En ‘muy muy lejano’
Como si del reino que aparece en las películas de Shrek se tratase, ‘Muy muy lejano’, así es como percibo la distancia –tanto en sensaciones como física– que hay entre la política y la ciudadanía. La política, a todas las escalas.
Por mi profesión, tengo la suerte de conocer más de cerca lo qué ocurre, y en sus distintas versiones, y cuando hablo con la gente, tanto cercana a mí como la que no lo es, me doy cuenta de que su percepción, en la gran mayoría de casos, dista mucho de la que tengo yo, tanto en lo que respecta al gobierno de Alcoy como en cuanto a los distintos grupos que están en la corporación como oposición.
Aparte de esa distancia, tengo la sensación de que hay un gran desconocimiento acerca del funcionamiento de la política, de las administraciones y de todo lo que tiene que ver en materia de gestión por parte de los políticos, incluso de los propios procesos de votación, que yo sigo sin entender que sea así, e incluso lo considero injusto.
Las pasadas navidades, después de explicar el caso varias veces en otras ocasiones, en una comida me volvieron a preguntar por el tema de La Rosaleda, qué había pasado para que se tuviese que hacer el gasto que se está haciendo y con qué fin. Después de la cronología y los razonamientos, las caras de casi todas las personas no requerían de palabras.
Y así, son diversos los casos, repito, a todas las escalas políticas.
El descontento con la clase política es generalizado, y en gran parte, ya no como periodista, si no como ciudadana, a mi parecer, comprensible.
El descontento lleva al desinterés, y así la situación se convierte en ‘la pescadilla que se muerde la cola’ con una escasa atracción a conocer, contrastar y generar una opinión.
En un mundo que va a la velocidad de la luz, el ‘clickbait’ –para aquellos que no sepan lo que es como un anzuelo que se crea para tratar de tener más visitas o reproducciones–, gana cada vez más peso. También lo hacen los vídeos vacíos de contenido pero llenos de sensacionalismo que llegan a convencer.
Las técnicas políticas y de comunicación llevan un tiempo cambiando, para bien, y para mal, ya que parece que en la actualidad todo vale, y los ciudadanos lo estamos comprando.
Y en medio de todo esto, en medio de una mesa repleta de papeles de los innumerables partidos que se presentan –tan fácilmente parece y sin unir las fuerzas que serían necesarias para lograr un objetivo común dejando las diferencias mínimas a un lado– están aquellos acérrimos que da igual lo que haga el partido al que siguen o con el que se sienten más identificados –realmente por creencia, por costumbre o por miedo a otros que ni siquiera conocen–, que su voto lo tienen garantizado. En este escenario aparecen también aquellos que no van a votar; los que votan en blanco o nulo y en todas las elecciones entran en el debate de hacia dónde va ese voto; y los que votan habiéndose preocupado realmente en intentar conocer al partido al que le van a dar su confianza –porque ya sabemos todos, o deberíamos saber, que una cosa es lo que se dice o promete, y otra muy diferente, lo que se puede llevar a cabo finalmente–.
Y de nuevo, tras ese día de votaciones, la distancia vuelve a situarse en ‘muy muy lejano’.
SHEILA GARCÍA. Periodista