Baja fidelidad. ENRIQUE PEIDRO

Estos últimos días, a raíz de la fallida moción de censura en la Comunidad de Murcia, se ha vuelto a poner sobre el tapete el debate acerca del transfuguismo. O una de sus variantes, como es el tercer cambio de partido de Toni Cantó, tras anunciar que se retiraba de la política activa para, apenas un par de días después, incorporarse a la candidatura electoral del Partido Popular madrileño. No han tardado nada en lloverle las críticas, incluso de antiguos compañeros de partido que un par de semanas atrás pertenecían a su propio bando dentro del partido, como es el caso de la diputada en las Cortes Valencianas Mamen Peris, que no ha vacilado en repudiar públicamente a su ex jefe y pedir de manera irónica un premio “Goya” para él por su actuación ante los medios.

Y este es, precisamente, el tema sobre el que quiero reflexionar en este artículo. Se trata de una cuestión interna de los partidos, pero que deriva directamente de lo anteriormente señalado: la “fidelidad” a estos personajes. Líderes mesiánicos aplaudidos por masas ingentes de afiliados, que cuando están al frente del partido y ostentan poder, arrastran una increíble cantidad de aduladores. Todo lo que hacen o dicen es alabado públicamente por estos fieles seguidores,  que les confieren un grado de infalibilidad similar al que el poder divino otorga al Sumo Pontífice. Pero… ¿qué pasa cuando caen en desgracia?

Recuerdo perfectamente los comentarios que un cargo público de nuestra ciudad, muy representativo precisamente de ese partido, escribió en un chat de afiliados cuando Albert Rivera comunicó su táctica de no apoyar a Pedro Sánchez en su primera investidura, en la que Ciudadanos había conseguido 56 diputados. “Rivera es un político muy inteligente y un gran estratega. ¡Bravo por él y por todos los que le apoyamos”. Ya sabemos cómo terminó la historia. Esa estrategia derivó en unas segundas elecciones, en las que el batacazo del partido le llevó a quedarse con solamente 10 diputados y, al gran estratega, a asumir responsabilidades y abandonar la política.

Rivera dimitió y las alabanzas públicas por parte de esta persona (tanto en sus redes sociales como en canales internos) continuaron. «Es un señor. Su gesto le honra. Un ejemplo a seguir”. Paradójicamente, esa misma persona había causado una debacle del partido en nuestra ciudad, pero no estaba dispuesta a aplicarse los mismos principios éticos que tanto alababa tras la decisión de Rivera. Dejaba claro, así, que lo del ejemplo a seguir era una frase hecha, o que, en el peor de los casos, eran otros los que tenían que seguirlo. Ella, jamás. Incluso llegó a culpar al propio Rivera de los malos resultados obtenidos a nivel local. Poco después llegó Inés Arrimadas y todo eran aplausos y parabienes ante cualquier noticia que tuviera a su nueva deidad como protagonista. ¡Solamente le faltó intentar convencernos de que Inés sudaba colonia! Por supuesto, en esas se mantiene… mientras esta sea la líder del partido, claro, porque, que nadie dude que aplicará con rigor matemático aquella máxima de “a rey muerto, rey puesto”. Y siempre utilizando las redes sociales con total descaro, para que todos puedan ver su talante servil, de mansedumbre y sumisión selectiva ante cualquier figura de autoridad que pueda beneficiarle en su futuro político.

Pero lo más flagrante de todo es la relación establecida en su momento con Toni Cantó. Líder amado y venerado, reverenciado, aplaudido, jaleado y ensalzado a los altares en todos los foros posibles…. ¡y que nadie se atreva a discutirle! Donde iba él a dar un mitin, allí estaba esta persona con sus inseparables gafas de sol a modo de diadema, en primera fila a ser posible para aparecer en la foto y mostrar públicamente su apoyo. Miembro destacado del rebaño de acólitos (tal vez por eso ahora le preocupa tanto por dónde son enterrados los animales), juró fidelidad eterna a “su” candidato… hasta que este sorprendió a todos dando un portazo y dejando huérfanos a esa muchedumbre que, atónitos, no se atrevían más que a aplaudir su decisión, quizá llevados por la inercia de tantos años.

¿Es una actitud despreciable? Posiblemente para la mayoría de nosotros, lo sea. Pero lo cierto es que los partidos políticos funcionan así. Oye, mira, calla… y aplaude. Se nutren de pelotas indisimulados, de trepas que no tienen ninguna vergüenza ni pudor en mostrar sus preferencias y en captar nuevos adeptos a su causa. Es su filosofía. En este caso concreto, a esta persona no le ha ido nada mal: su ferviente e inquebrantable fe, junto a ese peloteo incesante e incansable, le valió para encabezar la lista de unas elecciones municipales y seguir viviendo durante, al menos, cuatro años más del erario público.

Porque ahora que el rumbo del barco ha cambiado, que el capitán de la embarcación ha decidido ejercer como segundo de a bordo en un barco más grande, se impone el mutismo. De momento. Hasta que otros miembros destacados del rebaño decidan balar en contra de su antiguo pastor. En ese momento, esta persona también balará, más fuerte que nadie, para que se la oiga y para que el nuevo guía sepa que puede contar con ella para lo que haga falta. Una vez más, jurará fidelidad a su nuevo y prometedor líder. Pero ya sabemos qué tipo de fidelidad es esa. Una fidelidad condicionada, temporal e interesada. Lo que se conoce como baja fidelidad.

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