A mi amigo Tomás Berenguer
A pesar de lo claro que lo veíamos, la muerte de Tomás Berenguer Bellido no sólo ha impactado, sino que ha sorprendido, porque Tomás era un ser singular, acostumbrado a luchar toda la vida, impetuoso, homérico, hasta el punto de que, aún en estado muy quebrantado, se aferraba a la vida, como gritando con el Fénix de los ingenios, Lope:
“¿Será bien aguardar, cuerpo indiscreto,
el tiempo que, perdidos los sentidos,
escuchen, y no atiendan, los oídos,
por la flaqueza extrema del sujeto?”
Pues ese sujeto era él, y así lo vi pocos días antes del trance, agarrado a seguir respirando, como un genuino crack que lo era, con su inimitable gesticulación podría hablarnos tanto de lo divino como de lo humano, y relatar la misma anécdota o el último chiste, con la particularidad de que contándonoslo varias veces, eran siempre diferentes, con una gracia y un estilo propio, distinto.
Tomás, como vendedor, fabricante o comercial, supo adaptarse y bregar en todos los campos, sin embargo Tomás era un verdadero artista, y hubiera sido un gran pintor si a ello se hubiera dedicado, con el mismo ahínco con que lidió durante toda su vida en cualesquiera de las actividades que emprendió.
Mas, por encima de todo, amaba y se desvivía por su familia, eran su tesoro, Marga -como esculpida expresamente para él-, y sus cuatro hijos, dos y dos, que en su recordatorio cumplen el grito que les dejó: “¡Decid que fui un hombre bueno!” Efectivamente, el hombre bueno que rememoraba Antonio Machado.
Amigo Tomás, con tus alegrías, tus chanzas y tus “charraes”, te recordaremos siempre.