Relojero, un oficio de cuna que escucha los últimos ‘tictacs’

Jorge Botella es la tercera generación de una familia dedicada a esta profesión

Relojero, un oficio de cuna que escucha los últimos ‘tictacs’
Botella en el reloj de Santa María. QUIQUE REIG

“Es una profesión que se enseña de generación a generación”. Así habla sobre ser relojero Vicente Botella Blanquer, el segundo de su familia en dedicarse a esto, después de su padre, también Vicente (Botella Miralles), y antes de que lo hiciera su hijo, Jorge.

Jorge se define como “relojero de cuna”. Tomó hace ya tres años el relevo de su padre en la relojería Tecniquartz, en la calle Sant Nicolau, en la cual cada día aplica todo lo que aprendió de niño de su abuelo sobre este oficio. “Empecé como mi padre, de niño. Me gustaba trastear. Cuando acababa el colegio venía aquí. Mi abuelo me enseñó. Él hacía lo antiguo, lo mecánico, que se le da cuerda, y yo seguí con esto, mientras que mi padre se decantó más por lo moderno, el cuarzo, que es la pila”, señala Jorge Botella. Sin embargo, ahora ya hace “de todo” puesto que su padre se jubiló hace unos cinco años –hasta que entró Jorge, fue su madre la que estuvo al frente de la relojería, que también llevó en su momento otra relojería que tenían en la calle Isabel la Católica–.

Vicente relata la historia de cómo empezó su padre, y por tanto, la familia Botella en esta profesión: “primero trabajó en la relojería-óptica Jordá. A principios de los años 60 se montó su propia Relojería Botella en Sant Nicolau, 81”, que es donde ahora está el pasaje.

De esos inicios todavía conservan fornitura, que son las piezas de repuesto, como cristales o ejes, que se remontan a alrededor de los años 20, según apunta Vicente. “Me gustaban las manualidades. Empecé sobre los 14 años, sin conocer mucho, pero es un oficio que me ha gustado y que me continúa gustando”, señala Vicente sobre sus inicios, en los cuales llegó a formarse haciendo algunos cursos en Madrid y Barcelona, una formación prácticamente inexistente en la actualidad. “Es un oficio poco conocido”, señala Jorge, y ejemplifica que “en el colegio no te explican lo que es un relojero” a diferencia otras profesiones.

Padre e hijo, en la tienda de la calle Sant Nicolau.

A dos años vista de la jubilación del fundador, Vicente Botella Miralles, su hijo, buscó otro espacio para montar una relojería porque en el que estaban no podían continuar. Este local es donde actualmente se sitúa Tecniquartz y está a apenas unos metros del otro. El nombre viene de ‘técnico del cuarzo’, descartando nombrar Relojería Botella 2 o algo similar, al estar abierta en aquel momento dicha tienda y encontrarse tan próxima la una de la otra.

Tanto Vicente como su hijo Jorge coinciden a señalar que en este oficio “le vuelves a dar vida a cosas que de normal se echarían a la basura”. “Hay gente que lleva el reloj de su abuelo, o de su padre, para arreglarlo”, apuntan, y es precisamente una persona que ha aprendido de su abuelo y de su padre, el que se encarga de que las manecitas de esos relojes vuelvan a funcionar.

En la actualidad Jorge Botella es el relojero más joven de Alcoy y avanza que lo más probable es que sea la última generación de este oficio en la ciudad, puesto que no se prevé relevo en su familia, ni tampoco en los otros espacios dedicados a esto en la ciudad.

Aparte de dedicarse a los relojes, Tecniquartz se han reinventado contando con otros servicios como la joyería.

RELOJ DE SANTA MARÍA
Además de los encargos que llegan a la tienda, hace alrededor de 45 años que la familia Botella es la responsable del reloj del campanario de la iglesia de Santa María. Vicente recuerda: “antes se iba dos veces al día para darle cuerda”. Ahora ya se cuenta con un sistema eléctrico para que esto no sea necesario, y en la actualidad se hace el mantenimiento y si se produce algún fallo, lo enmiendan, después de subir los alrededor de 90 escalones que hay hasta el habitáculo donde se encuentra el reloj.

Entre las anécdotas, se llegó a tener que estar en el reloj la noche de Fin de Año con motivo de las campanadas. Posteriormente, “cuando se produjo el auge de que la gente fuera a la plaza de España para las campanadas, se tuvo que poner un micrófono y un altavoz para que se escucharan”.

Esto se dejó atrás, y el sistema ahora es otro, pero sí que se mantiene, al menos desde hace unos 20 años, que el último día de las fiestas de Moros y Cristianos, en la Aparición, se tiene que apagar la luz del reloj, y una vez que finaliza el acto se vuelve a enchufar, siendo uno de los espacios referentes de la ciudad, igual que lo es la familia Botella en un oficio artesano y de cuna.

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