¿Una ‘sucreria’ por favor?

Por regla general cada pueblo, cada comarca, suele tener su plato típico o su guiso característico, que publicitan y del que alardean tal si fuera manjar de dioses; por citar de aquí mismo “les bajoques farsides, la pericana, l’olla de music, la borreta”. De la misma manera se jactan, se vanaglorian de su clásico dulce, su azucarado panecillo o su representativo bombón, o bien esa torta sorprendente e inigualable. Y si de pronto, de repente, por un cataclismo inimaginable se eclipsa, se esfuma, desaparece ese estupefaciente goloso capaz incluso de originar gentilicios ¿qué podría ocurrir? ¿La hecatombe se sobrepondría?

Cuando nuestro Club Deportivo Alcoyano jugaba en primera división, o en aquella segunda de verdad, en la prensa nacional era corriente citarlo como el equipo “peladillero”, y a más de una alcoyana por ahí la adjetivaban como “peladilla”. ¿Nos quedan peladillas? Digo, de verdad.

El 30 de junio último cerró “El Túnel”. Unos años antes “El Campanar”, y también “El Negret”. Tres confiterías –“sucreríes”- señeras, y, claro está, artesanas, como lo fue “Confitería San Jorge”.

Las mejores peladillas, se decía, eran las de “El Campanar”, se recuerdan también las de Leopoldo Gadea “El Quiosco”. Con el reciente cierre de “El Túnel” no sólo las peladillas sino toda esa repostería de artesanía, de acreditados menestrales –maestros pasteleros-, en Alcoy puede pasar a engrosar nuestra historia, como el telar manual, la máquina de vapor, el arado, y tantas cosas sustituidas por novísimos artefactos para fabricaciones en serie de compuestos aderezados a base de revoltijos y combinaciones de productos químicos.

Cualquiera que haya ido a Ávila habrá comprado yemas de santa Teresa, y seguramente preguntaría dónde se vendían las más auténticas, dónde estaba la pastelería más antigua, y lo mismo con los Miguelitos de La Roda, o los tocinitos de cielo de Murcia, los borrachuelos de Málaga, las floretas de Salamanca, las filloas gallegas, etc.

Mi abuela Teresa, golosa como ninguna, nos mandaba a comprarle palos catalanes y merengues de “davall del Campanar”, y a veces de “El Negret”. Para mi padre pasteles de carne como “El Campanar”, ningunos. En repostería rivalizaban Campanar y Túnel –empresas de solera–, cada una tenía sus adictos.

En la guía de Martí, de 1864, no aparecían, pero en la de Remigio Vicedo, 1925, puede leerse “Andrés Candela, Juan”, Pintor Casanova, 2, y “Gadea Bernabeu, Francisco”, Carmen, 9. Si repasan las revistas de Fiestas de los años cuarenta y cincuenta podrán encontrar: Miguel Sancho García, sucesor de Juan Andrés Candela “El Campanar”; Hijo de Francisco Gadea, “El Túnel”; Hijo de Francisco Mora Valor “El Negret”. Tres marcas registradas. Recuerdo a D. Miguel Sancho, todo un señor, con su corbatín de pajarita, D. Francisco Gadea con su pulcro guardapolvo blanco, y a D. Miguel Mora al que evoco más como cabo de los Miqueros, la filà de mi abuelo Federico, cliente de “El Negret”, por cierto.

En fin, ¿compraremos dulces envasados en plásticos?, y las peladillas de Xixona ¿no? Pobres golosos, les han hurtado el gozo de apasionadamente arrepentirse –dolor de atrición- de haber infringido el juramento de no jalar buenas golosinas, y vedado un futuro diabético.

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