Deprisa, deprisa

Cuando toca a su fin el primer periodo de la era Pedro Sánchez no está de más reflexionar sobre lo que ha dado de sí este embarazo que no ha llegado a parto, con lo cual muchas de las iniciativas en marcha tienen que guardarse en la carpeta para cuando los lejanos vientos del consenso y los pactos sean más favorables. Tras la sentencia del caso Gürtel y la caída de Rajoy, nos llegó al primer presidente de Gobierno en acceder a la Moncloa tras una moción de censura, lo cual ya es todo un hito en nuestra historia reciente. Por cierto, no haber ganado esa moción de censura por una goleada histórica dice mucho de quienes nos representan en el Parlamento. A continuación, lo que me gusta y no me gusta de nuestro presidente.

Ya lo dije en otra ocasión: del presidente Sánchez lo que más admiro es la firme determinación del hombre caído que se levanta tras (re)leer una mañana el poema If de Rudyard Kipling. Es el hombre que se reiventa y se nos presenta con una atractiva agenda social. Llámenlo perseverancia o voluntarismo de cambiar el statu quo, pero para eso hay que tener ambición personal, y a nuestro presidente no le falta ese deseo de paladear y degustar el sabor del poder, deprisa, deprisa. Y esa es la sensación que me queda a mí después de estos meses: ir muy deprisa por si acaso no se vuelve a la Moncloa. Los golpes de efecto como el del barco humanitario Aquarius, la exhumación de los restos Franco —ese hombre que lo dejó todo atado y bien atado, pero que olvidó un epitafio parecido al de Shakespeare: “Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos”—, la visita a tumbas de muertos exiliados, la batería de decretos leyes in extremis y gestos similares quedan muy bien, pero se necesita algo más consitente para convencer a la mayoría.

Lo que menos me ha gustado es el halo de frivolidad que el presidente ha arrastrado tras de sí en tan poco tiempo. Así, sin acudir a ninguna hemeroteca digital, no me han gustado tantos vuelos para tan poco trayecto, el Falcon a Benicàssim, el situarse al lado de los reyes en la recepción del 12 de octubre, el cambio de colchones y, por último, su libro Manual de resistencia, que hubiera podido dejar para más adelante, una vez todos sus deseos hubieran cristalizado en logros palpables. En fin, esa aureola de superioridad que desprende Mr Handsome, como se le conoce en la prensa británica.

Llegados a este punto es hora de poner en la balanza el deseo y la realidad, pues a eso se reduce la vida; en eso fluctúa nuestra existencia. Y también en política. Los políticos saben eso muy bien, o deberían saberlo. Una cosa es lo que se puede hacer, y otra muy distinta, lo que a cada uno le gustaría hacer. La realidad última, guste o no, es la Constitución, y el deseo utópico de los independentistas catalanes es la autodeterminación. Así de fácil. Y quede claro, que yo no descarto que un día los independentistas logren sus objetivos.

Los independentistas vieron hasta mediados de 2018 hasta dónde podían llegar con el Gobierno de Rajoy, en su deseo insaciable, y lícito, de ver otro mundo. Llegado el momento de la moción de censura, los independentistas no dudaron en cambiar de estrategia y apoyar al candidato Sánchez y ver si su deseo, y también destino, se convertían en realidad. Y como la realidad también tiene amarrado al presidente Sánchez, ahora, cuando los independentistas tenían la sartén del deseo por el mango le han devuelto la pelota caliente de los presupuestos.

Lo que es realmente un milagro es haber resistido ocho meses. Y sí, tras haber estado en la Moncloa todo ese tiempo, todos observamos que los músculos maxilofaciales del presidente se han relajado un poco más y transmite suficiente tranquilidad para lograr transmitirla a los ciudadanos. Sin embargo, las elecciones que están a la vuelta de la esquina van a caldear de tal modo el ambiente que no habrá manera de respirar el aire de consenso y pacto tan necesario para salir de la parálisis de la actividad política. Quien más quien menos, en todos los niveles, los que se dedican a la cosa pública, están pensando qué sorpresa les deparará el destino dentro de dos o tres meses, tras maquinar toda suerte de alianzas, no importa si son contra natura.

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