Evite las tentaciones, por favor
Si en algún momento de debilidad se le ha pasado por la cabeza contratar algún nuevo servicio de esos que los anuncios te sirven en bandeja. Si por un instante ha caído en la tentación de hacer caso a alguno de los mensajes que le han llegado a su móvil con la mayor oferta que jamás haya recibido. Si ha tenido la mala suerte de descolgar su teléfono móvil y al otro lado se ha encontrado a una amable telefonista dispuesta a no dejarle escapar sin lograr un sí por respuesta. Si por alguna de las circunstancias ha abierto un correo electrónico de esos que acaban en la bandeja de ‘no deseados’ y ha sido abducido por una de esas irrechazables promociones. Si el instinto de comprador compulsivo que todo bicho viviente lleva dentro le ha jugado una mala pasada y le ha llevado a coger uno de esos folletos que se te cruzan por el camino, esos que aparecen agazapados en el buzón o que alguien con una inocente amabilidad le ha acercado a su mano. Si le ha ocurrido algo de eso, sea fuerte, respire, tómese una tila, invente cualquier excusa, hágase el sueco.
Cualquier cosa, cualquier cosa será mejor que pasar a ser una más de las víctimas de esas redes de captación de clientes de esas macrocompañías extienden por el mundo y que son capaces de cazar al primer ser dubitativo que se encuentren. Al primer inocente que ande suelto.
Sí, lo admito. En un momento de debilidad, de perturbación, de estupidez supina, de irresponsabilidad, de ilógica tentación, de no se qué… he cambiado de compañía telefónica. De contrato. Y me entregado a esos cantos de sirena aceptando los maravillosos servicios que solo esa nueva compañía es capaz de ofrecer.
Si alguien ha pasado por esta situación sabrá a lo que me refiero. Tan fácil es comprometerse con una compañía como desligarse de la otra. La operación travesía del desierto ha finalizado, creo, satisfactoriamente. Absténganse de tentaciones. Por favor.