Catar, ciudad de vacaciones
Lo reconozco. Estoy viendo todos los partidos del mundial que mi horario me permite. Hasta veo algunos en diferido. No puedo evitarlo. Como futbolero acérrimo, y dado que mi amado Alcoyano lleva unas cuantas semanas dándome disgustos (no solo sobre el césped, pero eso es para otro día), el fútbol de selecciones es el que más me gusta. Y obviamente, el mundial es el acontecimiento que los futboleros esperamos como agua de mayo. Y me sabe mal, porque sé que lo correcto sería no verlo. No sé si el mundial lo ganará España (¡por favor!), Brasil, Argentina o Alemania. Pero sé quién va a ser el perdedor: la FIFA.
En 1978, el mundial de fútbol se celebró en Argentina, que a la sazón estaba sometida por una dictadura sanguinaria. Las sospechas de corrupción fueron constantes ya entonces, se habló de sobornos a los directivos de la FIFA e incluso se creó un movimiento internacional para boicotear el torneo, aunque no tuvo gran éxito. La junta militar utilizó la copa del mundo para blanquear su imagen y legitimarse ante la comunidad internacional. Hoy, 44 años después, la FIFA continúa teniendo el mismo criterio.
La elección de Catar como sede ya trajo cola. ¿Cómo pudo ser elegido un país situado en pleno desierto, con unas condiciones nada adecuadas para la práctica del fútbol, y que además no tiene ninguna tradición futbolística? ¿Pues cómo va a ser? Con dinero. La pasta lo puede todo, y los directivos de la FIFA no tuvieron ningún problema en votar a favor, con los bolsillos bien llenos. El hecho de que Catar sea un país sin libertades, cuyos trabajadores inmigrantes viven en semi esclavitud (entre 5.000 y 15.000 personas, según las fuentes, han muerto construyendo los estadios), y que no respete los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBI no ha supuesto ningún problema para ellos. Pero, ojo, tampoco ha supuesto problema para las diferentes federaciones, que han acudido a la cita sin objetar nada. Algunos se ponen brazaletes de capitán con la bandera arcoíris. Precioso, pero inofensivo.
Que el fútbol no es lo que era es un tópico. No es verdad que se haya convertido en un negocio: hace décadas que lo es. El problema es que se están sobrepasando límites que algunos, inocentes, pensábamos que nunca se alcanzarían.