Humanizar las cifras
Que las cifras, por sí solas, pueden ser ‘heladas’, es algo que a nadie se le escapa. Considero que siempre debemos tener en cuenta que detrás de ese número hay personas, que tienen cara, nombre y apellidos, y que en la mayoría de ocasiones están viviendo situaciones desesperadas.
Porque, claro, esas cifras a las que me refiero no son las de la lista Forbes con las personas más ricas del mundo, sino las que se recogen en la memoria de Cáritas referentes a alcoyanos que no es que no lleguen a fin de mes, es que muchos ni siquiera llegan al principio, y necesitan ayuda.
Que en Alcoy haya 1.349 personas que han tenido que ser atendidas por Cáritas para poder hacer frente a su día a día es más que preocupante. A diario paso por delante del economato –que atiende a unas 400 familias– y cada jueves, cuando presta servicio, ya a mediodía veo los carros guardando cola y a muchos de sus propietarios situados en aquellos puntos en que ahora la sombra les acompaña en mayor medida. Conozco a muchos de quienes esperan para poder comprar en el economato, hay gente de mi edad a la que las cosas le están yendo francamente mal, que esperan pacientes a que abra para poder adquirir productos más que básicos para su subsistencia y la de su familia. No es necesario esperar fuera antes de que abra el economato, hay tiempo y comida más que suficiente para todos los usuarios que acuden, pero allí están jueves tras jueves, a la espera. En una ocasión pregunté a una persona que conozco por qué acudía tan pronto, pasando frío o calor, y no supo qué responderme. Quizá esa era desde hacía meses su rutina de los jueves, y como tal la seguía a rajatabla cada semana.
Son personas abocadas a tener que pedir ayuda ante los dramas que están viviendo. En muchos casos la situación se ha vuelto crónica, lo que agrava el problema y la solución, en una sociedad en la que todos deberíamos tener trabajo, cubiertos unos derechos para llevar una vida digna y poder cumplir también con nuestras obligaciones. Nunca hay que rendirse pero, después de una década de crisis, hay muchos a quienes hablarles de trabajo, de derechos y de vida digna les suena a ciencia ficción.