Llevando tiempo para votar
Cuando la sociedad presentía que estábamos ante las puertas de cambios políticos, todos vibrábamos de emoción, las cosas iban a tomar diferente rumbo, todos se aprestaban a recibir tiempos nuevos. Nos reuníamos para prodigarnos en largas, frenéticas e interminables charlas dialécticas. No resultaba extraño ver gente de diversas ideologías unir esfuerzos y entusiasmo. En los demás te sentías identificado y en la sonrisa cómplice la mejor de las esperanzas. Y parece que todo sigue igual, por lo menos en estos lares.
Vino la democracia y cada cual buscó en su identidad la vía a seguir y el redil donde entrar. Se perdió la espontaneidad, las críticas se hicieron interesadas y el entusiasmo se cambió por el interés. Cada uno se puso a servir a su partido con todo afán, pensando cada cual que, desde su postura el cambio sería más rápido y mejor. Todo se diluyó. Las mejores inteligencias, la honestidad más íntegra y las ilusiones más fervientes fueron sacrificadas al tótem sagrado de la política.
Hoy salimos a la calle y vamos con todos los demás, con un montón de identidades tan dispares que quedamos difuminados. Indudablemente que el modo de participar y hacer manifestaciones ha cambiado. ¿Hasta dónde podemos coordinar y dinamizar proyectos afines? ¿Pueden identidades políticas diferentes tener un fin común? ¿Hasta dónde se puede llegar?. ¿Estamos atentos a los depredadores que se aprestan a capitalizar el esfuerzo de los demás?
En las manifestaciones nuevas lo reivindicativo se une a lo lúdico y añadimos lo folclórico. Esta es la dinámica que la gente joven ha puesto de moda. ¿Saben por qué se hace una manifestación? Algunos espectadores creen que no.. La respuesta es inquietante, quizás sólo se aprecie el lado lúdico. Quizás no se les tome en serio, quizás sí sepan la idea profunda que los mueve y no les importe quién capitalice esa hermosa espontaneidad que, como agua fresca del manantial de la existencia, nos ofrezca unas briznas de esperanza. Quizás cada generación necesite su “Mayo 68” y abrigar el encanto de que todo puede ser mejor. A los “quemados” de tantas lides, nos gusta seguir soñando, siempre deseando no despertar y abrigando la esperanza, quizás remota de que un hermoso sueño no se torne en pesadilla. Apostemos a que no.