Jugando con el Quijote. BARTOLOMÉ SANZ ALBIÑANA. Doctor en Filología Inglesa

Cada uno ha tenido su experiencia personal con la novela cervantina universal. La mía, todo hay que decirlo, no fue traumática. A finales de los sesenta mi profesor de literatura era don José Mª Belarte, un gran profesor cuyas enseñanzas aún rondan por mi cabeza. En aquella época existía un listado de lecturas de las que el alumno tenía que hacer un resumen: Cantar de Mio Cid, algo de Berceo, La Celestina, las coplas de Jorge Manrique, etcétera, y, por supuesto, el Quijote, pero servido en un menú aderezado con las diferentes novelas que lo integraban: cuentos de locos, novela pastoril (Marcela), novela bizantina (El capitán cautivo), novela tipo italiano (El curioso impertinente), etc.

Se seguía la doctrina, no siempre practicada, de que a un bebé no se le podía dar “una olla de algo más vaca que ternero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados…”, ya que al final todo se reducía a una traducción, y para eso ya teníamos a Virgilio en latín y a Homero en griego, de modo que la estrategia, a cuarenta y cinco vista, no parece descabellada y tenía su razón de ser.

Ahora que cada mes aparece una nueva propuesta para acercarnos al Quijote —la escolar de Arturo Pérez Reverte, la traducción a lenguaje inteligible de Andrés Trapiello, la académica de Francisco Rico y otras que aparecerán a lo largo de este año y el que viene—, se me ocurre una que no es muy original: leerlo en inglés. Prueben con la traducción de Edith Grossman o de Cohen, Putnam, Motteaux, Raffel, Phillips, Ormsby, etc., para comprobar cómo sudan los traductores. Como saben los expertos, las traducciones envejecen más rápidamente que los originales, de ahí que podamos elegir entre unos sesenta Hamlets en castellano y unos quince Quijotes en inglés (aquí el tamaño sí tiene su importancia).

Vamos al experimento, que consta de dos partes. En el primer capítulo del Quijote encontramos en unas treinta palabras la descripción de la dieta de Alonso Quijano, en la que se incluyen “salpicón”; “duelos y quebrantos los sábados”, etc., (la edición del profesor Rico es fundamental para enterarnos de lo que se alimentaba, o bien podemos acudir a traducciones en inglés: “hash”, “the leftovers”; “an omelet on Saturdays”, “eggs and abstinence on Saturdays” son las más comprensibles, y por extraño que parezca, la dieta varía según los traductores). No son las palabras lo que resulta difícil de traducir sino los conceptos, las referencias ocultas y los elementos culturales que a veces no existen en otras culturas. Imposible que un nórdico entienda los elementos de que se compone la armadura de un caballero andante, del mismo modo que a nosotros nos resulta complicado imaginar la existencia de cincuenta tipos diferentes de nieve.

Inventos, omisiones, adiciones, tergiversaciones, muchas explicaciones entre paréntesis o a pie de página: esas son algunas de las estrategias de los traductores. Al final sabemos que al Quijote se le iba un dineral en alimentación. Traducir no es una bicoca, y mucho más, un texto literario. ¿Cómo determinar lo que es equivalente dinámico en otro idioma, cuando lo que se intenta traducir no existe en la lengua término? Uno tiembla al meterse en la piel de un traductor, y también al ponerse en el lugar del extranjero que se acerca a nuestra novela universal, y tengo mis serias dudas de que el último llegue a captar la mitad del alma española que el texto cervantino transmite.

La segunda parte del experimento consiste en identificar algún refrán o paremia y observar cómo se ha trasladado al inglés. La paremiología se dedica al estudio de refranes y proverbios y supone una profundización de la naturaleza humana. Nadie pone en duda que un refrán encierra una sabiduría, la más de las veces referida a lo local, y no a lo universal; a lo específico, y no a lo concreto. ¿Cómo le decimos a un australiano que “de noche todos los gatos son pardos” (Sancho Panza, cap. XXXIII, 2ª parte), “ande yo caliente y ríase la gente” (Sanchica, cap. L, 2ª parte) o “con la Iglesia hemos dado” (Sancho Panza, cap. IX, 2ª parte)?

Por lo que respecta a las traducciones al propio idioma, hace unos quince años surgió en Reino Unido la controversia nacional sobre si traducir o no a Shakespeare al inglés moderno. Tras un largo debate, un 40 % se mostró a favor, mientras que el restante 60 % se opuso a la propuesta. No obstante, hoy existen colecciones en donde encontramos ambas versiones, es decir, el original a la izquierda, y la traducción moderna a la derecha. De modo, que no existe mucha originalidad en la propuesta de Trapiello, pero bienvenida sea, si sirve para lo que se ha hecho.

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