecimiento hacia el público fiel.
Un programa escogido de forma ambiciosa, consiguió aglutinar obras de Albéniz, Tárrega, Sibelius, Mercury o Tomás Bretón. Con la “Meditación”(1) de Thais del gran Massenet, afloraron las primeras lágrimas entre el respetable, sobre todo, cuando la bandurria solista -acariciada por Amparo García- convirtió en mágicos los acentos musicales de esta pieza, que siempre nos apabulla por la sutilidad de su romanticismo. El éxito fue rubricado seguidamente con el “Vals n.º 2” de Shostakovich, que arrancó sonoros bravos con los que se cerró la primera parte.
Pero sin lugar a dudas, el punto álgido de la velada se consiguió durante la interpretación de la “Historie du Tango” (2) (Café, 1930), que en perfecta simbiosis llevaron a cabo Moisés Olcina (acompañado de su saxo) y la centenaria agrupación. Cuán argentinos sonaron sus compases, qué porteños e intimistas estos momentos de ensueño creados por el aplaudido Astor Piazzola y qué inspiradas las cadencias del solista, que en todo momento disfrutó y nos hizo disfrutar con su exquisitez interpretativa.
Pocas veces hemos tenido la oportunidad de escuchar las “Bachianas Brasileriras” de Heitor Villalobos en Alcoy, y afortundamente, Francisco M. Fenollar “Quico”, tuvo la genial idea de incluirlas en el programa. Una exhalación de paz, belcantista y suprema se apoderó de la sala, contribuyendo a ello -con gran notoriedad- la soprano Charo Martos, quién siempre nos atrapa en estos registros de la media voz.
La agilidad vertiginosa de Juan Luis Ivorra –como solista del laudino– nos enganchó durante la ejecución de las “Malagueñas” de Pascual y Cantó, ofreciéndonos la brillantez y pasión exigida por los autores. Los aplausos se convirtieron en calurosos y emocionados.
Federico García Lorca y su desgarrador poema “La sangre derrramada”, estuvieron presentes en la velada -de la mano de J.Javier Gisbert y Moisés Olcina-, sonando como ilustración musical los acordes del maestro Falla, que sirvieron para crear la atmósfera necesaria a este canto de amor hacía la figura del diestro Sánchez Mejía. Fue una nota colorista en la noche, y un tributo de admiración –en esta velada– a la Armónica Alcoyana y su director.
Como broche final, un dulce de membrillo, una peladilla del “verismo”; hablamos de la interpretación del archiconocido “O mio babbino caro” de la ópera “Gianni Schicchi” de Giacomo Puccini, que sonó etéreo, sutil y celestial.