Árbitro por vocación

Hay una fecha en su vida, siendo aún un crío, que le cambió para siempre, viendo cómo se las ingeniaban dos equipos para dominar un balón de baloncesto sobre una superficie de tierra con piedras. Pero lo que le llamó la atención no fue aquel deporte de lucha bajo un tablero, sino la figura que vestía diferente a los jugadores. Casi cinco décadas después, aquel niño de figura menuda que logró sobrevivir en un mundo de gigantes, acaba de recibir un reconocimiento a una carrera con muchas luces pero con alguna sombra, que le llegó cuando las categorías nacionales se le empezaban a quedar pequeñas. Fue entonces cuando aquel prometedor árbitro recibió la mayor desilusión de su vida, una decisión que nunca llegó a digerir y que le dejó sin poder ascender al escalón más alto de nuestro baloncesto y debutar en lo que hoy en día conocemos como la ACB.

Juan Andrés Martínez, que ahora tiene 60 años, es historia viva de nuestro baloncesto. Llegó a dirigir partidos en la máxima categoría nacional femenina y hasta la Segunda División masculina. Fue el colegiado de un histórico URSS-Brasil celebrado en Alicante con dos mitos como Sabonis y Óscar Schmidt frente a frente. Dirigió finales universitarias, partidos de selecciones a nivel júnior y en capitales como Madrid o Barcelona, pero también en Palma, Sevilla, Granada o Menorca. Recuerda que en Mahón salió una vez ovacionado pero que en Cartagena tuvo que venir la Policía para salir escoltado.

Su mayor legado, la herencia a esas más de cuatro décadas vocacionales, fue la puesta en marcha hace veintidós años de Asoar, la Asociación de Árbitros y Oficiales de Mesa de Baloncesto que dirige los partidos de escolares y de la liga local, además de colaborar con otras poblaciones con competición propia. En la pasada Semana Santa, aprovechando su Campus de Primavera, el CB Joventut quiso rendirle un homenaje, haciéndole entrega de la quinta edición de su premio anual que reconoce a una persona a nivel local que se ha distinguido por su labor de fomentar la práctica del baloncesto.

–¿Imagino que muy satisfecho?

–Muchísimo, fue una mañana muy bonita, tuve la oportunidad de departir con los niños del Campus, charlar de baloncesto y ellos aprovecharon para preguntarme dudas que pudieran tener sobre reglamentación. En estos casos, siempre me acuerdo de una frase de una persona muy querida por mí y que en su momento me ayudó mucho. Juan Lluc solía decir que del árbitro se espera mucho pero recibe poco. Lamentablemente solo se acuerdan de nosotros para decir cosas negativas. En televisión vemos como jugadores y árbitros se saludan antes del partido pero esa imagen no se repite cuando termina. Si sucediese, se eliminarían muchas tensiones de después. Sería una forma de romper el hielo y de acabar con polémicas, cuando los árbitros somos el tercer equipo de un partido. En baloncesto no hay empate, gana o pierde un equipo distinto, de esa manera admitiríamos que el error arbitral forma parte del juego, que queda ahí mientras se está jugando pero que se olvida cuando se pita el final. Fomentar que el arbitraje es una parte más del juego y no un elemento extraño.

–¿Por qué te haces árbitro, cuando un niño lo que quiere es hacer canastas y no exponerse a que le digan de todo por fallar en una decisión del reglamento?

–Debería tener 10 o 11 años, mi hermano Hilario me llevó a ver un partido de baloncesto en Batoi. Recuerdo que uno de los equipos era el Apafanba, de la Asociación de Padres de Familia de Batoy. Aquel día me enamoré del baloncesto, pero sobre quedé prendado con la figura del árbitro. Quizás porque no tengo mucha altura me llamó la atención cómo alguien se desenvolvía en un deporte donde todos eran altos. Me presenté ante Ramón Giner y me puso a dirigir partidos de entrenamientos. Entonces estudiaba en Tecnos y me enviaba una calle más arriba al patio de Esclavas. Debería tener sobre 12 años, con 14 me saqué la primera licencia federativa, fue por el comité provincial porque no existían las territoriales. Era 1971, ese mismo año me puse a trabajar y empecé como árbitro.

–¿Tu vocación te llevó a batir algún récord de precocidad en tus inicios?

