Libertad interior
¿Qué es la libertad? Algunos creen que la libertad es hacer lo que te apetezca en cada momento sin que nada ni nadie se oponga a tus deseos. Pero, ¿qué pasaría si sucediera eso? Otros creen que tu libertad termina donde empieza la del otro y que hay que poner límites y control a la libertad para poder vivir con los demás en sociedad y no en una jungla de cristal. Pero entonces, ¿quién pone los límites?, ¿quién decide qué es eso del «bien general» por el que limitar y controlar la libertad individual? En su libro Sobre la libertad J. S. Mill ya advertía sobre los peligros del libertinaje animal pero también, y sobre todo, de la llamada «tiranía de la mayoría» que tanta presión ejerce sobre el individuo. Muchos han vivido eso recientemente de forma cruda y bestial, con la coacción y discriminación de los que no han querido pasar por el aro y meterse en vena un chute experimental de unas chungas farmacéuticas que no resisten la hemeroteca. De hecho, ¿cuántos se habrán pinchado por miedo y presión? ¿La libertad es un derecho de nacimiento, es innata, se aprende, se conquista, se puede hipotecar? ¿La libertad se puede comprar, vender, regalar, robar? ¿Es la libertad el poder hacer lo que quieras a tu conveniencia o más bien la capacidad de actuar en consecuencia? ¿Y qué es la libertad de conciencia? Bueno, ¿tú obedecerías una ley injusta? ¿Hasta qué punto la libertad sin restricciones sería autodestructiva para el colectivo? Dependería en todo caso del sentido común de sus individuos, con todo -repito- el más común de los sentidos. Lo que sí que está claro es que las obligaciones y deberes sin libertad de pensamiento y decisión serían pura obediencia ciega y fría, dejar de ser humanos y vivir de forma mecánica, automatizada, robotizada, digitalizada, idiotizada. Un primer reflejo de esa transhumanización tecnológica que ya pregonan los nuevos falsos profetas como la próxima panacea.
La libertad de expresión permite no sólo dar tu opinión, sea la que fuere, sino también recibir la información que desees. La censura a esta libertad a nivel mundial en tiempos de planmierda ha sido brutal y con nuestro actual gobierno marioneta va a más con la Nueva Ley de Seguridad Nacional, que en tiempos de guerra nos van a colar como si nada por el forro de la chistera… claro, así evitamos que se declare inconstitucional confinamientos parciales o las medidas totalitarias que sean ante un nuevo escenario virtual de emergencia. ¿Y quién determina que lo sea un «estado de emergencia»? La censura ahora en nuestro país es brutal bajo el pretexto de «fake news» y desinformación, esto es, cualquier testimonio o narrativa que se desmarque del discurso oficial del tragacionismo popular. El pasado jueves 3 de marzo Twitch cerró 26 canales disidentes. Telegram palidece. ¿Cómo puede haber tanta censura y represión en la Era de la Información? Invierten el relato y los de arriba -donde no hay que mirar- acusan a los de abajo de lo que hacen ellos, a veces sin ni siquiera saberlo, los zopencos… O dicho aún más claro: salen más «fake news» y desinformación en la tele que en cualquier otro lado. Y es esa otra libertad que hay que reivindicar, la libertad de prensa, la que también permite que los individuos puedan organizarse para crear un medio de comunicación que no sea censurado ni controlado por el poder dominante. ¿Dónde están los verdaderos periodistas en este país? No en telecirco, desde luego… ¿Y dónde está el discurso crítico de esos intelectuales y profesores en su libertad de cátedra? Algunos pocos sí que dan la cara… Es la libertad de movimiento y circulación la que permite que cada uno vaya donde quiera y no necesite un pasaporte de la vergüenza para coger un avión, sentarse en un restaurante o ir a ver a tu santa madre o a tu recién difunta abuela, muerta sola en un residencia… Es la libertad de asociación y reunión la que nos permite convocar esa concentración «Por la libertad» y reunirnos el sábado 12 de marzo en el Paseo de Cervantes. Y es la libertad de decisión sobre mi cuerpo y mi salud la que está por encima de cualquier otro «bien común»: yo puedo hacer con mi cuerpo lo que quiera; libertad sexual, por supuesto, pero también de fe y de creencia. Yo creo y tengo fe en el espíritu humano. Y si en mi libertad de pensamiento y de conciencia decido no meter en mi cuerpo un ensayo clínico en período de prueba pues… ni una madre ni un hijo, ni un amigo o un vecino, ni un viejo gobierno ni un Estado Mundial, vamos, ni el mismísimo diablo me pueden obligar a hacer lo que no quiero. Y no hay más. Esta es mi libre voluntad.
