De la empresa participativa del profesor Elorza
En plena pandemia del coronavirus, un buen amigo ante el temporal económico previsible, y que nuestros jóvenes emigran o se conforman con raquíticos salarios, me recomendó el ensayo “La empresa participativa integral” (EPI), del Dr. en Ciencias Sociales y licenciado en Antropología Cultural José Luis Elorza, en el que perfila una empresa que funcionaría tanto en tiempos boyantes como de crisis, y hace hincapié en la necesidad de una buena formación, aboga por una distribución más equitativa de los resultados, él los llama riqueza de la empresa. Dice, empresa “es un ente en el que participan propietarios, directivos y trabajadores”, coincidiendo capital y trabajo para producir bienes, productos o servicios que se venderán, y, pagados los gastos generados, lo que quede son los beneficios. Y añade si todos los sujetos componentes de la empresa contribuyen al logro de sus resultados, deben participar de forma equitativa de esos resultados.
¿Ha inventado las cooperativas? No. Funcionarán como “a través de sociedades de capital”, capitalismo cooperativo. Todos aportan su trabajo, y con la finalidad de mejorar la gestión debe incentivarse con “motivación para el éxito”, o sea lo que ahora llaman “fijación de objetivos”. Resalta la “reingeniería de la organización”, hablándonos de una empresa jerarquizada con disciplina casi militar, que acabaría definiéndose como la empresa integral, siendo su objetivo garantizar la rentabilidad a corto y largo plazo, para que todos los miembros de la empresa puedan optar a entrar en el capital, participen en los beneficios de acuerdo con su aportación (tanto de trabajo como de capital), y que una parte del salario “esté directamente ligado a los resultados de la empresa”, es “un sistema de salarios flexibles basado en una variable de la empresa”. Lo que precisa de un liderazgo claro dentro de la misma empresa, incluso en sus diferentes secciones, concluyendo que “la Empresa Participativa Integral es la alternativa de futuro para la organización de la empresa”. Tres economistas ilustres, dice, proponen lo que resume en un “plan de propiedad de acciones para trabajadores”, que cree es lo más acertado para encarar la salida de una crisis.
La participación en los beneficios recuerda la “paga de beneficios” que las empresas tenían la obligación, hubiera o no ganancias, de abonar a sus empleados, durante el régimen anterior, en el que las relaciones empresa-trabajadores las regulaba una ley laboral muy estricta, en defensa del asalariado.
En su exposición el Dr. Elorza hace hincapié en la “escolarización y formación en el puesto de trabajo… es un factor clave para explicar el enorme crecimiento y desarrollo económico alcanzado a lo largo del siglo XX”. Es decir reclama una buena, no, la mejor formación profesional para todos los operarios de las empresas, indispensable formación con la finalidad de capacitar a todo trabajador para desempeñar adecuadamente los puestos de trabajo, por profesionales buenos y muy competentes. O sea, reclama aquellas escuelas de formación profesional que el actual sistema educativo olvidó en los primeros años ochenta, llegando a cargarse las universidades laborales que tan excelentes resultados dieron durante su funcionamiento, instituciones creadas para los hijos de los trabajadores, en las que se premiaba el esfuerzo, algo en las antípodas de los nuevos planes de estudios.
Lo que el Dr. José Luis Elorza persigue es la justicia social, reimplantar unos principios que no debieron haberse olvidado, trata de ordenar los valores que permitan articular los salarios, el empleo y los precios. Y aunque no lo explicite se intuye que, tal como proclaman tantas encíclicas papales desde León XIII –Rerum Novarum, 1891–, e insistentemente sigue defendiendo la iglesia católica, en palabras del actual papa, Francisco, que se opone “a un mundo en el que trabajen sólo la mitad o un máximo de dos tercios de los trabajadores, y los restantes sean mantenidos con un cheque social”, como ocurría en las llamadas “democracias populares” y en aquellas que las han sucedido, con igual sentido de su “democracia con apellidos”, olvidando que el trabajo dignifica a la persona, contrariamente a las indiscriminadas ayudas asistenciales.