“Hacer cumbre en el Everest es puro estrés”

Adriana Brownlee, alpinista con orígenes alcoyanos

Adri Browlee y Eva Piñón, hija y madre en la reciente visita que hicieron a nuestra ciudad.

Empezó la semana en Londres, días después ya estaba en Canadá, el fin de semana lo pasó en Alcoy y el lunes se desplazó hasta Murcia para impartir otra charla. Su vida es puro estrés, la misma sensación que tuvo cuando hizo cumbre en el Everest con apenas 20 años. Hablamos de Adriana Brownlee, la alpinista británica elegida por una revista norteamericana como una de las 50 deportistas mujeres de todo el mundo más inspiradoras de 2024. Su segundo apellido le delata, lo heredó de su madre, la alcoyana Eva Piñón, quien hace casi tres décadas decidió viajar a Londres para mejorar su inglés. Allí contrajo matrimonio y nació una niña que en octubre pasado hizo historia para el alpinismo mundial al convertirse con 23 años en la mujer más joven en coronar los 14 ochomiles. Una afición que nació aquí, en los largos paseos que con 8 años empezó a dar junto a su padre Tony por los parajes de nuestro entorno.

– ¿Tus vínculos con Alcoy son desde bien pequeña, prácticamente desde que naciste?

– Para mí es algo normal venir a Alcoy desde muy pequeña, bien en verano, Navidad o en fiestas de Moros y Cristianos. A mi padre le gustaba irse a correr y yo me iba con él. Con 5 o 6 años recuerdo haber subido a la cruz del Preventorio y a Montcabrer. Tengo fotos en mi casa de Londres que me recuerdan a aquellos años.

– ¿Se puede decir que esa afición por la montaña se forma en estos parajes?

– Nací en Londres y allí no hay montañas. Alcoy siempre ha sido muy especial para mí por muchas razones. Significaba jugar con mis primas, salir a fiestas vestida de Vasca y estar en familia. Recuerdo que en mi etapa como escolar, en Inglaterra el 24 y el 25 es Navidad, pero a partir del 3 de enero allí todos los niños regresan al colegio y yo me pedía volver después del 6 para poder ver la Cabalgata y disfrutar de los Reyes. Más que destacar algo de los Moros y Cristianos o de la Navidad mis recuerdos están más vinculados a estar en familia, porque en Londres no tengo a nadie, solo a mi padre y mi madre. Para mi lo importante no eran los regalos, sino que se reuniera toda la familia, comer y cenar juntos. Es verdad que la Navidad y la Cabalgata es mágica en Alcoy y algo me contagié. Allí en Londres no creía en Santa Claus pero en cambio aquí sí en los tres Reyes Magos.

– Vamos a tus orígenes en el alpinismo. ¿A qué edad empiezas?.

– Mi referente ha sido mi padre Tony, entrenábamos juntos, pero al principio más por adquirir hábitos saludables. Todo cambió con 8 años cuando en el colegio nos pidieron que escribiésemos una carta sobre lo que queríamos ser de mayores. Fue cuando puse que mi objetivo era escalar el Everest y que se me conociese como la más joven en conseguirlo. Después de aquello han sido doce años de estar obsesionada con ese pensamiento. Toda mi vida ha girado alrededor de esa ilusión de niña. Como en Inglaterra no había montañas, mi padre me llevaba hasta Gales y Escocia. Con 9 años recuerdo haber subido tres picos en menos de 24 horas y aquello tuvo una gran repercusión tras salir en el periódico. Desde entonces no he parado de entrenar y prepararme.

– ¿Qué es lo que te llevó a pensar en subir una de las cumbres míticas del alpinismo mundial?

– Desde pequeña siempre me ha gustado ser única en todo lo que hacía. Veía a otras niñas haciendo ballet, kárate o fútbol y me parecía algo normal, pero yo siempre tenía en la cabeza hacer algo diferente, ser distinta a los demás. El montañismo y el alpinismo era algo anormal para una niña y más de Londres. Lo probé con mi padre y fue como un amor a primera vista.

– ¿Cuándo deja de ser un pensamiento para convertirse en un reto?

– Con 15 años e incluso con menos. Entre esa edad y los dieciocho empiezo a hacer cumbres de aproximación como el Kilimajaro (3.962 metros), Elbrús (5.642) o el Aconcagua (6.961). Todas ascensiones con un objetivo: subir al Everest y con 18 años, pero con la pandemia tuve que esperar hasta los veinte.

– ¿Da la sensación de que tu fijación es el Everest más que el alpinismo en sí? ¿Qué es lo que te lleva a esa obsesión desde niña?

