Después de 46 años, ¿nos libramos?
En honor a la verdad, es justo afirmar, contundentemente, que de la misma manera que nunca, jamás, he encontrado a nadie que con dos papeles y medio dedo de razón, pudiera demostrar que algún político en Alcoy ha metido el cazo propio en el carrito de los helados, tampoco he encontrado jamás, en mis 50 años de periodista de pueblo, a nadie que arriesgara ni siquiera una pestaña canosa, jugándosela a que pese a que no tengamos a ningún político con las manos sucias, sea oro todo lo que reluce. En el fondo, o incluso rascando apenas en la superficie, todos estamos convencidos, o la inmensa mayoría, de que hay más de cuatro con las uñas negras de contar dinero negro. Pero no se puede demostrar.
El crimen perfecto existe. Y eso que en temas económicos, junto al cuñado envidioso, uno está amenazado por no pocos chivatos y traidores, al margen de la investigación profesional y especializada de la UCO de la Guardia Civil; la fiscalía anticorrupción; los inspectores de Hacienda y la comisión contable del Casal de Sant Jordi, cuya efectividad, sin necesidad de tener que nombrar un Eliot Ness, ha reducido espectacularmente el número de montepíos de filà descabezados en los últimos años.
Pero la falta de condenados no garantiza, lamentablemente, la proliferación de la honradez fiscal, sino la habilidad delictiva del alcoyano para distraer fondos ajenos.
Echen una mirada, apenas de soslayo, a las inversiones que hubo en Alcoy durante el Plan ARA, el Alcoi de fil de vint, y sientan la emoción de haber sido elegidos por los dioses como la ciudad por excelencia, referente del tratamiento urbano de las fuerzas socialistas de medio mundo.
Sigue sin haber transcurrido el tiempo suficiente ni se han digerido aún las contradicciones ni las deficiencias de algunos materiales, para poder valorar y situar en su propio contexto todas las obras realizadas en Alcoy en aquellos años de desaforada inversión. Y no en un año ni dos, sino a lo largo de más de una década. Y nunca saltó el escándalo. Los hubo, claro, por discrepancias, críticas, extravagancias, pero nunca por corrupción. Como tampoco sonó la flauta, cuando parecían afinarla todos los días, durante la década de Sedano, ni cuando empezaron a llegar los benditos santos fondos europeos del patriarca Francés.
Hubo unos años en los que a la cruzada contra la corrupción se sumó el sindicato de la Policía Local y mantuvieron hastiados a la cúpula socialista del momento (Toni Francés, Lorena Zamorano y Jordi Martínez) y a cuantos se cruzaban con ellos con mirada sospechosa.
Durante los 46 años de democracia municipal que llevamos, aburridas peticiones como las de Carlos Pastor, líder del actual PP alcoyano, solicitando la dimisión de alguien se han repetido por miles. No hay nada más fácil en política que pedir una dimisión. Y es fácil porque todos saben que no va a servir para nada. Les brinda la oportunidad para decir algo más. pero poco a favor de un dirigente se puede esperar cuando se dedica a pedir lo que todos, absolutamente todos, saben que no servirá para nada. Pero les resulta entretenido.
En los sobrecostes del Calderón se repite lo de que nadie defendería con los ojos cerrados la sacrosanta fórmula contable usada pero tampoco nadie se atrevería a poner la mano en el fuego en prueba de verdad contra los corruptos. El coste de las manisas y complementos de alguna ducha de los vestuarios es un tema aparte; como lo es que haya tres informes periciales externos, con supuestas anomalías.
Después de la performance de Carlos Pastor y Toni Francés, se mantiene la pregunta, a falta de pruebas inequívocas:
¿Nos libramos en Alcoy de la corrupción después de 46 años de democracia?
RAMÓN CLIMENT. Periodista en reposo