El desafío de mayor altura del Ratot

Una expedición de cuatro montañeros del GER hace cumbre en el Aconcagua, el pico más alto del continente americano

Tono García, Jordi Castañer, Gabriel Cantó y Ferran Pascual Vilaplana, los cuatro expedicionarios del Ratot.

Hablando con tres de los cuatro expedicionarios del GER (Grup Excursionista Ratot) que acaban de regresar de Argentina, donde ascendieron hasta hacer cumbre en la Aconcagua, uno de los mitos del alpinismo mundial, daba la sensación de que vinieran de hacer una actividad rutinaria de fin de semana, cuando realmente lo que habían conseguido tenía un mérito increíble, subir hasta el pico más alto de América, situado a 6.962 metros de altitud.

Para ellos, el pasado 13 y martes no fue un día de mala suerte. A diferencia de los que piensan en el mal fario, los astros esta vez sí, en su caso una climatología benigna después de días de mucho viento que hicieron temer que la ascensión terminaría suspendiéndose, se aliaron a su favor y la bandera del GER pudo desplegarse en uno de los picos con mayor mortaldad del mundo.

Fue durante media hora, que para los dos integrantes de la expedición que hicieron cumbre les pareció una eternidad. “Es un momento de felicidad contenida porque empiezas a pensar todo lo que te queda por delante hasta regresar de nuevo al campamento”, ha confesado Gabriel Cantó. Menos contenido se mostraba Jordi Castañer, presidente del GER y alma de la expedición, quien reconoce que “se me pasó toda la película de mi vida. Los momentos más difíciles, los más bonitos, la gente querida que ya no está. Fue una sensación muy bonita que nunca olvidaré”.

Los otros dos componentes de la expedición, Tono García y Ferran Pascual Vilaplana, se quedaron a las puertas, a unos mil metros de hacer cumbre, después que el segundo de ellos, no pudiera seguir adelante porque las piernas empezaban a fallarle. “Nosotros dos”, recuerda Tono García, “íbamos a un ritmo más lento, hasta que llega un momento que él se para y me dice que siga, que no podía más. Ellos dos estaban muy delante, hacía mucho viento y frío, era aún de noche, pensé que era una temeridad seguir y también dejarle solo con aquellas temperaturas, por lo que decidí esperarme a que se recuperara un poco y volvernos al campamento base”.

Por delante, Jordi Castañer, el más experimentado de los cuatro, fue quien marcó el ritmo de la subida. Junto a él, Gabriel Cantó quien confiesa que tuvo unos momentos de duda, a pocos metros de la cumbre, en la que estuvo a punto de arrojar la toalla. “Comí un poco y me hidraté, ello me ayudó a seguir”, explica. Una vez arriba, se abrazaron y se dedicaron a contemplar las increíbles vistas. Un momento mágico que tuvo como aliado nuevamente la climatología, puesto que el viento que tanto les había amargado el día e incluso el dormir, con noches en las que no pudieron ni pegar ojo por su virulencia, amainó y se hizo la calma. Fueron once horas y media de ascensión que luego se convirtieron en cinco de bajada. Ese día Tono García fue el más madrugador, a los 2 de la mañana ya estaba en pie, aunque no fue hasta las cuatro cuando dieron los primeros pasos hacia la cima.

Por delante un grupo de unas diez personas con guía, más frescos que ellos porque habían salido del campo 3, mientras que la expedición del Ratot lo hizo desde el campo 2. La razón era muy sencilla, saltarse el último campo para ahorrar tiempo. La cuestión era que una expedición que para alpinistas que no son muy expertos en alta montaña es aconsejable hacerse en tres semanas, ellos la redujeron a dos, puesto que por presupuesto y por razones laborales no podían permitirse estar más días arriba.

Esa reducción del tiempo les llevó a hacer la primera noche en altitud a 3.400 metros. Otra medida de austeridad fue contratar los mínimos que exige el gobierno para subir al Aconcagua, fundamentalmente relacionados con las necesidades y el aseo personal, hasta el campamento base, situado a 4.300 metros, donde por cierto, además de contar con servicio médico, había una galería de arte, que según rezaba en un cartel, había entrado en el Record Guiness por ser la que está ubicada a más altura en el mundo. “Preferimos ir a la aventura, que era de lo que se trataba”, admitió Gabriel Cantó.

En altitud, la mayor dificultad es la aclimatación, por lo que dedicaron siete de los diez días que duró la expedición a adaptarse a estar a tanta altitud con la cabeza a punto de explotar. “Habíamos hecho algo en Pirineos pero fines de semana, no es lo mismo que estar varios días seguidos”, reconocen.

Les tres se sorprenden de lo que encontraron. El Aconcagua no tiene nada que ver con los picos que hay en Europa. “La cara sur es muy árida, sin ninguna vegetación, aquello parece el desierto. Todo lo contrario que la parte norte, donde entran los vientos del Polo Sur y está con nieve. Al ser una zona tan seca te obliga a estar permanentemente bebiendo o de lo contrario puedes deshidratarte. Hay también menos oxigeno y los expertos dicen que es como si estuvieras subiendo una montaña de 7.500 metros de altitud”, apunta Jordi Castañer.

El presidente del GER fue el inspirador de esta expedición, aunque su motor fue Tono García, quien en septiembre pasado se puso manos a la obra para activar este proyecto. Todo surge en 2016, cuando Castañer, Pascual y Cantó ascendieron el Elbrus, de 5.642 y situado en Rusia, la montaña más alta de Europa. Entonces hablaron de completar el Desafío de las 7 Cumbres, que supone ascender los picos más altos de cada continente, entre ellos el Everest, pero la pandemia lo paralizó todo hasta que este verano surgió esa chispa para retomar lo hablado en su momento. El próximo reto, ya en 2024, será ascender el McKinley en Alaska, situado a 6.168 metros, siendo la montaña más alta de Norteamérica.

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