– Para mi era una montaña mágica con mucha historia. Me gustaba ver películas, ha leido muchos libros sobre su historia. Me impactó aquel intento en 1923 y mi fijación era hacer el Everest porque es la cumbre más famosa y mítica del planeta. Antes de mi primera ascensión fui al K2 (8.611 metros) como entrenamiento y allí conocí a mi pareja, Gelje Sherpa (guía nepalí de 30 años). Fue en aquella expedición donde conocí el alpinismo de verdad, cómo escalar un ochomil de una manera real y no comercial. Me encantó aquella experiencia y fue lo que me terminó de enganchar.

– ¿Cuándo hablamos de un ochomil son varias semanas de expedición?

– Entre un mes y medio a dos meses, según la climatología. Primero estás una semana hasta llegar el campo base. Después descansas, vas subiendo y bajando hasta llegar a los seismil. Vuelves a bajar y descansar y otra vez vuelves a subir, hasta que llegas a los sietemil. Es cuando estás en la parte final de la expedición, el momento de atacar la cumbre. La primera vez que subo hasta un seismil es muy complicado porque no estás aclimatado.

– De lo catorce ochomiles que has hecho, ¿cuántos han sido con oxígeno y cuántos sin?.

– Doce con y dos sin. Después de haber hecho dos cumbres sin oxígeno mi intención es no volver a utilizarlo más. Muchos comentan que subir al Everest con oxígeno no es real, pero yo no puedo subir por primera vez a más de ochomil metros de altitud sin oxígeno y sin una adaptación previa. Primero quería hacer diez o doce ascensiones con oxígeno, ver que mi cuerpo se había aclimatado y así ya pude hacer dos cumbres sin oxígeno. Mi intención ahora es coronar el Everest en abril del año que viene sin oxígeno. Será mi siguiente reto y probar montañas vírgenes, sin ruta o con rutas muy difíciles y técnicas.

– Lo curioso del alpinismo es estar casi dos meses de preparación y una vez que haces cumbre apenas se disfruta unos pocos minutos del objetivo cumplido. ¿Qué sucede cuándo estás tan arriba?

– Como mucho llegas a estar unos veinte minutos en la cumbre, el tiempo justo para hacer las fotos y vídeos pensando en los patrocinadores y poco más. El momento que realmente disfrutas es el previo a coronar, que lo ves tan cerca después de tanto esfuerzo y tiempo dedicado, que piensas: “Ya está, por fin lo he conseguido”. Pero una vez que estás arriba, la cabeza está a punto de estallarte. Te entra el pánico, son minutos con la adrenalina a tope tratando de que no se te escape ningún detalle y pensando que después toca bajar, que es más peligroso que subir. Entonces empiezas a decirte que despacio y sé prudente. Hacer cumbre es puro estres.

– ¿Una vez que estás arriba, es tal cómo lo habías imaginado, menos o es verdaderamente mucho más?

– Todo depende de cómo te encuentres, de cómo ha ido la subida, de cómo estás físicamente. Si ha ido bien, sí que te recreas un poco y miras a tu alrededor, haces fotos e intentas disfrutar del momento, pero si vas muy tocada físicamente, tu mente no registra que estás allí. Sí que recuerdo que fue algo mágico pisar por primera vez el Everest. Es impresionante la inmensidad que hay a tu alrededor. Te crees la persona más alta del mundo porque a tu alrededor todo está más abajo. Ese primer momento es algo que nunca olvidaré. Las demás cumbres, como fue todo tan rápido con cuatro ochomiles en 28 días, me pareció que todas las montañas eran iguales y no disfruté tanto.

– ¿Tú profesión actual es el alpinismo?

– En estos tres años que he completado los catorce ochomiles, me he dedicado por completo a preparar el proyecto de los 14 ochomiles. Tenía patrocinadores, hacía charlas, pero ahora tengo mi propia empresa de trekking y esa es mi vida, mi bebé en definitiva. Me dedico junto a mi pareja a llevar gente a las montañas del Nepal. Ahora hacer un ochomil se ha convertido en una moda y la seguridad deja mucho que desear. Solo les preocupa el dinero y que suba cuanta más gente mejor para recaudar más. No es lo que a mi pareja y a mi nos mueve y promocionamos otro tipo de escalada, volviendo a lo que se hacía no hace mucho, cuando si querías subir al Everest tenías que acreditar que antes habías hecho un seismil y así demostrabas que estabas preparado.

– ¿Supone que has tenido que cambiar de residencia?

– Vivo entre Katmandú y Londres. Medio año en Nepal y el otro estoy en Inglaterra porque allí tengo la oficina de la empresa. Compagino las expediciones con dar charlas por todo el mundo y promocionar mi película en el que cuento mi sueño desde niña de ser alpinista y subir al Everest. Mi ambición ahora es hacer crecer la empresa. También quiero descansar un poco y dejar de gastar tanto dinero en las montañas. Hacer los catorce ochomiles no es algo barato. Seguramente después de la primavera empezaré a pensar en la ascensión de abril de 2026 al Everest sin oxígeno. Subir hasta allá arriba es medio año de preparación como mínimo. Solo lo quiero intentar una vez. Se podría hacer en invierno, pero ya es más fácil que en primavera por el cambio climático. Hace frío, no hay avalanchas y es más seguro.