Algunos dicen que la libertad tiene que tener sus limitaciones porque el ser humano no puede volar como un pájaro ni rodar como una pelota: la naturaleza física determina y condiciona a la naturaleza humana. Pero es justo al revés, no es falta de libertad no poder hacer lo que no puedo hacer, eso es una falacia lógica y una extrapolación poco decorosa. Y digo que es al revés porque lo que el espíritu de la naturaleza humana dicta y reivindica es la voluntad del ser humano como absoluta y soberana, y en este sentido no-físico, ilimitada. En efecto, es la libre voluntad, absoluta y soberana, que todo ser humano tiene: y desde ahí nada ni nadie me puede obligar a hacer nada. Sí, me pueden engañar, persuadir, convencer, coaccionar, amenazar, torturar, matar, a mí y a mis seres queridos, es cierto, pero si yo no quiero, nadie me puede obligar a ponerme un suero experimental en mi cuerpo o a ir a una guerra o a lo que sea… Nadie. Y eso es gracias a otra libertad que tenemos, más escondida y recóndita, la LIBERTAD INTERIOR, que es la mayor y más importante de todas las otras libertades -exteriores- que circunstancias y personas sí me pueden limitar y quitar… No pasa lo mismo con esta libertad interior que tienes ahora mismo mientras lees esto: nadie te la puede quitar…
Esta libertad interior, que no es sino la idea, el valor, el espacio donde nuestra voluntad humana experimenta su propio poder soberano, es tan irreductible como invulnerable. Pero, lo siento, esta libertad no es un derecho de nacimiento, no, es algo que se conquista trabajando sobre uno mismo y luego, por añadidura, se expande al resto por pura resonancia. Y aquí ya no hay puta jungla de cristal que valga. A esta libertad se refería Nietzsche cuando decía que nadie puede ser libre por ti y que la libertad no es un regalo que se pueda hacer: miedo ancestral, pereza mental, autocomplacencia animal, pura y cómoda inercia vital, son los trabajos internos que cada cual tendrá que por su cuenta realizar… Mientras, siempre será más fácil obedecer (a otro) que mandar (sobre uno mismo). Nos da miedo darnos cuenta que somos los responsables de nuestra vida y que si no somos felices es porque no queremos y no porque no nos dejan. Seguir la corriente, sentirse más inmune en el rebaño, delegar, procrastinar… son formas sutiles de eludir esa responsabilidad que tenemos cada uno con nosotros mismo en todo momento. Otros, simplemente, proyectan fuera o culpan al otro. «Yo sólo cumplía órdenes»- decían los altos cargos nazis en los juicios mediáticos posteriores. Y es que en realidad no nos damos cuenta cabal que estamos eligiendo a cada momento. Ahora mismo también, mientras lees esto… Entonces, ¿por qué tenemos miedo a nuestra propia libertad? Porque somos los únicos responsables de la experiencia de nuestra existencia. ¿Y qué haces tú entonces con esa responsabilidad? El compromiso con uno mismo empodera…como tú ya sabrás. Entonces, ahora, ¿quién la lleva?