Emociones encerradas en silencios
Al igual que un niño nace y desde bien pequeño va alimentándose de experiencias, vivencias y emociones que lo hacen crecer y desarrollar capacidades cada vez más complejas, la persona con Alzheimer envejece y progresivamente va perdiendo capacidades tanto físicas como cognitivas. Los trastornos de memoria, del pensamiento, la desorientación, la falta de comprensión, las dificultades en el lenguaje, la capacidad de aprender, de realizar cálculos, de tomar decisiones, los déficits visuales y auditivos, junto con otros signos como la afasia, apraxia, agnosia, etc., limitan funcionalmente al anciano tanto para sus actividades diarias como para sus relaciones sociales. Estos déficits pueden producir cambios en el comportamiento, reducción en la capacidad del autocuidado, disminución de la movilidad y también pueden tener repercusión en la esfera psicológica con tendencia a la depresión, irritabilidad y aislamiento. Por lo tanto, las personas con Alzheimer van a poseer una serie de necesidades alteradas que exigen ser tratadas con cuidados de larga evolución, que requieren por parte del cuidador un conocimiento de la enfermedad a la que se enfrentan y una continua adaptación.
Tras muchos años de dedicación y trabajo en el área de las demencias, he observado que la relación con una persona con deterioro cognitivo suscita en nosotros sentimientos contrarios. Por un lado, despierta nuestra ternura, al observar sus rostros que revelan la confusión y la impotencia tras una vida llena de difíciles vivencias enriquecedoras, al verles asistir conscientes de que van debilitándose poco a poco y que se acercan a su fin. Y por otro lado, se despierta nuestra propia confusión, incomodidad, rabia e incomprensión ante la variabilidad en su comportamiento diario provocando, en ocasiones, que la relación con el paciente sea particularmente difícil.
Para empezar, aunque sea complicado, hay que entender que un enfermo de Alzheimer no se comporta de una manera u otra porque quiere, sino porque es esclavo de una enfermedad que modifica sus circuitos neuronales, perdiendo así grandes capacidades y en ocasiones, modificando sus caracteres y sus conductas, pero eso sí, sin perder nunca la memoria emocional.
Incluso en los casos que la demencia está muy avanzada, cuando los afectados cambian su manera de expresarse, dificultándose el proceso normal de la comunicación, son capaces de captar y lanzar mediante los diferentes sentidos que aún conservan, esas señales de cariño y amor que les hacen sentirse importantes y vivos. Necesitan ser escuchados, aun cuando son incapaces de hablar y necesitan que se les comprenda de una manera empática; por eso solo la comprensión, la paciencia y el afecto del cuidador logran hacer que florezcan emociones y sentimientos que generen recuerdos estancados hasta ese momento en lo más interno de su ser estableciéndose entre ambos una relación muy especial.
Es importante recordar que, aunque no sepan quienes son ni puedan expresarse, siguen sintiendo y sufriendo en su interior. Por ello, debemos cuidar de aquellos que una vez cuidaron de nosotros, de aquellos que pierden la posibilidad de recordar justamente cuando el recuerdo es uno de los mayores tesoros. Cuidar en todo momento, como nos gustaría ser cuidados y tener en cuenta que las emociones, son las grandes protagonistas de nuestras vidas, las que nos hacen sentir vivos para bien o para mal.
Así pues, os invito a lograr el gran reto al que cada uno de los cuidadores de Alzheimer tenemos que hacer frente a diario. Mirar a los mayores, dedicarles atención y respeto, cuidarlos y responsabilizarse de paliar sus carencias y debilidades, desarrollar la agudeza empática y la capacidad de comprender sus sentimientos… para mejorar así, su calidad de vida garantizando la dignidad humana.
Laura Navarro. DUE del Centro de Respiro Solroja