Un tic tac en la noche
Mi amiga Laura había aceptado hacer un Erasmus en París y me había dejado su apartamento durante esos tres meses que duraría su permanencia en la ciudad luz, como suele llamarse a la hermosa ciudad del Seine.
Yo solía dormir de un tirón toda la noche, pero últimamente y durante dos veces por la noche oía un tic tac que me despertaba y por supuesto me inquietaba. De día todo permanecía en calma.
Quizás uno de mis múltiples defectos es ser muy curiosa y claro, empece a indagar. En el piso de arriba vivía una señora mayor y como suele ocurrir a todas las mujeres que ya hemos superado la juventud, pues necesitamos ir al baño un par de veces por la noche y claro, la señora en cuestión iba con su gayata y cada paso resonaba en mi cabeza y eso me despertaba, luego venían a verla las personas de “Asistencia social” la vestían, le daban de comer y la sentaban al lado de la ventana donde parece que permanecía todo el día, luego volvían para acostarla.
Mi curiosidad hizo que la saludara y empezamos a tener una muy interesante conversación.
Me contó que su padre como republicano pasó la frontera y entró en Francia, estuvo preso en el campo de concentración Saint Ciprient, luego entró en el ejercito francés y luchó contra el ejercito alemán, que en menos de cuarenta días conquistó Francia, mientras el ejercito francés permanecía en la linea “Maginot” la misma de la primera guerra mundial.
– Yo nací en Francia, pero esta tierra me gusta mucho, el sol es espléndido y la comida casi tan buena como la francesa.
– Según parece la primera guerra mundial causó más de veinte millones de muertos, de ahí que bajo el Arc du Triomphe de París permanece la flama encendida de todas aquellos asesinatos y de la segunda más de ochenta.
– Sí, los muertos se pueden contar, los sufrimientos nunca, pues quedan en nuestro corazón, le repuse.
Sin olvidar el pasado, pensé que vivir el presente era más importante e intentar de ir creando como comunicarnos tanto en cosas pasadas como en proyectos futuros algo muy necesario.
Así que iba varias veces a charlar con ella, pero un día ya no la encontré, el piso estaba vacío y me dijeron que había ingresado en una casa de reposo para “la tercera edad” como solían llamar a los geriátricos.
Un tiempo después me dijeron que la señora había fallecido y me dieron una cajita, con sus escritos de recuerdos inolvidables y una cantidad de dinero que supuso, para mi, superar mi deficiente situación económica. Y claro, mi corazón quedó eternamente agradecido.