–Entonces habían bastantes equipos locales, acumulaba ya dos años de experiencia y con 14 años me llevaron a dirigir un partido de Tercera División masculina, seguramente me convertí en el árbitro más joven de España. Recuerdo que fue en Dénia y me fuí con Juan Lluc. Al año siguiente debuté en Primera División femenina, en la que estaba el Esclavas, entonces la máxima categoría. Tuve que esperar hasta cumplir los 18 para estrenarme en la Segunda División masculina.

–¿Al poco llegó su mayor decepción en el mundo del arbitraje, que frenó en seco una prometedora carrera arbitral?

–Me llevaron a León a hacer el curso de árbitro de División de Honor, lo que hoy conocemos como la ACB, como colegiado número uno de la Comunidad. Pasé sin problemas las pruebas físicas, también las técnicas, cuando cual fue mi sorpresa que por arte de magia se sacaron la medida de que solo podrían ascender aquellos árbitros con carrera universitaria. Nunca lo entendí, ni siquiera llegaron a probarnos, fue un traje a medida que benefició a solo unos pocos, especialmente de Madrid y Barcelona, también de Canarias. Como desagravio me dieron la temporada siguiente el URSS-Brasil con motivo de la preparación en Alicante del Mundial 86 que ese verano se disputó en España. Al año siguiente pité una final universitaria en Calpe y como árbitro de Segunda División he dirigido partidos en toda la geografía nacional, muchos complicados con un ascenso o descenso por medio. En Onil he tenido la oportunidad de pitar muchos partidos, entre ellos un España-Italia júnior. Fue una decepción enorme en su momento pero no me quitaron la ilusión por seguir en el arbitraje y puedo asegurar que he disfrutado mucho de esta profesión, porque aunque no vivía de ello, para mi era como un trabajo.

–¿El recuerdo más bonito fue aquel URSS-Brasil?

–Sin duda, estar en la misma pista que mitos de este deporte como Sabonis, el gigante Thachenko, Kurtinaits, Volkov o Oscar Schmidt y Gerson fue una gozada. Ganó Brasil, por cierto. Recuerdo que el otro colegiado era el internacional Ballesteros, que se lesionó de gravedad en la rodilla nada más empezar. Llevábamos cerca de veinte minutos de parón, el colegiado suplente era Pizarro y se había ido a tomarse un café, cuando el seleccionador ruso, Gomelsky, vino a hablar conmigo para decirme que siguiera arbitrando yo solo, que sus jugadores se estaban enfriando.

–¿Algún grato recuerdo, pero también alguno desagradable?

–Superan de largo los buenos a los malos. Recuerdo una vez en Mahón, que se estaba jugando el descenso contra el Llobregat, que buscaba ascender, y tanto los dos equipos como los árbitros terminamos ovacionados por la grada. Donde lo pasé mal fue en Cartagena, era contra un equipo de Madrid, no se cogieron nada bien la derrota y tuvimos que salir escoltados por la Policía. Hubo un tiempo en el que me especilicé en inaugurar pabellones cubiertos. Hoy en día cualquier población, por pequeña que sea, tiene su propia instalación cubierta. Antes eso no pasaban, de hecho en Alcoy tuvimos el primer pabellón de la provincia e incluso el Calpisa, equipo de balonmano de la máxima categoría, venía a jugar hasta aquí mientras se estaba construyendo el de Alicante. La costumbre era jugar un partido de baloncesto y yo he estado en inauguraciones de pabellones en Alicante, Elche, Onil, Calpe, Dénia. Recuerdo anécdotas como estar jugándose un partido y en la banda los aficionados haciendo una hoguera para calentarse. Antes muchas veces salías de casa y no sabías si terminaría jugándose el partido. En baloncesto no puede jugarse con lluvia, se moja el acta o el balón resbala. Eso ahora sería impensable, pero antes era una circunstancia bastante habitual.

–Tiene una visión crítica del actual momento del baloncesto local, cree que debería aunar esfuerzos y no dispersar tanto su potencial

–Es difícil en las actuales circunstancias que nuestra ciudad vuelva a ser un referente como en su día lo fue el Esclavas en baloncesto femenino. Tenemos el ejemplo de Calpe o Dénia, con equipos en EBA, pasó lo mismo en Onil o Gandía, ciudades que también estuvieron muy arriba. Aquí cada club quiere su propia cuota de protagonismo, así es difícil tener un equipo en categoría superior. En fútbol está el Alcoyano, los niños de aquí que juegan a baloncesto no tienen un referente, como máximo un equipo en autonómica, y si alguien destaca, se marcha.

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