“Pensaba que iba a morir sin haberme despedido de nadie”
Entrevista a Alicia Bernat, que sobrevivió a la Covid-19

Cuatro años han pasado desde que Alicia Bernat estuvo al borde de la muerte. Lo peor no fue solo la enfermedad, sino la incertidumbre, el pensar que podía morir de la noche a la mañana. “Gracias a Dios”, dice ahora, pudo salvarse y comenzar una nueva vida. Su experiencia le ha confirmado lo que muchos dicen: hay que disfrutar de cada momento y vivir el presente.
La vida de Alicia cambió en enero de 2021, en plena ola de COVID-19. Alicia, sana hasta entonces, su marido y su hijo dieron positivo. “No será nada”, pensaron, pero los síntomas empeoraron. Alicia comenzó a ahogarse y, al medir la saturación de oxígeno se dio cuenta de que era peligrosamente baja. Así pues, a la mañana siguiente acudió al ambulatorio, donde el neumólogo la atendió con urgencia y le dijo: “Tienes que ir al hospital inmediatamente”.
Alicia llegó por su propio pie al hospital, y al entrar se dio cuenta de la gravedad. “Todo el mundo estaba cubierto con equipos de protección, la UCI llena, pacientes intubados, etc. Parecía una película de terror”. Una vez le hicieron las pruebas, le diagnosticaron neumonía bilateral severa e ingresó de inmediato. Al principio no se sentía tan mal, pero la situación se agravó al segundo día. Ella misma recuerda: “No hacía falta ver más que la cara de los médicos para entender que la situación era grave. Cuando alguien te mira así, significa que algo va muy mal”.
Intentaron revertir su situación con oxígeno de alto flujo, pero no fue suficiente. La última solución fue colocarla boca abajo para expandir el tórax. “La enfermera me preguntó si podría aguantar toda la noche en esa posición. Estaba tan mal que solo pensaba que me iba a morir sin haberme despedido de nadie, así que no tenía otra opción que intentarlo. Con morfina y gracias a Dios sobreviví esa noche”, cuenta. A la mañana siguiente, los médicos, sorprendidos, dijeron: “Ya la tenemos de vuelta”.
Enrique Rico, su marido, fue hospitalizado dos días más tarde y era consciente de la grave situación de Alicia. “Yo sabía que estaba bien si me leía los mensajes y, después de dos días sin contestarme, vi que había leído mi mensaje. Ahí supe que estaba viva”, cuenta emocionado.
Un día, mientras ambos luchaban por su vida en el hospital, las enfermeras le propusieron a Enrique compartir habitación con Alicia, a lo que inmediatamente dijo que sí. “Cuando me dijeron que me iba, me arreglé como si fuera nuestra primera cita”, explica entre risas con perspectiva. “Las enfermeras organizaron nuestro reencuentro. ‘¡Ahí viene tu novio!’, gritaron mientras abrían la puerta. Celebraron el cambio de habitación como si fuera una fiesta”, recuerda Alicia.
“Dentro de todo lo malo, fue algo bonito y estimulante para nuestra salud. Estar juntos nos dio fuerza, sobre todo a ella”, cuenta Enrique.
Compartieron habitación durante una semana, lo que también ayudó a su hijo, quien desde casa sufría la angustia de tener a sus dos padres ingresados. “Pasaron muchos compañeros de habitación, pero sin duda, el más especial fue mi marido”, dice Alicia con emoción. Sin embargo, la alegría de estar juntos no duró mucho. Días después, Enrique fue dado de alta, y ella tuvo que quedarse sola. “El día que le dieron de alta no paré de llorar, aunque sabía que yo estaba mejorando”, continúa.
EL ALTA: DOS MESES
Después de mes y medio tumbada con tubos, oxígeno, medicamentos y agujas de por medio, Alicia consiguió sentarse en un sillón. Los médicos seguían de cerca su evolución. “Para ellos fue muy importante ver que su trabajo estaba dando resultados”, recuerda.
El momento clave fue cuando la vieron sentada con una pierna cruzada sobre otra. “Me encanta ver un paciente sentado así, esa es la mejor señal. Así que si el fin de semana te mantienes estable, el lunes te damos el alta”. Llegó el lunes, le dieron el alta y la ambulancia le llevó a casa. “Subí por el ascensor sin oxígeno y sin ayuda. Solo tenía una cosa en mente: llegar a casa y ver a mi hijo. Cuando por fin nos reencontramos, los tres nos abrazamos y rompimos a llorar”.
Una vez en casa, comenzó el proceso de recuperación. A mediados de marzo, Alicia y Enrique comenzaron a dar pequeños paseos y, en apenas quince días, su vida volvió a la normalidad. “No tengo suficientes palabras para agradecer a las enfermeras y a Dios”, afirma Alicia. “No sé quiénes eran exactamente, pero fueron ángeles caídos del cielo”.
LA IMPORTANCIA DE VIVIR
Ahora, la vida tiene un significado diferente. Alicia decidió jubilarse y disfrutar de cada momento. Cada día comienza con un café con leche y una tostada en su bar de confianza en La Hispanidad. Viajan cuando pueden, disfrutan sin remordimientos, conscientes de lo efímera que es la vida. “Hemos aprendido que la vida es el presente, porque el mañana es incierto. Nunca olvidaré cómo fui al médico pensando que volvería a casa y terminé ingresada creyendo que me iba a morir”, concluye.
Y mientras cuenta su historia, sabe que, después de haber estado tan cerca del final, la vida, su nueva vida, apenas comienza.