Algo más
El pasado sábado subí al Collao ilusionado i convencido de que iba ver un partido de fútbol muy disputado, como todos los que jugamos contra el filial barcelonista. Y así fue. Pero hubo un ingrediente inquietante añadido que empezó a fraguar antes del partido. Cuando los aficionados blanquiazules recogían del buzón, los folios informativos de los protagonistas del encuentro. Estos aficionados alcoyanistas conocen muy bien las plantillas de los equipos galácticos y la de sus filiales que nos adornan y perfuman el grupo donde milita nuestro Deportivo, e iban palideciendo al leer los jugadores disponibles en la alineación visitante. Muchos de ellos de calidad más que bautizada en su historial con varios partidos con el primer equipo.
Antes del partido, la contienda parecía desigualada, porque los supuestos catecúmenos venían a ganar, y para ello jugarían con toda su artillería disponible, y algo más. El partido fue algo así como la disputa de dos orquestas. La del Deportivo, diáfana, bien armonizada, con alma y entregada haciendo vibrar a toda la afición. La otra orquesta, con la partitura de memoria, educandos resabiados con sus recursos y argucias, que contaban con la permisibilidad de un árbitro que se dejó impresionar por los escudos que brillaban en las camisetas visitantes con la marca de la casa. Esa orquesta paraba el concierto cuando le venía en gana para que sonaran sus tres o cuatro solistas de cartel. Tenían razón los seguidores alcoyanistas; era imposible ganar ese partido.
Mientras Sergi Barjuán, el famoso lateral barcelonista, otrora internacional en la selección nacional, ejercía de míster del filial, comiéndose las uñas paseando el banquillo, yo empezaba a resignarme por la gran desigualdad, no deportiva, pero si ética. Más que enfado, sentí pena al final del partido, que por cierto, el árbitro que se llamaba Bueno despidió con celeridad descarada. Es una burla que las instituciones deportivas tienen establecida para los equipos modestos. Al abandonar el Collao note un ciclón de orgullo en la afición blanquiazul con su equipo, y una emoción contenida que nace de la impotencia estéril que te ofrece el amor propio, que solo sirve para lamerte las heridas que te han hecho cuando has sido víctima de un atraco, y algo más.