Carril bici, “habemus”

Alo que se ve con la implantación del carril bici en algunas calles de la ciudad se está ofreciendo, por parte del municipio, una adoración perseverante de la bicicleta como un pequeño dios del deporte local. Le ha llegado la hora, parece ser, a lo que estaba proyectado. Se han instalado maquinaria y compresores, cuadrillas de albañiles agujereando las aceras para proporcionar esa dimensión pintada de verde para que puedan circular, con el rigor establecido, los vehículos de transporte personal impulsados por el pedaleo constante como muestra de un vigor alcanzado en el desarrollo de una carrera a lograr o satisfacerse de un paseo placentero.

Viéndolo así parece hasta hermosa la panorámica que se ofrece: tantos metros de carril o de kilómetros, sorteando dificultades, eliminando montones de tierra hasta encontrar la superficie plana para que la circulación alcance la placidez de la energía gastada y así se va demostrando a los que han ideado el proyecto la seguridad de una realidad satisfactoria puesta a disposición del ciudadano con la rapidez de la urgencia y demostrada para la posteridad como un signo de eficacia errante, “municipal y espesa”, logrando de esta manera evidenciar el contento de lo logrado.

Pero, ¿a costa de qué sacrificio se ha impuesto al ciudadano para que el carril bici relumbre con el ardor de lo novedoso? Pues de quitar muchas parcelas de parking en su recorrido. La calle siempre ha sido baluarte y conexión de necesidades y certidumbres, sostén para paliar ingratitudes y desvaríos. Todo el mundo tiene infinidad de derechos pero hay que saber calibrar las necesidades sin ofrecer el arrojo de lo ampuloso para unos y la penumbra de lo insuficiente para los demás que son una inmensa mayoría. Ahora se vislumbra la estética del carril bici que acarrea la admiración complacida de lo novedoso. Se dirá que este proyecto ha sido sufragado en parte por los fondos europeos, pero los políticos no pisan la realidad diaria de las ciudades. Viven dentro de la aureola convencional de la magnificencia y de un ego bamboleado de proyectos para realzar su figura.

Por ahora es este el ofrecimiento que se nos brinda: contemplar lo bien trazado del carril, quizás huérfano del pedaleo a que ha sido destinado, fomentado cada día el espectáculo del cabreo en algunos conductores de los barrios de la ciudad ante la escasez de parcelas de parking que el delirio municipal ha quitado. Y ahí, de esta manera se descubre todo lo dispuesto para contemplar la hermosura del color verde en las líneas rectas como una superficie de holgura y satisfacción que perciben los ediles junto con la desazón y el sufrimiento que sufre el ciudadano, engullido en la batalla diaria en encontrar tan solo un aparcamiento para su coche.

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