Transhumanismo como religión: Homo tecnologicus, homo Deus.
Nietzsche hace ya más de un siglo nos advertía que Dios había muerto (“La gaya ciencia”, 1882) y que lo habíamos matado nosotros. Y es que a finales del siglo XIX se estaba imponiendo una cosmovisión materialista y mecanicista de la existencia del ser humano que iba poco a poco expulsando todo lo trascendental del mundo y todo lo espiritual del ser humano. Ya en el siglo XX, y tras dos Guerras Mundiales, esta visión antimetafísica y mercantilista de la vida se impuso con sangre, y tras esa estela roja, llegó al siglo XXI con otros ropajes más decorosos y relucientes. La vestimenta pomposa con la que esta vieja ideología se engalana altiva en nuestros días es el llamado transhumanismo.
El transhumanismo (abreviado como h+) se define como un movimiento intelectual y cultural que declara abiertamente tener como objetivo transformar la naturaleza del ser humano mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías que “mejoren” las capacidades humanas y prolonguen la existencia física del cuerpo el mayor tiempo posible. Pero el transhumanismo no es, como algunos pretenden, una nueva filosofía más acorde a estos tiempos nuestros de cuarta revolución biotecnológica sino, más bien, es una ideología añeja que por momentos se presenta disfrazada como una nueva religión, quizá la última de esta raza humana…
En 1932 fue publicada por primera vez la novela más famosa del escritor A. Huxley, titulada con sorna “Un mundo feliz”. En ella se refleja una sociedad avanzada tecnológicamente donde se practica la manipulación reproductiva del ser humano en fábricas de bebés y la promiscuidad sexual es un deber del buen ciudadano, una sociedad programada al detalle donde no hay guerra ni hambre y todos son “felices” bajo los efectos narcóticos de una droga anestesiante que se consume a diario, una sociedad dividida por castas, en el fondo, un sociedad banal e idiotizada, donde se han eliminado la pareja y la familia, el amor y las emociones, el arte y la filosofía, en definitiva, todo lo esencial y trascendental que nos hace humanos y a veces, como diría Nietzsche, “demasiado” humanos… 16 años después, en 1948, G. Orwell escribió otra famosa novela distópica, “1984” popularizando el concepto de Big Brother o Gran Hermano (que ya adelantó el padre del utilitarismo J. Bentham a finales del siglo XVIII con su libro “Panóptico”) en una sociedad totalitaria donde se practica la vigilancia masiva y se manipula la información con censura y represión a través de una neolengua, una Policía del Pensamiento y un Ministerio de la Verdad, entre otros. En la primera novela, la tecnología se usa sobre todo para entretener y adoctrinar, atontando al ser humano y convirtiéndolo en no mucho más que un cultivo vegetal sin ánimo ni voluntad. En la segunda, la tecnología se usa para controlar, “Vigilar y castigar” (por citar el libro de Foucault) de forma autoritaria y violenta. Nuestro matrixiado sistema social vigente, aún más tras el experimento de ingeniería lingüísticosocial a nivel mundial del 2020, se explica -lamentablemente- como la suma de ambas. No hace falta ir al ejemplo de China para ver lo que una sociedad orwelliana puede ser en nuestros días. Ni hace falta irse muy lejos para escuchar de nuevo esa agenda pérfida y malévola de “no tendrás nada y serás feliz”. ¿”Feliz”? Filósofos y escritores pioneros ya nos advirtieron hace tiempo al respecto disfrazando de ficción en el pasado lo que podría hacer la ciencia en el futuro. Y en esa estamos hoy…
Pues bien, el transhumanismo no sólo pretende dar carta filosófica y cuño ético a esta barbarie distópica que, unos más que otros, ya estamos viviendo, sino que pretende ir aún más allá y fundar la nueva religión del posthumanismo tecnocapitalista con una especie de humanoide sintético “reparado”, “mejorado”, “aumentado” con ingeniería bionanotecnológica, una especie de cyborg con cerebro y médula biológicas y soporte corporal robótico, un homo tecnologicus. En el primer punto del Manifiesto Transhumanista (1999) leemos: “en el futuro la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra”. De nuevo, la idea parece Barbie, pero no es oro todo lo que reluce. ¿Qué esconde en realidad este transhumanismo tecnológico tan prometeico? Bueno, ¿qué te hace a ti humano, querido lector? ¿Y cuántas partes de ti reconoces? ¿Cuál es el precio de tu alma?
