José Luis Lozano seguirá con nosotros

José Luis Lozano Tolsá llegó al periódico Ciudad en octubre de 1984. Tenía 41 años y un bigote negro alquitrán que impresionaba junto a su porte serio y formal, meticuloso y organizado. Venía de triunfar en la venta de coches Renault y desembarcaba en una playa de fauna muy dispar y contradictoria aunque cortada toda por el mismo rasante de ácratas al borde de la treintena. A mi, que era el redactor jefe, me sacaba diez años y de entrada no sabía si le iba a sentar bien que le tuteara a aquel señor que usaba traje todos los días laborables. Allí estábamos, compartiendo sala de trabajo con la nueva adquisición, Ximo Llorens, Esther Vizcarra, Carlos Figuerola, Paco Grau, Matilde Martínez y Marisa Julia. La Redacción de José Vicente Botella, el director. Y antes de que nos diéramos cuenta, con su humor contenido de don Pésimo, su enorme capacidad para el trabajo y su entrega y compromiso a la nueva empresa, nos había encandilado a todos y a todas. Él solo bebía tanto café como toda la Redacción junta y aportaba el caché del fumador de tabaco negro, cuando el resto habíamos atravesado ya el río del rubio. No tuvo el menor problema en integrarse y sobre todo en entender y asumir la imposible organización, disciplina y metodología del periodista, valorando desde dentro lo que hacíamos aquella tropa de irreverentes que pese a no creer ni en Dios ni en San Jorge, le llenábamos 200 páginas de textos en el Extra Sant Jordi o “unes paginetes” de Semana Santa.

Y me consta, porque pude comprobarlo, la cantidad de veces que nos defendió en la calle o en visitas a empresarios y comercios, críticos con artículos o enfoques de reportajes. José Luis fue durante muchos años nuestro defensor oficial en la calle porque era a él, con el mango de la facturación en la mano, a quien más presionaban determinados “personajillos”. Y siempre nos defendió, incluso cuando sabía que no teníamos razón.

Lozano tenía ante sí el difícil reto de suceder a Armando Santacreu como director comercial del periódico. Y Lozano salió más que airoso del reto, porque no fue un sucesor sino un nuevo profesional para un nuevo tiempo. Reinventó en Ciudad la gestión comercial y publicitaria y logró resultados que aplaudíamos devocionalmente. Todos aprendimos algo con Lozano.

A partir de aquel día de octubre de 1984 José Luis Lozano fue un hombre de Ciudad por sus cuatro puntos cardinales. Y a nadie extrañaba verle el día de las Entradas, vestido de Cid, sentado en su mesa del periódico repasando unos anuncios o el día de Nochebuena, a las seis de la tarde, acabando de rellenar unas órdenes de publicidad. Y lo sabemos, claro, porque también estábamos allí los periodistas. Era uno más, de los nuestros, pero al otro lado de la barrera, buscando anuncios, campañas, que permitieran la supervivencia económica del periódico de Alcoy y nuestro sueldo mensual.

Pero José Luis, además, era un buen amigo y compañero. Uno siempre sabía que podía pedirle un favor porque removería cielo y tierra para conseguirlo. Y muchas veces no hacía falta pedirle el favor, porque en cuanto detectaba un problema se adelantaba para solucionártelo. Era inevitable quererle, sobre todo cuando le forzábamos para que asomara algo de optimismo o positivismo en su discurso espontáneo. En la historia del periodismo alcoyano siempre se habla solo de periodistas, pero José Luis Lozano, sin serlo, se merece una página muy especial en esa historia. Ciudad, a partir de 1984, tuvo mucho de Lozano en su adn.

El domingo por la tarde, en el tanatorio, su hijo Ignacio recordaba una conversación sobre el valor de las buenas personas que mantuvo recientemente con su padre. Todos los que llenábamos la sala teníamos claro que José Luis Lozano era un “buena persona”, pero de palabra y de obras. De una lealtad inquebrantable y que a la vieja usanza reivindicaba los valores del honor y la dignidad.

Por eso tengo claro que Lozano seguirá vivo en nuestros recuerdos y conversaciones, porque lo bueno siempre permanece.

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