– ¿Te ha cambiado la vida por ser la mujer más joven en hacer los catorce ochomiles?

– Ahora hago charlas, tengo fans por todo el mundo, en eso sí que me ha cambiado la vida, pero mi ritmo de vida tampoco me da para asimilar todo lo que me ha pasado. Otra cosa es mi cuerpo o mi mente. Ahora que he hecho dos ochomiles sin oxígeno pierdes mucha memoria, cosas muy simples como saber dónde has dejado las llaves, pues no te acuerdas. Especialmente los dos meses posteriores son los peores. A veces hasta es complicado hablar y articular una frase.

– ¿Hablas de que el alpinismo es un deporte caro, pero de cuánto estamos hablando?

– Completar todo el proyecto de los catorce ochomiles estaremos hablado de un coste de alrededor de 750.000 dólares. Incluye todo, los traslados, material, los bonos que tienes que pagar por subir, los guias… Todos los patrocinadores no han sido ingleses, también de otros países. He tenido entre diez y quince patrocinadores diferentes y por montaña. Fue lo más difícil del proyecto, conseguir ese dinero, más que subir las montañas. Por eso no quiero mantener ese ritmo de hacer cumbres. apreciar tanto lo que haces, siempre estás pensando en los patrocinadores, que en ti misma. Por eso solo quiero hacer el Everest sin oxígeno el año que viene y ya veremos luego. Ahora tengo mi empresa, con lo que no tendré que pagar el campo base, que son 15.000 dólares. Si lo tuviera que hacer como un cliente más, subir al Everest cuesta entre 50.000 y 100.000 dólares. Estoy ahora focalizada en mi empresa y luego tener un reto cada año y ya está.

– No todo fue bonito, también hubo sus momentos complicados, hasta el punto de que te dieron por muerta. ¿Qué ocurrió?

– Fue en Shishapangma (8.027 metros), una cumbre que no es muy peligrosa, pero cometimos algunos errores por falta de experiencia. Tenía un guía que solo había hecho el Everest, cuando yo tenía más cumbres hechas. Empezamos con buen tiempo, pero a las dos horas todo cambió y en cinco minutos nos vimos en un problema serio, con vientos de casi 100 km/h y sin poder movernos ni tampoco gritar porque nadie nos escuchaba por la fuerza del viento. Entonces entramos en pánico, estábamos a medio camino entre el campo 2 y el 3. De repente quise hacer una cosa, pero no pude, vi que los dedos de la mano estaban congelados. Mi guia me empezó a decir que me moviera o que si no me iba a morir. Puse mi mano en su sobaco y aquello ayudó, pero la sensación fue horrible. Fueron momentos complicados, pero supe reaccionar y tomamos la decisión de bajar al campo 2. Conseguimos llegar y afortunadamente los dedos no se pusieron negros. Decidimos seguir y subir al campo 3 y así atacar definitivamente la cumbre. Fue algo estúpido, pero pensamos que hacía sol, no había viento, pero mucha nieve que complicó mucho la ascensión. Mi guia y yo fuimos los últimos en terminar de subir, estuvimos unos diez minutos haciendo fotos y vídeos para los patrocinadores, cuando de repente empecé a verlo todo negro. Pensaba que algo pasaba y le comenté a mi guía que comprobara el nivel de oxígeno. Estaba a cero y le dije que mirara el oxígeno extra que siempre se lleva en las expediciones y la sorpresa fue que él también estaba a cero. Estábamos los dos a 8.000 metros de altitud sin oxígeno, cuando tu cuerpo está en ese momento acostumbrado a recibir oxígeno. La reacción fue sentarnos y fue cuando pensé que hoy no era el día para morir, que había que seguir adelante. Le dije de hablar por radio, tampoco funcionaba y en vez de cabrearme y entrar en pánico, decido que bajemos atados a una cuerda de un metro y que nos relevemos. Tardamos 32 horas en llegar al campo base. En la agencia hacía tres días que no sabían nada y empezaron a decir a nuestras familias que habíamos muerto.

– ¿Llama la atención que tras conseguir el récord posaras con una bandera inglesa y otra española?

– Me considero también española, una mitad de mi es de aquí y no lo dudé. Quería que estuvieran presentes los dos países que me representan en estos momentos.

– ¿Y te sientes alcoyana?

– Me encanta Alcoy y quizás no me sienta alcoyana porque no nací aquí, pero sí entiendo que una parte muy importante de mí es alcoyana. Para mí Alcoy siempre será muy especial porque me recuerda a aquellos veranos e inviernos de mi niñez junto a mi familia.

Advertisements