Castañer
Afirmaba yo el 8 de febrero: “hoy Ramón Castañer cumple noventa años, porque los genios no mueren”. Y tan así es –y será-, que basta decir “Castañer”, para saber todos que nos estamos refiriendo al mejor pintor alcoyano del s. XX. De ahí que cuando alguien levanta la vista a la cúpula de San María exclama “Castañer”, y lo mismo ante el grandioso –digo grandioso en todas sus acepciones- “Mural de la Festa”, que corona el altar de San Jorge, del santuario de María Auxiliadora, pues no sé de nadie que contemplando “Las hilanderas” o “Las meninas” precise Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, o mirando “Los fusilamientos del 3 de mayo” un Francisco de Goya y Lucientes, simplemente arrobados dirían Velázquez, Goya, porque para los genios sobra con su apellido.
En absoluto discrepa esto de que los amigos, y no digamos los familiares, se refieran siempre al genio como Ramón, naturalmente.
Con independencia de los muchos cuadros repartidos por la ciudad, y la colección depositada en el Círculo Industrial, Alcoy tiene el privilegio de poder gozar de su arte contemplando los grandes murales que han quedado en nuestras iglesias, muy especialmente esa apoteosis de la gloria –en todas sus acepciones también- que es el de la Festa, el cual, a pesar del título, es mucho más que la Fiesta, es el alma de Alcoy, tradición e historia, con los alcoyanos –operarios y patronos- protagonistas de un auto a la vez lúdico y sacro. Este impresionante mural sólo podría pintarlo un alcoyano “fins el moll del os”, y cómo no fester, pues de casta le vino al galgo su hábito de abencerraje, que ya vestía su padre, recordado teniente alcalde de fiestas.
Sentado que Castañer era, y es, un excepcional pintor –innato dibujante-, dominaba todas las técnicas, todos los temas, y abordó cualesquiera tendencias, podemos aseverar que hemos tenido entre nosotros un genio que jamás se jactó de serlo. Al margen de lo que marcaran y marquen calendarios y tiranas modas, Castañer es ya para Alcoy un mito, y seguirá siéndolo por el arte que desprendía y nos ha regalado, por su alcoyanía y su sencillez, zafándose siempre de políticos y politiqueros, desbordado el genio por un cachazudo sentido del humor, privilegiado por la naturaleza, eligió como profesión la que era su afición, “dichoso el hombre que de su afición hace su profesión”, sentencia Bernard Shaw en su “Pigmalión”, y para más completa nirvana, tal como el protagonista de “Las siete columnas” de Wenceslao Fernández Flórez, se acogió “a la fórmula más simple de la ventura, la que proporciona mayor y más duradera serenidad a los espíritus sencillos: un trabajo provechoso y un solo amor de mujer”.
Lo que me da pie, festejando a san José, para felicitar a su fascinante Pepa, sí Pepa, dedicándote estas letras de recuerdo al genio de tu Ramón.