Pequeñeces de memoria histórica
El 18 de julio es San Federico, era el santo de mi abuelo, y en octubre de 1936 no se les ocurrió mejor cosa a los anarcosocialistas que detener a mi abuelo Federico, y custodiarlo en la que podríamos llamar jovialmente “checa de las esclavas”, o sea lo que fue colegio-convento de las Madres Esclavas. Mi abuelo era acusado de terribles delitos tales como leer el ABC y fechorías parecidas. Mi abuelo era convencido liberal, hasta el punto que en 1907, con ocasión de la inauguración del Viaducto de Canalejas, le dedicó un pasodoble a D. José Canalejas: “Saludo a Canalejas”.
Su estancia en las Esclavas fue algo accidental, pues funcionaba una especie de bingo o ruleta, y a media noche, los días en que los horribles fascistas habían tenido la barra de ganar una batalla o poner en un brete al gobierno del frente popular, esa noche, de repente, abrían cuatro o cinco celdas y sacaban a pasear a sus ocupantes, llevándoselos a contemplar la luna por alguna cuneta más o menos cercana, dejándolos al aire libre, pocas veces bajo tierra como hacían sus correligionarios de Paracuellos, y otros divertidos parques.
Se daba la chamba de que en mi familia conocían a un guardián carcelero, al que mi abuela le daba recados y entregaba algo de comida para mi abuelo. Y ciertas noches, aquel buen hombre, cuando todo estaba sigiloso, abría la celda de mi abuelo, y el escuchar el inocente rodar la llave le provocaba que los dídimos ocuparan el lugar de las anginas, y en pleno tembleque oía “¿don Federico vol algo?”… Y le pasaba el recado o lo que fuera.
Con el fin de que mi abuelo no la palmara de una angina de pecho o lo airearan cualquier noche y se constipara, mi abuela removió tierra y cielo para que lo trasladaran a la cárcel de Alicante, allí estaría más distraído, aparte de que en aquella prisión se ensayaba para los próximos moros y cristianos. Y allí estuvo hospedado hasta el 26 de diciembre de 1938, en que por orden militar, no sabemos de quién, lo dejaron salir, llegando a casa como pudo y cuando pudo. Mi abuelo que era muy horondo, aprovechó la estancia para seguir un estricto régimen, tan exagerado que mi abuela casi no lo conoció. Tienes que comer, Federico, tienes que comer. En fin, mi abuelo que era muy bondadoso y de gran sentido del humor, no quiso saber más, ni si este o aquel, y así, como siempre, la primavera rió.