¿Agrandamos el lenguaje a costa de empobrecerlo?
Porqué gustamos tanto de la retórica verbal y escrita y de la palabra de difícil comprensión que en los tiempos presentes ha invadido nuestro estado cognoscitivo, para que hayamos abrazado sin cortapisa alguna ese tipo de neo-verborrea y de términos innecesarios, o de otros totalmente contradictorios a su propia definición, y que en ocasiones se nos antojan interesantes.
Nuestro tránsito terrenal es tan complicado como simple, tan sencillo y a la vez tan difícil como el amar. Nos enrollamos con el ovillo de tantas y tantas situaciones y no menos complicaciones, que a la postre, los enredos vienen dados, pero a la vez pensamos y deseamos que todo debiera ser más simple, mucho más corriente, como la madeja ya desmadejada, sin nudos ni enredos. Qué nos impide, pues, actuar del modo que nuestro cerebro dicta, qué espoleta hemos activado que nos lanza en brazos de aquello que difícilmente controlamos. Y pensamos si será mejor lo perenne que lo caduco, cuando escasa importancia tiene ya que de nosotros depende en muy poca medida. La vida, el propio transitar, las situaciones y eso que nos hemos empeñado durante cientos de años en orquestar y en encasillarlo absolutamente todo y a los que llamamos sociedad es quien sin apenas darnos cuenta dicta sentencia y quien rige esos días que vivimos con uso de razón y acción.
Todo lo envolvemos y vestimos para la ocasión y eso de “al pan, pan…”, se nos queda corto, simplón y en ocasiones hasta vulgar, y cuando esa mentada retórica se complica y todo es magnificado, parece que aparentemente toma sentido, y el único sentido que adquiere es el del esnobismo intelectual. Una moda absorbida por cada uno de nuestros poros, y cierto es que, en parte, agranda nuestro intelecto, pero somos capaces de adquirir y asimilar esos ciertos usos, que en ocasiones utilizamos sin conocer su verdadero significado. ¿Intelectuales, ilustrados, memos o cazadores de modas?. No deseo entrometerme en el uso de vocablos eruditos o poco habituales, más bien en su incorporación al día a día por la clase dirigente e intelectual y que por su sonoridad, aparente importancia o por la repetida utilización se nos ofrecen como de “nueva acuñación” suplantando y fagotizando a términos perfectamente entendibles.
Y haciendo contra punto, ahí tenemos al sanctasanctórum de nuestra lengua y a sus rectores, que de cuando en cuando abren todas las ventanas de la magna Academia con el fin de que el aire nuevo, o tal vez, ajeno, todo lo invada y nos regalan nuevas incorporaciones que si por un lado enriquecen nuestro léxico, por otro y en un pretendido intento de sociabilizar las palabras y el lenguaje llegan en ocasiones a popularizarlo tanto, que alcanzan niveles de hilaridad. Y es cuando nos planteamos la siguiente cuestión, ¿es la sociedad y sus usos quienes deben regir nuestra lengua o deben ser estos eruditos académicos los salvaguardas de la misma ante las incorrecciones y usos que van degenerando y la empobrecen?, ¿vivimos una especie de mestizaje de la lengua de Cervantes?.
Obviamente, hay términos que no se contemplaban entre los ochenta y ocho mil registros existentes y que deben ser incorporados, como Bitcóin o Ciberacoso, por ejemplo, pero otros que hasta la fecha eran incorrecciones, son aceptados con patente de corso. Cómo deberemos compaginar nuestra afección hacia esas palabras que apenas entendemos y la admisión de esas nuevas incorporaciones, cómo convivirán términos como, Acritud, Empatía, Coerción, Civilidad, Disenso, Asertivo, o Metaverso por no hablar de “Posverdad”, con las sabrosas Almóndigas, el buen Güisqui, el exquisito Ponqué, el Pifostio o el Chuteador.