Como una esponja

He conocido a muy pocas personas con la capacidad de Paco Bustos para aprender y adaptarse. Paco era una esponja. Escuchaba, atendía, se lo rumiaba y en cuanto girabas la esquina ya dominaba el tema. De ahí que un joven obrero, sin estudios, miembro de una cuadrilla de escayolistas, acabó siendo el mejor concejal de Deportes que hemos tenido o el mejor gerente del centro comercial Alzamora. Sabía hacerse respetar y también sabía reconocer a quien se merecía su respeto, y en esa dualidad nunca le tembló el pulso a la hora de retorcerle el amor propio a quien pretendía subírsele a la parra o pisarle el juanete a quien no se merecía ni el pan ni la sal. Y con esos argumentos mantuvo, durante su vida pública, que fue larga, un nutrido club de enemistades y un ancho abanico de amistades y fieles.

Porque Paco Bustos, para qué engañarnos, tenía su carácter y su pronto. Y era igual de apasionado con sus amigos que con sus no amigos, porque quiero creer que no tenía enemigos. Las otras grandes virtudes de Bustos eran su capacidad de trabajo, sin mirar el reloj ni el calendario, y su habilidad para formar equipos de trabajo que resolvieran los problemas y ofrecieran soluciones. Y una de sus mejores herramientas ha sido, sin duda, Gilberto Dobón, especialista en plasmar en una pantalla de ordenador las ideas de Bustos a lo largo de toda su carrera activa, como lo fue en el Centro de Deportes el casi santo Rafa Priego.

Tuvo sus batallas, como cuando quiso dignificar el cargo de heraldo en los desfiles festivos. Y para que no hubiese dudas, porque a él nunca se le cayeron los anillos, siendo concejal se vistió con el traje y la peluca y desfiló al frente de los heraldos, propiciando fotos que le acompañaron ya desde entonces toda su vida. Pero Paco normalizó a los heraldos. Llegó al Ayuntamiento de Alcoy a los 25 años de edad de la mano de un PSOE que se acababa de reinventar con Pepe Sans al frente, quien le nombró primero concejal de la Juventud. La devoción de Bustos por Sanus y por Concha Martínez le convirtió en un miembro más de la familia. Hace 15 días se comía, en casa de Pepe y Concha, una paella de arroz con caracoles que les había preparado la cocina de Lolo. Ya no estaba nada bien, pero resistía, plantándole cara al ingrato cáncer que apenas le dejó disfrutar de la jubilación. Presumía estos últimos años de haber quedado liberado para decir lo que pensaba sin ningún temor, pero Paco no era de los que iba por ahí poniendo a caldo al personal en las barras de bar. Prefería decir las cosas a la cara y se callaba muchas, pese a su mala fama. En plena enfermedad prefirió escribir artículos positivos hablando bien de gente que no era reconocida oficialmente porque no era tan malo como muchos lo pintaban.

Unió, por amistad y vocación, su destino político al de Pepe Sanus cuando la “desfeta del 2000”, pero nunca perdió su visión, su bagaje y los canales de información para saber lo que se cocía y lo que había en los congeladores del Ayuntamiento y, especialmente, en el deporte local. Supo atender a la cultura y al deporte, sin corresponderle, desde el Centro Comercial Alzamora, con patrocinios, cesión de locales y hasta con una sala de exposiciones, porque sin hablar en valenciano, aunque lo intentó muy malamente, se sentía profundamente comprometido con este pueblo. Era de la tribu alcoyana. Quizá también por eso estuvo al lado del nacimiento de El Nostre desde el primer minuto.

Le echaremos de menos, mucho, porque Paco Bustos era mucho Paco Bustos.

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