Carlos Merchán: Amistad y Arte
Algunas amistades surgen del destino, de esas casualidades que parecen estar escritas mucho antes de que las comprendamos. Así fue mi encuentro con Carlos Merchán, aquel día que el azar lo trajo a mi casa, buscando estudiar arte con la entrega y curiosidad que siempre lo definieron. No podía imaginar entonces que esa primera visita sería el inicio de una conexión que nos uniría a través de los años, más allá de cualquier distancia o silencio. Lo que comenzó con un interés compartido por la pintura se transformó en una amistad profunda, forjada a base de pinceladas, debates sobre maestros y una pasión común que nunca se extinguió.
Carlos era un hombre peculiar, de esos que parecen habitar entre dos mundos: el real y el que solo los artistas ven. Salamantino de nacimiento, llevaba en su esencia la sobriedad y la profundidad de su tierra, pero también se dejó seducir por la luz y la vitalidad de Alcoy, la ciudad que lo acogió como a uno de los suyos. Supo encontrar aquí una conexión especial, integrándose en su comunidad artística y dejando huella en su entorno, no solo por su obra, sino por su personalidad única. A pesar de ser un “salmantino de pro”, Alcoy lo hizo suyo, y él, a su manera, hizo suya la ciudad.
Lo recuerdo sentado en la cafetería, con el ABC entre las manos. Pero el periódico era solo una excusa; lo que realmente nos convocaba era el arte. Fortuny, Sorolla, Velázquez… los nombres de los grandes maestros flotaban entre nosotros, eclipsando cualquier titular de portada. Era en esos momentos donde Carlos se mostraba más vivo, más él mismo: reflexionando sobre el trazo perfecto, discutiendo sobre la textura o el color adecuado. La pintura no era solo un tema de conversación, era nuestro lenguaje común, nuestra forma de entender la vida.
Carlos tenía una capacidad especial para captar lo esencial, lo auténtico. Sus bocetos, frescos y espontáneos, eran reflejo de esa mirada aguda, capaz de descubrir la belleza en lo cotidiano. Cada tablita pintada, cada apunte rápido, contenía algo más profundo: la esencia de su ser, de su manera de observar el mundo. Por eso, incluso cuando nuestras vidas nos llevaron por caminos distintos, el vínculo nunca se rompió. La distancia fue solo física; la conexión, esa que nació aquel primer día, permaneció intacta.
Recuerdo con claridad cómo, a pesar del paso del tiempo, siempre había algo pendiente entre nosotros. “Quedemos un día y charlamos, que ya hace…”, me decías. Y yo, confiado en que el tiempo siempre estaría de nuestro lado, postergaba esas conversaciones. No sabía entonces que el destino ya había escrito un final distinto al que esperábamos.
Cuando supe de tu enfermedad, me invadió una sensación de impotencia que aún me cuesta describir. Quise llamarte, hablar contigo, pero el miedo me paralizó. Miedo a enfrentar la realidad, a aceptar que aquella llama que siempre creí inextinguible empezaba a apagarse. Y el 1 de diciembre de 2024, cuando llegó la noticia de tu partida, sentí un vacío enorme, una congoja que aún hoy me acompaña. Tantas cosas quedaron en el tintero, tantas palabras no dichas…
Sin embargo, aunque el destino sea implacable, hay algo que trasciende: tu legado. Conservo como oro en paño tus palabras, tus dibujos dedicados, esas pequeñas joyas que ahora tienen un significado aún más profundo. Porque tu ausencia es física, pero tu presencia sigue viva. Estás en cada conversación sobre arte, en cada pincelada que doy, en cada reflexión frente al lienzo.
Carlos, tu espíritu inquieto y apasionado seguirá presente. No solo para mí, sino para todos los que tuvimos el privilegio de conocerte, de compartir contigo esa pasión por el arte.
Alcoy te recordará siempre, no solo como el artista que dejó huella, sino como el amigo que encontró en esta ciudad un hogar y que, a su vez, supo dejar su impronta en cada rincón.
Hasta siempre, amigo. Sé que donde estés, sigues pintando, y yo, aquí, seguiré honrando nuestra amistad, en silencio y sin alboroto, ese vínculo que nació entre colores y que nunca se romperá.