A la trena los corruptos de etiqueta
Ellos, los corruptos, han tenido días de gloria, o sea, de esquivar la legalidad, dando muestras de señorío mostrando, año tras año, la buena cara del engaño. En este tiempo alzado de la modernidad y a la vista de los acontecimientos que van sucediendo en el solar patrio, si las demás naciones nos dieran un premio merecido sería el de más alto nivel de la picaresca, que es decir, de la corrupción. No hemos avanzado nada desde aquella pillería tan bien escrita de nuestros clásicos del Siglo de Oro a estos tiempos extremos de una actualidad dolorosa.
Han estado muchos años, ellos, los políticos corruptos, metidos en sus despachos, a la sombra de la clandestinidad, maquinando sus argucias mercantiles, trajinando los porcentajes, revalorizando su poderío para encontrar el perfecto escondite en los paraísos fiscales donde esconder los elevados capitales robados, con testaferros sumisos y bien pagados, hasta que la codicia ha sido más activa en el engaño, surgiendo el desliz que se extravía en los papeles embruteciendo la figura señera del político, saliendo a flote la mezquindad de sus desmanes.
Y esto viene de lejos, de cuando gobernaba el señor Aznar, aquel presidente tan serio y engolado que planificó aquella política económica del dinero fácil, la era del ladrillo para activar esa voracidad de especular y sacar la buena tajada a cualquier asunto, manipulando fechas, situaciones e influencias para salir airoso del trance con un buen capital que iba respaldando el éxito de sus patrañas.
Por aquellos tiempos la gente era feliz porque ganaba dinero en sus oficios y en medio de esa placidez económica el ciudadano le tenía una cierta veneración a la clase política, como una especie de semidios terrenal. Cosa que algunos políticos espabilados y sinvergüenzas aprovecharon para maquinar sus fechorías, a sabiendas de que la ciudadanía intuía el desequilibrio de las finanzas por tanta obra faraónica que los pobladores de las ciudades estaban introducidos en su fatal fascinación, embaucados en sus enredos.
Esta es la historia de nuestras fatalidades en los últimos tiempos: la picaresca de tronío elevada a la gran dimensión de la política, ya que: el dinero ha sido robado y huido en la clandestinidad protectora de sus influencias y complicidades con destino a los paraísos fiscales; han desaparecido de la faz de la tierra los futuros hospitales y colegios que en su día fueron alzados al entusiasmo brioso de los proyectos y que ahora duermen en el polvo del olvido en los archivos de los ministerios, y para el colmo de nuestros males, la crisis económica, tan feroz que aún nos persigue y que ha destruido el entusiasmo y la voluntad de tanta gente, pero por fin, ha llegado la justicia que está redimiendo las conductas desquiciadas de estos políticos corruptos y codiciosos que ahora pasarán largos años en la cárcel con la sombra temblorosa de su compañía, consolándose de su pasado, cuando tenían días de gloria en el refugio de los despachos, creyéndose estar protegidos por su falso y fatal señorío.