Carlos Matarredona regresa a Estados Unidos donde juega al tenis y cursa estudios universitarios de economía
Acaba de fichar por North Alabama, una universidad emergente, con el objetivo de alcanzar el campeonato nacional
Carlos Matarredona, el benjamín de una saga de deportistas que abarca hermano, padres y tíos, empieza a contar los días antes de cruzar de nuevo el charco para no volver hasta el verano. Se le hizo extraño al principio, tras dos años fuera de casa, de vivir a miles de kilómetros, con severos horarios, recuperar viejas rutinas. Han acabado siendo casi nueve meses en casa, desde marzo pasado, con hábitos que creía olvidados. Son las consecuencias de ese problema global que es el coronavirus.
El próximo sábado 26, todo lo vivido estos meses, quedará en un simple recuerdo. Ese día tomará un vuelo que le llevará de regreso a Estados Unidos. Allí le espera otra ciudad, una universidad distinta y nuevos compañeros de clase y entrenamiento. “Sé que al principio lo voy a pasar mal. Me esperan dos semanas bastante complicadas. Allí no hay Reyes, el 6 de enero empiezo las clases y tres días después, el 9, tenemos el primer partido”, desvela entre esperanzado por lo que le espera y cierta nostalgia de perder otra vez el calor de la vida familiar que tanto había echado en falta en su estancia de dos años en Estados Unidos.
Carlos Matarredona deja atrás el estado de Texas para aterrizar en Alabama, en el sudeste del país, cerca de Miami, la sede de la universidad por la que fichó en plena pandemia. Hace un par de veranos quiso probar el viejo sueño americano atraído por la experiencia de su tío Miguel Valor, quien hace casi tres décadas, cuando casi nadie en España estaba dispuesto a cruzar el charco para estudiar y formarse deportivamente frenados por la barrera del idioma, decidió echarse la manta al cuello y embarcarse en aquella aventura.
LA HUELLA DE SU TÍO MIGUEL
Miguel Valor regresó de EEUU con una carrera universitaria y dejando huella tenística. Fue campeón universitario y en su vuelta a casa empezó una carrera que le llevó hasta el número 33 del ránking nacional, algo que ni por asomo nadie ha logrado ni acercarse ni antes ni después, además de proclamarse campeón de España de dobles junto al madrileño Tati Rascón y ganar varios torneos a lo largo de la geografía nacional.
Su sobrino, de 20 años y un imponente físico con 2,01 de altura, quiso imitar sus pasos y lleva camino de repetir sus éxitos. En el primer año en Estados Unidos, ganó la NJCAA, que es el campeonato de universidades de Junior College –los dos primeros años de carrera– más prestigioso del país. Además lo hizo con la misma universidad que su tío Miguel, la Tyler Junior College. “Fue muy emocionante, guardo un gran recuerdo de aquel día. Jugamos en Miami cuya universidad había ganado el título en las tres ediciones anteriores. Llegamos empatados al último punto, que era el doble, en el que yo estaba. Ganamos en el tercer set 6/4. Fue increíble, tardaré en olvidarlo”, admite.
Esta última temporada llevaban camino de repetir la misma gesta, hasta que el coronavirus apareció para cambiarlo todo. “Veníamos de jugar en Florida, en la vuelta nos aseguraron que iba a suspenderse la competición y una semana después ya estaba volando hacia España nada más decretarse el estado de alarma”, apunta.
Se abrió entonces un periodo de incertidumbre que para Carlos Matarredona terminó semanas después cuando el entrenador de North Alabama se puso en contacto con él y le propuso fichar para los próximos dos años. Inmediatamente dijo que sí y en esta universidad completará sus estudios de tercero y cuarto de Económicas y posiblemente también el Máster final de carrera. “Un entrenador puede quererte pero si la parte deportiva no va acompañada de unas buenas notas a nivel académico, puedes quedarte sin beca. Ellos ponen mucho, hacen posible que puedas formarte como jugador de élite pero también tu tienes que poner de tu parte. Afortunadamente estoy contento de cómo me están saliendo las cosas, terminé en Tyler con un 3,75 sobre 4. Al principio fue duro, llegué pensando que sabía inglés y estuve dos semanas que ni me enteraba en clase”, subraya.
Carlos Matarredona comenta que a las 8 ya está en clase. Son cinco horas seguidas hasta la una, en la que deja los libros para comer y tomarse un pequeño descanso, puesto que a las dos y media ya tiene que estar en pista para empezar a entrenar. Dos horas de dura sesión que complementa con una más de gimnasio. “Sobre todo es muy importante organizarte, tener tus propios horarios, de lo contrario acabas superado. Nosotros éramos sobre diez en el equipo, cada uno de un país diferente, había europeos, brasileños… Al final todos estamos igual, fuera de casa y te creas tu propia familia”.
Reconoce el alcoyano que más allá de la burbuja univesitaria hacía poca vida social. “Tampoco nuestros horarios permiten muchas más cosas. Acabas entrenando seis días a la semana. Allí hay mucha pasión por el deporte universitario. Está muy extendido en las familias acudir con sus hijos a los partidos. Se pasan el día entero, comen incluso allí. Al final haces amistad con ellos. Es curioso la intensidad con la que se toman el deporte universitario”, indica.
Carlos Matarredona aún tiene muy fresco en la memoria el primer día que llegó a la Universidad de Tyler. Estaba jugando el equipo de baloncesto y se le acercó un profesor. Se presentó y le dijo que fue profesor de su tío Miguel cuando estudió allí. Estaba previsto hacerle un homenaje. “Iba a venir, tenía el billete incluso comprado, querían que su nombre estuviese en el Hall of Fame de la universidad, pero la pandemia hizo que se aplazara todo. Creo que aún sigue en pie el homenaje. Dejó huella y para mí fue como una tarjeta de presentación cuando llegué allí”, confiesa con orgullo.
SER PROFESIONAL EN ESPAÑA
En North Alabama le espera otro campeonato, la NCAA, con alumnos de tercero y cuarto curso. “Cuando se pusieron en contacto conmigo, me ilusioné enseguida. Es un proyecto que no para de crecer. Lleva seis años en la División 1 de la liga nacional con aspiraciones de seguir mejorando. En nuestra conferencia somos nueve universidades, accediendo a las finales estatales los dos primeros. Las aspiraciones son de clasificarse. En el equipo hay jugadores de varias nacionalidades, desde americanos, franceses, brasileños… Curiosamente el brasileño me escribió diciéndome que me conocía. Estuvo año y medio en la academia de Ferrero en Villena y se acuerda que jugó contra mí. Las circunstancias de la vida hacen que ahora seamos compañeros de habitación”.
En el ecuador de su estancia en Estados Unidos no sabe si después acabará ampliando su particular sueño americano o decidirá regresar a casa. Lo que sí tiene claro es que cuando regrese a España le gustaría dedicarse un par de años profesionalmente al tenis. “No me gustaría quedarme con la duda”, esgrime alguien que tanto por juego como por presencia física no se ajusta al prototipo de jugador español. “Me fijo más en Isner –estadounidense, 2,08 de altura,109 kg y especialista en pista rápida– que en Nadal. Su forma de jugar se asemeja más a la mía”.