No somos el fruto probabilístico del azar matemático ni un error divino de percepción delante de un espejo ni el sueño roto de un mono loco, nuestro cuerpo no es una tumba ni una cárcel ni tiene de serie defecto de fabricación ni es el experimento fallido de otros seres cósmicos en dimensiones paralelas… el transhumanismo postula que quiere “liberar” al ser humano de su propia defectiva naturaleza biológica y transformarlo con nanobiotecnología en otra cosa, en una nueva raza de híbridos posthumanos superhumanoides andróginos y longevos (140 años hacia delante) que puedan “colonizar” otros mundos como otrora otros continentes, el sueño húmedo de más de un “filántropo” como Elon Musk. ¿Y si algo parecido ya pasó aquí en nuestro planeta? ¿Y si los dioses de las antiguas civilizaciones eran astronautas híbridos, científicos, militares, exploradores? En definitiva, si matamos a Dios era para ser nosotros dioses. Saturno devorando a su hijos para que no lo devoren a él. Los mitos no son sólo cuentos de viejas y la historia no es cómo nos la cuentan. ¿Qué aprendemos desde qué nacemos, qué nos enseñan? “Homo Deus. Breve historia del mañana” es el título del libro del escritor israelí Yuval Noah Harari, un gurú del nuevo totemismo tecnológico. “Sapiens, de animales a dioses” es el otro libro de este “historiador”… Ambos títulos presuponen ya una declaración de superlativas intenciones. Pero bueno, yo, antes que leer los delirios de grandeza del transhumanismo tecnocapitalista más porno, prefiero revisitar, con nuevos ojos, pelis como Metrópolis, Blade Runner, Ghost in the Shell, Gattaca, Yo robot, Matrix, Avatar y algunas más…
El viejo fisicalismo cientificista de toda la historia de la filosofía cobra sesgos psuedoapocalípticos en nuestros tiempos cuando se fusiona con los últimos avances de una nanobiotecnología en manos de unas pocas empresas transnacionales. Pero, ¿qué quieren estos pocos, el 1% del 1%, si ya lo tienen todo? Lo que quieren es tu alma. Punto. Lo que pretende esta ideología de fondo es el olvido de lo que somos, la esencia misma que anima a esta forma humana, llámese fantasma en la máquina o psiqué, espíritu o alma, conductor o piloto, chispa divina o energía, mejor todavía. Con los falsos profetas llega la adoración a los ídolos de barro y el viejo mito de la inmortalidad recibe aquí el neonombre de “amortalidad” proclamando así la próxima “muerte de la muerte” y enarbolándolo con presunción antropocéntrica como nuevo lema. En definitiva, el transhumanismo no es la nueva filosofía tecnológica destinada a expandirse y ponerse inevitablemente de moda, ni los cimientos de la nueva religión-estado de un futuro “feliz” sino una traición en toda regla a a la esencia del ser humano, un golpe bajo y de poco honor, un movimiento deshumanizador, una ideología antihumana que lleva al suicidio de nuestra raza humana. Simplificando el argumento, es una obviedad: el transhumanismo es antihumanismo porque el ser humano no es mecánico sino natural. El valor de tu naturaleza humana, el tesoro de tu alma, no tiene precio. Punto y final. No la vendas por nada. Si por el transhumanismo fuera, seres infrahumanos, humanoides-máquinas acabarían pululando por la tierra y el ciberespacio. En esta distópica sociedad posthumana la base de la nueva pirámide tecnócrata serían los más pobres, la mayoría, humanos obsoletos que no tienen dinero para hacerse implantes protésicos ni “mejoras”, obreros borregos. Los ricos serían humanos híbridos, algunos más “aumentados” que otros, los más ricos tendrían “superbebés” clonados en fábricas de nacimiento, humanos editados de diferentes calidades según tu poder adquisitivo y tu estatus. Y por encima de ellos, en la misma punta de la pirámide, los capos del mundo, los jefazos oscuratis, una nueva especie de inteligencias biotecnológicas que puedan ir transfiriendo su identidad, experiencias y memoria una vida tras otra en diferentes recipientes y avatares… Sea como fuere, la eugenesia siempre ha sido defendida por algunos, desde Platón a los nazis. Pero desde que en 1966 salió a la luz la oveja Dolly como primer mamífero clonado a partir de una célula madre ha llovido mucho en avances tecnológicos. Así que, a saber… Lo que sabemos es que a día de hoy ya se pueden fertilizar óvulos sintéticos con espermatozoides artificiales en incubadoras biotecnológicas. La empresa EctoLife, con sede legal en Valencia, es un ejemplo que nos pilla cerca…
Para acabar, ¿acaso tú no salvarías la vida de tu hijo con un órgano biónico? ¿Y, bueno, venderías tu cuerpo para conseguir el necesario dinero? ¿O descargarías los datos de tu cerebro a una interfaz computacional? ¿Dónde están los límites? ¿Bioética o neuroderechos? Marcapasos, audífonos, lentes de contacto, implantes dentales, prótesis robóticas, tetas por estética, retoques faciales por imagen, eliminar el síndrome de down o la fibrosis quística, elegir el color de los ojos de tu bebé, su forma y tamaño, tener sexo con putabots, enamorarse de una IA en un entorno virtual “expandido” al gusto del consumidor, tener mascotas androides que nos sirven de consolador, despertador y móvil, comer carne animal, carne humana, carne sintética cultivada en una nueva imprenta 4D de laboratorio de marca a partir de células madre extraídas de animales, suero fetal, placenta y otros “nutrientes”… y para qué seguir con esta barbarie. En definitiva, en los nuevos devotos de los algoritmos de la IA, del internet de las cosas (IoT) y de la Big Data quieren algunos hacer nacer sin parto una nueva religión que la unifique a todas en este cientificismo nanobiotecnológico: el transhumanismo dataista. Su Dios, son unos y ceros, información, datos. El cerebro, un bioordenador de redes neurotecnológicas. El ser humano, si cabe, un dispositivo biotecnológico que puede superar su defectuosa obsolescencia natural transformándose en otra cosa, en un homo tecnologicus que, a su vez, pueda re-crearse a sí mismo una y otra vez como un Dios, un homo Deus. ¿Dónde están los límites de lo humano cuando nos volvemos arquitectos del ADN y fusionamos nuestra biología con una IA? Bueno, ¿dónde están tus límites, querido lector, que hasta aquí has llegado? Gracias.
Alejandro Roselló, profesor de filosofía del IES Cotes Baixes (Alcoy)