La clase media y los unicornios
¿Alguno de nosotros es pobre? Todas las personas de nuestro círculo tienen un nivel de vida más o menos parecido al nuestro. Hay quien puede permitirse algún exceso de vez en cuando, otros sufren para llegar a fin de mes, pero estoy seguro de que nadie que lea estas líneas dirá de sí mismo “soy pobre”. Todos diríamos lo mismo: yo soy clase media. Entonces, ¿qué? ¿Nadie es pobre? Si pensamos en pobres, ¿en qué pensamos? ¿En el señor que duerme entre cartones en el vestíbulo de una sucursal bancaria?
Las cifras mandan, no obstante. En 2021, más de 13 millones de personas en España se encontraban en riesgo de pobreza o exclusión social, según un informe presentado en el Congreso hace unos meses. Eso es casi el 28 % de la población. ¡13 millones de pobres! Pero ¿cómo va a haber tantos, si somos todos clase media?
La idea de la clase media es brillante. Nos hace pensar que estamos justo a la mitad. Es decir, que estamos a la misma distancia de Amancio Ortega que del señor que duerme entre cartones. Por lo tanto, tenemos las mismas posibilidades de alcanzar a uno que al otro. Es un pensamiento reconfortante. Nunca seré Amancio Ortega, pero tampoco dormiré nunca entre cartones. Pero es una falacia. Alguien dijo que el mayor truco del diablo fue convencer al ser humano de que no existe. Pues el mayor truco del capitalismo es convencer al ciudadano de que es clase media. Porque, como los unicornios, los vampiros o el ratoncito Pérez, la clase media no existe. La distancia entre un trabajador corriente y el señor que duerme entre cartones radica en perder el empleo y tener un poco de mala suerte. La distancia entre ese mismo trabajador corriente y Amancio Ortega es, simplemente, sideral. Inabarcable.
El concepto clase media también es brillante por otro motivo. Desde el desempleado que malvive con una pensión miserable, hasta el trabajador liberal con un jornal amplio, todos ellos se consideran clase media. Nos iguala, pero en el sentido menos reivindicativo de la palabra. Más al contrario, evita que sintamos la necesidad de reivindicar nada.
La jugada es redonda. Los ricos han conseguido que nos sintamos satisfechos con nuestra pobreza, incluso que defendamos su riqueza, porque hay otros más pobres que nosotros. El sistema funciona. Feliz 2023 a todos.