Gracias
Han pasado ya dos años y 13 días (sí, parece una condena) desde que ese virus del que llegaban noticias lejanas obligase a declarar el estado de alarma en España y que, a la vez, forzase a todo Occidente a replantearse, también, parte de su status quo. Así que, aunque es cierto que este sería otro buen momento para retomar debates como el refuerzo de la conexión por ferrocarril (Renfe asegura que ya ha restablecido el 90% de los servicios de cercanías previos a la pandemia; ¡aleluya!, se podrá seguir viajando a València en dos horas en las frecuencias que aún quedan en pie). O para hablar del futuro político del alcalde, Toni Francés (quién sabe si dispuesto a repetir como candidato, o a ser llamado para desempeñar otras responsabilidades autonómicas al servicio de Ximo Puig, pese a no haber sido elegido secretario provincial del partido). O incluso para hurgar en las cuitas de la Conselleria de Cultura (Compromís) con el Ayuntamiento (PSPV) por los permisos sobre la reurbanización del Centro. Pero no querría desaprovechar la maldita efeméride sobre el estallido de la crisis de la covid-19 para poder expresar un modesto agradecimiento.
Me refiero a la oportunidad de dar las gracias a todos aquellos que han conseguido que, pese a las adversidades, estemos en condiciones de convivir con el virus –y la enfermedad que provoca– entre ciertas garantías de protección. En ese lote incluyo (obvio), a los profesionales sanitarios que han soportado buena parte de la pesadilla (bien lo saben en el Hospital Verge dels Lliris o en los centros de salud). También a la comunidad científica, que ha proporcionado una respuesta a la crisis en forma de vacuna (y que ahora sigue avanzando en el desarrollo de medicamentos por la sanación). Pero, igualmente, habría que extender el reconocimiento a la Policía Local y Nacional, a los trabajadores del sector de la distribución que evitaron desabastecimientos, y a la industria en general, que ha sabido adaptarse a las adversidades. E incluso ha tratado de aprovecharlas para explorar alternativas de negocio (léase, producción de mascarillas o de geles hidroalcohólicos, por ejemplo).
Amplío mi gratitud a los hosteleros que han extremado el cumplimiento de los protocolos de prevención, después de haber sufrido las restricciones más persistentes. Y a los docentes que han tenido que ajustar procedimientos para tratar de minimizar el impacto de la crisis en la formación.
Lo cierto es que la lista de meritorios es larga. Tanto que la extendería a toda la ciudadanía, puesto que –mayoritariamente– resulta notorio que se ha mantenido una actitud responsable para evitar males mayores. Y sí, también incluiría a los políticos de todos y cada uno de los niveles de la administración, que con sus aciertos y pese a sus errores (muchos, es cierto), han posibilitado que se superen ya seis olas de contagios. Seis picos con matices distintos, para los que nadie estuvo preparado, por mucho que ahora proliferen los epidemiólogos en todas las familias.
Está por ver si esa sexta oleada –que parece que dejamos atrás– será la última (los virus, por desgracia, mutan y, admitámoslo, no se puede prohibir el contacto de forma permanente porque sin él, no habría humanidad). Y huelga decir que duele cada una de las muertes que arrastra la pandemia (se ha rebasado la cifra de los seis millones en todo el mundo, en torno a 103.000 en España y más de 450 en l’Alcoià). Pero no me atrevo a imaginar cuántas se habrían producido sin alguien al volante que tomase las decisiones que se tenían que tomar. Aunque muchas de ellas fuesen solo las que se podían tomar entonces.
Es más, hasta agradecería a los representantes públicos que, alejados de competencias ejecutivas, criticaron esas decisiones (en ocasiones, con vileza y un único afán destructivo, todo hay que decirlo) porque, con ese papel, también contribuyeron a mantener la tensión en la búsqueda de soluciones óptimas.
Así que, insisto, pese a que toque seguir exigiendo la máxima transparencia desde lo local a lo nacional en los errores cometidos, y nuevas fórmulas para afrontar el camino hacia la recuperación que aún queda por recorrer (máxime, con el cruce de una guerra y la crisis energética que trae tras de sí), no querría dejar pasar la oportunidad de dar las gracias a todo ese entramado público que ha permitido demostrar –con la imprescindible colaboración privada– que el sistema funciona. Y que, más que nos pese, en proporción y en su justa medida, resulta necesario pagar impuestos. No para que se forren los gobiernos, si no para que exista administración. Que somos todos. Lo dicho, gracias.