Seis furgonetas, dos millones de kilómetros y 50 años como repartidor

En 1974 empezó su aventura con la prensa, concretamente, con el reparto de ella. Después de toda una vida, Alfonso Rodríguez, se ha jubilado

Seis furgonetas, dos millones de kilómetros y 50 años como repartidor
Alfonso Rodríguez, a las puertas de El Nostre, con un paquete de periódicos. | SHEILA GARCÍA

¿Quién conoce mejor los pueblos, las montañas y las noches en silencio que un repartidor de prensa? Alfonso Rodríguez, un alcoyano que ha pasado medio siglo portando noticias a tiempo, podría decir que nadie. A sus 65 años, y después de 50 de oficio, se jubila con más historias que kilómetros recorridos. “Aunque los tiempos hayan cambiado, en el auge de la prensa impresa, los repartidores éramos esenciales. Con horarios al revés del mundo, nos encargábamos de que la prensa llegara a su destino a tiempo”, explica.

Su aventura empezó el julio de 1974, cuando tenía solo 14 años y acababa de dejar la escuela. “Mi profesor en Sant Antoni nos daba opciones de trabajo. Me presenté a cinco: fontanero, repartidor… Al final probé suerte en el almacén de prensa y, desde ese momento, me dediqué a esto”, recuerda Alfonso, quien en ese entonces no madrugaba tanto. “Iba con otro repartidor porque no tenía carnet de conducir. Por las mañanas llegaban Información y La Fulla del lunes de Valencia, y por la tarde el resto, en avión, a las 16 horas”.

Con el carnet de conducir en mano y el servicio militar cumplido, Alfonso asumió nuevas responsabilidades. En 1987, le ofrecieron la famosa ruta de montaña. “Cubría desde Benilloba, Confrides, Callosa d’en Sarrià y volvía por Finestrat, La Nucia, Alcoleja… Esto hasta el 98”, cuenta. La labor no era fácil. “Fueron 11 años con nieve, hielo, muchas calamidades. Dejabas el periódico en el bar, en la ‘tiendecita del pueblo’ y después de tantos años, dije basta de sufrimiento por carretera”, confiesa.

Dejó las montañas, pero no el reparto, y a lo largo de su trayectoria Alfonso acumuló mil historias para el recuerdo. “Un día ‘secuestraron’, así decían ellos, una revista porque salía una chica en biquini. La policía dijo: ‘Venimos a recogerla’. Otra vez, por una foto política-militar, tuvimos que recuperar todas las revistas ya repartidas. Imagínate la época”, explica entre risas.

Además de anécdotas, Alfonso guarda el afecto del contacto con la gente. “Este trabajo me ha gustado siempre porque siempre tratabas con personas. Muchas veces las papelerías estaban cerradas, y nos daban las llaves para poder dejar la prensa. Llegué a tener más de cien llaves”, dice.

Sin embargo, una de las características más peculiares de su trabajo, fue la rutina, marcada por horarios inversos. “Vivía al revés del mundo. Me levantaba a la 1, bajaba a Elche a las 2, manipulaba paquetes, y a las 6 salíamos. Acabábamos a las 9, comía, dormía hasta las 8, cenaba con mi mujer y volvía a acostarme”, relata. Fue así, de lunes a domingo, durante más de 12 años.

Con la digitalización de la prensa y el cambio de modelo de los transportistas, estos últimos años han sido menos soportables para Alfonso. “Con lo que me gustaba esto, los últimos dos años me han aburrido. He repartido mil paquetes y poca prensa, pero al final es el futuro”, comenta.

El declive de la prensa impresa también marcó su rutina. “De El Ciudad, repartíamos entre 2.000 y 3.000 periódicos; ahora, veinte son un milagro. Solo quedan personas mayores que todavía disfrutan del papel. Los jóvenes, imposible”, señala. “De cinco días de reparto con El Ciudad, pasamos a uno. Empezamos con 52 puntos de venta de prensa y ahora solo quedan 15”, dice. Alfonso también recuerda cuando el periódico deportivo aumentó sus ventas gracias a promociones como pelotas o camisetas, pero esto también quedó atrás.

A pesar de todo, el repartidor atesora lo vivido. “Me ha gustado mucho, oler el papel recién impreso y tratar con la gente, nunca he tenido problemas con nadie”, asegura con orgullo. Después de seis furgonetas y más de dos millones de kilómetros recorridos, se despide del oficio que marcó su vida. “Son tantos años que se quedan grabados por siempre jamás”, concluye este trabajador nocturno, testigo de la época dorada de la prensa.