Mis dos amores

Me tomo la licencia para aprovechar estas líneas en hacer un más que merecido homenaje a mi abuela Amanda, que se quedó a las puertas de cumplir cien años, que era su gran ilusión. Y como no, también a mi otra abuela Angeles que ya hace bastantes años que se fue a sus vacaciones eternas. Y al no poder ser de otra manera, estas palabras van dedicadas a todos los abuelos y en especialmente a las abuelas que son las que yo conviví desde el día que vine a este mundo.

No tengo ninguna duda que la gran mayoría de vosotros se verá reflejado en este artículo.

En mi caso os cuento que mi madre se quedó embarazada al poco tiempo de casarse y mi abuela Ángeles se vino a casa a pasar unos “diítas” y ahí se quedó hasta el momento de su adiós.

La abuela Amanda fue la primera en tomarme en brazos y esto creo un vínculo entre nosotros para siempre.

Los abuelos son esas personas que muchas veces hacen el papel de padres, pero con la ventaja que ellos no tienen que educarnos. Los que llevan a los niños al cole y luego a recogerlos. Así como los días que los padres tienen compromisos, y ellos vienen corriendo a quedarse con los nanos. Y si esa tarde hemos visto una película de miedo o nos ha ocurrido algo extraño, nos hacen un hueco en su cama.

Con ellas escuché las mejores historias de esta vida y cuentos en que el protagonista era yo mismo. Aquella mujer que cuando no queríamos acabarnos la comida, al menor descuido de nuestra madre, lo retiraban diciendo que ya había terminado. La que nos daba dinero a escondidas. La que nos ponía la bufanda en los fríos días de invierno de manera que no había que la moviese del cuello y metía el gorro de lana con borla incluida hasta debajo de las orejas dejando poco espacio para ver y respirar entre bufanda y gorro. La que traía churros calentitos y preparaba un buen tazón de chocolate cuando hacía frío. Cierro los ojos y todavía puedo oler ese aroma a puchero en el día de Navidad , la ilusión de comprar algunas figuritas para el Belén, la visita obligada a nuestro amigo Tirisiti y coger su mano muy fuerte cuando el protagonista se va con el globo esperando el trueno final. Y también cuando en la Cabalgata algún paje se encaraba a mí y sentía esa emoción, ilusión y miedo al mismo tiempo. Ese regalo que sólo el “ Rey” de la abuela era capaz de traerlo, aunque fuese algo inalcanzable. Me peinaba igual que a un ministro, de la época claro. Y curaba mis heridas en la rodilla de jugar al fútbol en el Camet de los Salesianos y luego les ponía crema para que estuvieran suaves. Y ahora recuerdo de manera simpática las peleas que tenían con mi madre para que no fuéramos al cole los días en que la fuerte lluvia llegaba a nuestra población, cosa que alguna vez conseguían, con la escusa que estábamos enfermos casualmente mi querida hermana y yo. Sin embargo lo que más valoro de mis dos amores es lo que nos enseñaron, sin pretenderlo, valores y principios, la educación, respeto por los demás. Amar apasionantemente a la familia, padres, hermanos, tíos, primos…y ante cualquier dificultad o problema, mantener a la familia unida y en paz. Orgullo de abuelas que te presentaban a todas sus amigas cuando refrescaban con una horchata en la Bandeja en momentos de calor. Y foto obligada delante del Campanar y el castillo en la celebración de nuestras fiestas de moros y cristianos. Esos abuelos que nos daban trozos de pan duro y algo de arroz para dar de comer en la Glorieta a patos y palomas. Y que las abuelas nos hacían bolsas de pan para cuando nos casáramos, así como “agarraorets” para no quemarnos cuando cogiésemos las cacerolas, y esas bolsas para meter dentro la pelota por el peligro que conllevaba el ir botándola por la calle. Siempre cuidando de los nietos y dando lo mejor para ellos, como ese precioso reloj que me regalaron para mi comunión, en aquella época ningún niño lo llevábamos hasta el momento de celebrar tan inolvidable día del mes de mayo. Y si no la calculadora Casio que me trajeron desde Canarias y que posiblemente fuese la única que había entre mis amigos, todavía guardo dichos regalos como oro en paño.

Pero a veces habían momentos que no eran tan buenos, como durante dos interminables horas no nos dejaban bañar hasta que no hiciéramos la digestión. Y la verdad es que pensando en ellas podría pasarme horas escribiendo de ellas y sólo puedo dar gracias a Dios por ese precioso regalo que me hizo poniéndolas en mi vida, así como a toda mi familia. Y me quiero despedir animando a todos que améis a vuestros mayores, que disfrutéis de ellos, que los escuchéis y pasad todo el tiempo posible a su lado mientras esté entre vosotros.

Quiero acabar con unas palabras bíblicas que dediqué a los muchos presentes en la despedida de mi abuela.

La corona de los ancianos son sus nietos y el orgullo de los hijos son sus padres.

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