Fer de cabo

Tenía ínfulas de General y gozaba de una reputación de líder inviolable. Perteneció a aquella generación de empresarios de la metalurgia alcoyana, tan buenos como tantos otros que la ciudad pudo ostentar en la industria del papel y el textil en los años feroces de posguerra. Tertuliano impulsivo de lengua mordaz capaz de golpear sus propias palabras con una suave arrogancia envuelta en una lámina de papel de fumar, aunque por otro lado no podía evitar emocionarse ante una reflexión de humanidad. Era Enrique Blanes, para muchos, Quico l´alt, que falleció el pasado 20 de febrero.

Su esqueleto estaba diseñado para hacer de cabo de escuadra moro, para eso disponía de diseño propio. Impertérrito, con cierta displicencia y con la apariencia de no importarle demasiado el ambiente. El perfil de su sombra se reflejaba en el pavimento con su cigarro habano inseparable. Bajaba, mientras sonaban los aplausos de admiración. Impasible el ademán, sin temblarle un músculo, y con la escuadra en comunión con la música, como en una coreografía perfecta que se deslizaba por la calle san Nicolás con él y su alfanje, sostenido como una prolongación de su brazo derecho.

A eso se le llama estilo y también magnetismo. Estaba tan seguro de sí mismo que no necesitaba pedir aplausos, ni en las sillas ni en los balcones. Cuando ambos hablábamos de la fórmula secreta para conducir ese complicado encargo que tan solo consiguen poquísimos cabos moros, Enrique me decía: -“Si tienes que hacer de cabo, compórtate con naturalidad, vigila a distancia tu escuadra, no pierdas el paso, hazte el invisible y no seas extravagante, disfruta cada segundo con el público y verás cómo te lo agradecen. Ese público quiere ver toda la escuadra, no a ti solo”-.

Parece fácil eso de “fer el cabo” pero lo que se dice bien, les sale a muy pocos. Casi todos se encorsetan y pierden la soltura. El nerviosismo lo capta el público, exactamente lo mismo que el caballo capta la inseguridad del jinete. Pero esos cabos que ya han quedado con su gente que esperan hacinados en algún balcón, no saben que llevan la responsabilidad incrustada en la cabeza y la traidora vanidad en el corazón. La Nostra Festa ha hecho historia gracias también a la elegancia de esos grandes cabos, que han sabido conjugar corazón y cabeza, y de paso, han hecho disfrutar y emocionarnos a todos.

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