De Alcoy a Rwanda para hacer un voluntariado
La alcoyana Mónica Martínez ha estado un mes en África dando cursos de formación y contribuyendo como fisioterapeuta de forma altruista
El voluntariado de profesionales de la salud en África se ha convertido en una práctica cada vez más común. Expertos de diversas áreas dedican meses de su vida a contribuir con sus conocimientos a sociedades menos desarrolladas. Con esta experiencia, no solo se sienten satisfechos por haber ayudado a estas comunidades, sino que también se enriquecen por las vivencias y aprendizajes que transforman su perspectiva.
Este es el caso de Mónica Martínez, una fisioterapeuta alcoyana especializada en geriatría y neurología, quien, gracias a un programa de voluntarios de la Universidad Miguel Hernández, ha pasado un mes en Nemba, Rwanda. Mónica ha sido miembro de un equipo de siete españolas, integrado por fisioterapeutas, psicólogas y enfermeras quienes, durante su estancia, han impartido formaciones y ayudado en el hospital con sus servicios.
Uno de los aspectos más destacables de su trabajo en África ha sido su labor en el hospital local. A pesar de los escasos recursos, Mónica ha quedado sorprendida por el buen estado de los hospitales así como por la preparación de los profesionales. “El hospital tenía pocos recursos, pero estaban muy bien cuidados. De hecho, el servicio de fisioterapia tenía muchos aparatos, más incluso que algunos centros de salud de España. Además, los profesionales saben muchísimo, con lo poco que tenían se manejaban muy bien”, explica la alcoyana.
No obstante, no todo fue fácil. Las condiciones en el hospital eran a menudo duras e impactantes. La fisioterapeuta describe escenas difíciles de olvidar: “Vi cosas muy duras como pacientes con tuberculosis mezclados con pacientes de salud mental, que eso no tiene ni pies ni cabeza. También en alguna sesión de terapia vimos gente demasiado medicada. Además, en la especialidad de fisioterapia vimos muchos niños con parálisis cerebral o algún síndrome raro que no están tratados correctamente”, continúa.
El trabajo de Mónica no se limitó al hospital. También participó en la formación de profesores en centros escolares, impartiendo charlas sobre los beneficios del deporte y dinámicas grupales para manejar el estrés a través de la actividad física. Además, ofreció formación al personal sanitario local, enfocándose en cómo progresar con el ejercicio terapéutico, especialmente para personas mayores.
Una de las experiencias más significativas para la alcoyana fue la interacción con la comunidad local. “A raíz de todo el tema del genocidio, la gente es muy amable y todos se ayudan entre todos. Tienen un sentido inmenso de comunidad”, afirma. Sin embargo, también se enfrentó a un choque cultural importante debido a su condición de extranjera. “Nos miraban a todas horas, nos pedían dinero y nos trataban con superioridad por ser blancos, ‘umusungus’, como decían ellos. Fue un choque de realidad bastante grande”.
Antes de partir a África, Mónica y sus compañeras decidieron comprar material para donarlo al hospital. Ella, en particular, donó un aparato de electroestimulación transcutánea, que sirvió de gran ayuda en el centro hospitalario. “El hospital tenía una máquina similar que no usaban porque los electrodos estaban rotos. Mi máquina sí que tenía y tuve la idea de sacrificar dos electrodos, cortarlos y unirlos con los otros, entonces el hospital pasó de no tener una máquina rota a tener dos en funcionamiento. Fue muy especial para mí poder ayudar de esa forma”, expresa emocionada.
“Este voluntariado me ha hecho llorar mucho, pero también me ha dado muchos momentos satisfactorios. Venir a Rwanda me ha hecho cambiar mi manera de pensar y de ver la vida. Ver un país empobrecido te hace darte cuenta de las cosas importantes de la vida, te hace agradecer lo que tienes y te rompe los prejuicios”, concluye la alcoyana.